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Impro... ¿qué?

Un grupo de jóvenes recupera en Oviedo el arte de la improvisación y llena todos sus pases, en los que la risa está asegurada

Impro... ¿qué?

Si uno comienza a bajar la rampa del Espacio Paraíso de Oviedo y se encuentra con un ensayo o una actuación del grupo de improvisación, un consejo: olvídese de todas las normas, los prejuicios y las cosas que haya visto hasta ahora. Aquí el humor absurdo demuestra que es el más inteligente, y la vergüenza se queda para vestir santos. Lo único que cuenta es pasárselo bien, y cuando hay público, seguir pasándolo bien haciéndoselo pasar bien a los demás.

Es viernes. Son las 19:15 de la noche y el frío en Oviedo ya es invernal. Una sensación heladora que llega hasta el final del Espacio Paraíso, un sótano situado en el número diez de la calle del mismo nombre, que se ha recuperado como espacio autogestionado para dar así cabida al arte alternativo. Y eso es lo que lleva allí a Elisa García, Ignacio Arrieta, Irene del Caso, Iván Tobalina, Jaime Carretero y Emilio Méndez cada viernes; a pesar de la sensación de frío, de la ausencia de grandes medios o de tener que viajar en bus desde Gijón y volver en el que para en todos los pueblos a las 22.00 horas para asistir al ensayo de "impro". Todos han tenido una relación con el teatro en el pasado, pero, debido a sus estudios o a sus profesiones, buscaban algo que no les atara con horarios o trabajos extra. Y en sus vidas se cruzó la improvisación, esa técnica en lo que lo único que hace falta es dejar volar la imaginación para hablar, moverse o relacionarse. "Durante toda nuestra vida, desde que nacemos, se nos coarta la espontaneidad. Se nos dice que esto es de mala educación, que nos sentemos bien, que eso no se hace así. Pautas necesarias para convivir pero que nos convierten en seres que antes de hacer algo, siempre preguntamos si lo podemos hacer", asegura Emilio Méndez. Por eso, el objetivo de este grupo es recuperar ese valor perdido y mostrar a todo el mundo su valía. "Todos nos montamos historias cuando somos niños, ¿por qué no hacerlo de adultos?", explica Arrieta.

Y parece que su juego funciona. En las cinco o seis actuaciones que han realizado con público, han conseguido llenar el aforo. Han anunciado a través de las redes sociales un taller de "impro" para los dos últimos sábados de diciembre y el primero de enero, y en solo 3 días ya se han inscrito 30 personas. Quizás tenga algo que ver sus caras de felicidad cada vez que se juntan. "La 'impro' es algo inesperado, te lanzas sin pensarlo. Dices lo primero que se te pasa por la cabeza ante cualquier estímulo y ves cómo se crea una historia, una escena. Es genial", dice Tobalina.

Hoy no tienen público, pero aunque lo tuvieran, su forma de crear no cambiaría. "Te concentras más, pero al final te dejas llevar porque tienes que pasártelo bien tú", afirma Elisa García. Tras un calentamiento de movimientos, en el que cada uno vaga por el espacio haciendo lo que quiere y siente, todos se convierten en pasajeros de un avión. Colocan las maletas en compartimentos que no existen, arrastran carritos imaginarios y hablan con pasajeros inventados. Méndez da la orden y dice: "ahora somos detectives en la escena del crimen". Miden los cadáveres, llaman por el walkie y escupen el café. Nadie mira para nadie, aquí no hay comparaciones ni obligaciones. Siguiente ejercicio. Se ponen en círculo y, a partir de una palabra al azar, mantienen discusiones ficticias cruzadas por parejas que no se pueden ver alteradas por las conversaciones de los de alrededor. Llega el turno de la improvisación. Cada uno escribe tres frases en papeles que se van leyendo aleatoriamente durante las escenas. Algo tan sencillo como "Quiero tarta de zanahoria" acaba convirtiéndose en una escena de una guerra civil por la escasez de huevos en un pueblo americano. Y esto no es nada. El siguiente ejercicio obliga a los actores a enfrentarse a una rueda de prensa sin saber quiénes son, ya que la identidad la deciden sus compañeros y ellos tienen que adivinarla por las preguntas que les hagan. Y se desata la locura. Todo vale. "Es Froilán que se ha comido al Rey". "Es Winnie the Pooh tras ganar las elecciones con el Partido Popular". "Es Papá Pitufo que se ha convertido en 'skinhead". Las situaciones que se producen son tan absurdas que ni ellos mismos pueden controlar la risa. "Esto me ayuda mucho a hablar en público, a que me dé igual lo que piense la gente y a perder la vergüenza", dice Jaime Carretero. "Mejoramos muchísimo en agilidad mental, en hilar conceptos, en relacionar ideas. El resultado es divertidísmo", cuenta Irene de Caso. Son las 22.00 horas, sale el último bus a Gijón en el que se van tres de ellos, pero la risa impide que sus movimientos sean más rápidos. Tienen que aprovecharlo porque esa inyección "buenrollista" les tiene que durar, por lo menos, hasta el próximo viernes.

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