En una conversación sobre la quebradiza situación de una persona, retuve dos sugestivos comentarios de mi interlocutora: "dejarse en paz" y "vacío fértil". Atinadas sugerencias para quien vivía intensamente su fragilidad. Las pasé por mi propio tamiz y complementé "vacío fértil" con su inversa "vacío estéril", preguntándome: ¿Qué se encierra bajo cada una? Vacío fértil es, a mi juicio, el reino del despojamiento, del soltar, del vaciarse, del aceptar la inseguridad. Espacio de silencio e interiorización. Lugar privilegiado para la esperanza y la espera, porque no hay esperanza sin espera. Terreno apropiado para florecer deseos, anhelos, ilusiones. Nicho donde regar la paciencia, con lugar para el crecimiento, belleza, bondad y verdad.

Alejar la desolación. Solo lo despojado de adherencias y afanes tacaños puede albergar vida y ser. Por el contrario, en vacío estéril reina el sin sentido, la desolación, el desaliento, la búsqueda febril e inútil de un aseguramiento narcisista improductivo; la frialdad intrínseca que sofoca cualquier aliento. No hay semilla que prospere ahí: es la sede de la nada. Tales reflexiones tienen que ver con el "dejarse en paz a uno mismo".

Compasión y comprensión. ¿Qué será, pues, "dejarse en paz"? ¿Como cabe expresarlo tanto en positivo como en negativo? Echo mano indistintamente de ambas posibilidades. Dejarse en paz es ser compasivo y comprensivo consigo mismo. Es aceptarse tal cual uno es, incluidas las propias debilidades, manías y trazas neuróticas; es no exigirse con dureza y rigor, incluso por encima de las propias posibilidades, sino hacerlo con cariño y dulzura, admitiendo que el propio techo de vuelo es no pocas veces bajito y hasta rasante.

Sin fustigarse. También es consentirse sin aflicción que uno llega donde llega y no por ello se fustiga, sino que se alegra de llegar a ese punto, y el resto, lo no alcanzado y quizá nunca alcanzable, lo coloca bajo el paraguas generoso de la comprensión, la compasión y la misericordia. Es desear, recibir y aceptar el perdón sobre la propia existencia, ya venga de los demás, de uno mismo o de Dios (el perdón es fruto maduro de la clemencia y la ternura, y no pide devolver la calderilla).

Respirar a fondo. Dejarse en paz es no amargarse la vida; es respirar a fondo el regalo de la existencia; abandonarse en otras manos más anchas, más fuertes, más seguras y más tiernas que las propias. Dejarse en paz es, en definitiva, atreverse a confiar. ¿Confiar en quien y a quién ?. Nadie puede ser sustituido. No obstante, puede compartirse. Y en el mutuo y recíproco alentarse? tal vez coincidir en el Quién: "Si varios, escribió Unamuno, persisten viendo mucho tiempo la misma vista, acabarán por acordar y aunar mucho de su ideación estribándola en el espectáculo aquel". Ese Quién adopta variadas formas menores y actúa a través de numerosos quiénes., por ejemplo, el de la amistad.