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La bomba del fontán | Las crónicas de Bradomín

De la mili y otros cuentos

Algunas anécdotas de la noche ovetense gracias a los pases pernocta

De la mili y otros cuentos

Hice el servicio militar. Sí o sí. "¡Jo, ya empezamos, la eterna historia!", pensará algún amable seguidor de estas crónicas: craso error. Veamos. No tuve la suerte de ser excedente de cupo. Tampoco era estrecho de pecho, ni pies planos y demás taras. Nada, todo a pinrel. Una recomendación me llevó hasta el Regimiento de Infantería Milán nº 3, a la oficina de la 1a primera Compañía en la cual vegeté viendo pasar las hojas del calendario entre estadillos, listas de revista, nombramientos de servicios, etc... Las tardes libres y dormir en casa.

Exento de otro tipo de responsabilidad, comenzaba para mí un tiempo de inflexión, una excusa para comenzar a dar aire a la asignación económica destinada a mí descollante futuro. Eran los primeros escarceos en mí vertiginosa vida de "manzanillo". Frecuentaba a diario discotecas. Canary ya había cerrado y tenía conocidos que frecuentaban Shades, en la calle Campoamor, no era muy espaciosa pero había ambiente y buena música.

Estando una tarde en la discoteca Juanjo el "radiofónico" y yo, comenzó a increparnos un negrito algo pasado de copas. En vista que la cosa se ponía fea intervino el propietario, Manuel Peliz, singular hombre que cuando hacía incursiones en la sala tapaba nariz y boca con un pañuelo (¿?). La cosa no fue a mayores. Peliz quiso restablecer el orden: "Estos señores vienen a divertirse y el señor de color se va", reprende su comportamiento al tiempo que lo toma por un brazo. El negro se revuelve y empuja con fuerza al propietario saliendo éste despedido contra un diván y despatarrado al suelo. El revuelo ya esta armado. Peliz pide ayuda a su hombre de confianza, el diligente Torre. "¿Qué ha pasado?", pregunta éste, "el de color", explica Peliz. "¿El de rojo?". "No, el moreno", dice contrariado el dueño. "Moreno... ¿cuál de ellos?", insiste Torre: "¡El negro, cojones!", grita Peliz tratando de incorporarse. Puro sainete.

Pinar del Río, en la avenida de Galicia era una boîte donde se podía bailar y lugar muy frecuentado por féminas resolutivas. Un sábado noche, estaba con Juanjo en compañía de dos amigas "arrimando" lo que podíamos cuando de una zona, digamos, más reservada, vemos aparecer al coronel del regimiento y al capitán en compañía de dos jabatas señoritas. Nos hicimos los longuis hasta verlos en la puerta.

Lunes por la mañana: "Del Valle", dice el sargento, "el capitán quiere verle". "¡Mi capitán!", saludé. "Pase y cierre la puerta: Debería saber que yo no autorizo los pernoctas para que disfruten de correrías nocturnas", dijo el capitán sin posar la vista en mí. "Mi capitán, yo no sabía qué..." "Procure que no se vuelva a repetir. Por cierto... ¿la chica es su novia?". "No, mi capitán", dije rotundo. "Una pena, la verdad es que no está nada mal". Puede retirarse. ¡A sus órdenes!.

El cabo furriel y yo teníamos por costumbre hablar de nuestras cosas en la oficina, en presencia del sargento que siempre solía prestar mucha atención, en especial si la cosa iba de mujeres. Próximo a mi licencia el suboficial me hizo una confesión: "Del Valle, que esto quede entre nosotros. Vivo solo y soy un putero empedernido; me dan envidia". Llegué a tener algún remordimiento pensando en los calentones que habría padecido aquel hombre escuchándonos.

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