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La bomba del fontán | Las crónicas de Bradomín

Peleas de gallos en El Palacete

La historia de una desconocida afición y los chivatazos de quién visita a quién en la calle Fierro

Peleas de gallos en El Palacete

Jueves por la tarde. Para Cayo era una cita obligada los días de mercado. Solía comer en Casa Perón, en Rosal; más tarde, tenía partida de mus en Casa Bango. Al terminar hizo un aparte conmigo.

"Bradomín, ¿Recuerdas como nos conocimos?", preguntó. "Como si fuera ayer", dije: "Yo era un crío, iba acompañando a mi padre, que necesitaba hacer unas gestiones en las dependencias municipales, en la calle Quintana. Te vi en un patio, estabas metido en un corral adiestrando un gallo de pelea. '¿Qué tal la familia?', te saludó de lejos mi padre; asentiste con la cabeza. Me quedé mirando, absorto. '¿Te gusta?' Me limité a encogerme de hombros, luego te acercaste con el gallo: 'Es de raza inglesa, son caros pero muy bravos y fuertes". Volvería en repetidas ocasiones. Allí empezó nuestra amistad, de eso hace muchos años.

"Nunca me contaste lo de tu afición por los gallos", inquirí. "Fue cosa de mi abuelo. Lo había iniciado un pariente que había venido de México; llegó a disponer de una de las mejores galleras de la ciudad. Después, mi padre continuó con ello durante algún tiempo, encargándome del cuidado y adiestramiento de los pintojos", rescató Cayo de su memoria.

"Mantengo fresco el recuerdo de la primera y única vez que te acompañé a una pelea", aseguré. "Me resultó una desagradable experiencia; un espectáculo incivilizado, cruel y sanguinario; un macabro juego alimentado por intereses económicos. Todo terminó en el momento que me impactó en la cara una salpicadura de sangre". "¿Donde fue eso?", me preguntó. "Aquí, muy cerca, en el desaparecido baile El Palacete". "Fíjate que prosaico queda: gallos de pelea en las mañanas, y "gallitos" buscando carnaza por la tarde", soltó Cayo con recochineo.

Se despidió de los presentes brazo en alto y salimos en dirección a los soportales. Había anochecido. Parada en la joyería Aguirre, en donde intercambió alguna coña con el dueño, continuamos hacia la calle Fontán; paradas en el puesto de prensa, en el de los bolsos. Saludos y más saludos. ¡Eres toda una figura, Cayo!; "Son buenos clientes". (Aclaro que mi buen amigo fue durante años mayorista de joyería). "¿Qué jueves es hoy?", preguntó muy interesado. "No entiendo...", contesté. "¿Es el primero del mes?", insistió. "Creo que sí". Como guiados por el olor a tueste llegamos a la altura de Casa Floro.

Estamos comiendo cacahuetes en la acera cuando el maestro me suelta: "¿Sabes algo del 2?", señalando con un gesto de cabeza. "¿De qué me hablas?", dije extrañado. "Del portal número 2", especificó. "No se nada", dije." "Verás: resulta que ahí hay una casa de señoras, por cierto, muy solicitada. Hace tiempo, al lado del portal había un salón de limpiabotas, dos veces por semana venía a glasear los zapatos, siempre con el mismo limpia. Solíamos charlar de fútbol, hasta que un día comenzó a contarme los pormenores de las visitas al prostíbulo; de tal manera que solía darme novedades en forma de claves: 'Hoy regular. Tres 'olivos' (militares), cuatro 'peras' (gente bien), cinco 'brillos' (comerciantes o conocidos), etc; nada comparado con la tarde-noche de los primeros jueves de mes". "¿Que pasa ese día?", pregunté. "¡La Adoración Nocturna!. Y es que, querido amigo, a los feligreses del 'ora pro nobis' también les gusta beber en las fuentes del placer".

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