Es innegable que Asturias se halla inmersa en un proceso, quizás irreversible, de pérdida y envejecimiento de población y de acentuado declive de industria, agricultura y ganadería. L os pueblos se encuentran desiertos y el tradicional modelo de vida rural está pasando a mejor vida.

En el siglo XIX fue la emigración a América; a mediados del XX el porvenir se buscó en Europa. En el momento actual, con la cuestión de la globalización por medio, nos marchamos a cualquier lugar del mundo. Si no potenciamos y protegemos los recursos naturales, lo peor está por venir. El desequilibrio, incrementado por el cambio climático, irá en aumento. Las especies invasoras se adueñan de notables espacios ecológicos y los desastres ambientales cada vez son más difíciles de controlar, sirvan como ejemplo los recientes y catastróficos incendios que asolaron el occidente asturiano.

Nadie piense que niego a los poderes políticos regionales voluntad de solucionar este tremendo problema. Lo que sí han demostrado, a través de los años, es su formidable ineptitud para resolverlo. Por eso, observando que el declive regional es poco menos que imparable, no nos queda más remedio que echar la vista atrás para acordarnos de La Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, que comenzó su andadura, allá por el último cuarto el siglo XVIII, con el propósito de remediar el grave retraso de la región en Agricultura, Industria y Comercio; fomentar la educación pública, ganadería, pesca, navegación y minería, además de elevar el nivel social de los diferentes oficios y su organización gremial. Al mismo tiempo, ejercían la caridad pública y fundaron en Oviedo una escuela de dibujo y un gabinete de historia natural.

El rey Carlos III en un consejo del 2 de Junio de 1780, a instancias de una carta confidencial que el conde de Campomanes escribió al de Toreno, sugiriéndole lo beneficiosa que resultaría la creación de la citada sociedad, le estimuló a fundar, con el patrocinio fundamental de la nobleza, más la colaboración directa del estamento eclesiástico, diputados y otras personas influyentes de la sociedad, considerando siempre como motivo de orgullo el pertenecer a ella.

La real resolución decía lo siguiente: "Apruebo los Estatutos que van insertos, formados por la Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad de Oviedo y la recibo bajo mi real protección: y cuando a los socios que al presente son y en adelante fueren de dicha Sociedad, observen, guarden y cumplan dichos Estatutos, sin contravenirlos en materia alguna. Asimismo mando a la Real Audiencia del Principado de Asturias, Diputación General de él, y Ciudad de Oviedo, auxilien dicha Sociedad Económica en cuanto puedan contribuir a sus felices progresos, por lo que en ella interesa al beneficio público. Y encargo al Reverendo Obispo de Oviedo, y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de dicha Ciudad, coadyuven para que se logren los celosos objetos de su establecimiento. Que así es mi voluntad. Dada en el Pardo a quince de Febrero de mil setecientos ochenta y uno".

Uno de los mayores incentivos fue conceder premios a quienes demostrasen haber conseguido logros en cualquiera de los campos que fomentasen, por ejemplo nuevos métodos de laboreo agrícola para mejorar las cosechas, que estimularan, a su vez, el cultivo de maíz, lino y cáñamo. Tampoco se olvidaron de los bosques. Por su labor pedagógica, la Sociedad Económica de Amigos del País tuvo gran influencia en el progreso del Principado. Entre sus directores figuran Campomanes, Jovellanos, Canga Argüelles, Pérez Villamil, el conde de Toreno, Mata Vigil, el marqués de Pidal, y Alejandro Mon, entre otros.

La primera exposición celebrada en Oviedo data de 1783, fue organizada por la citada Sociedad de Amigos y concedió el primer premio al gijonés Isidro Caicoya por varios aparatos de su invención. Destaca otra muestra realizada en 1814, para celebrar la paz, la marcha de los franceses y también la restauración de Fernando VII.

Se celebró en la antigua capilla de la Virgen de los Estudios (Escuela de Dibujo) de la extinguida Compañía de Jesús, convertida en almacén de grano para las tropas. Fue decorada con todo el lujo posible con damascos y terciopelos, esculturas de las artes, y retratos del monarca -con todo el simbolismo de recoger bajo su regio manto a los inventores de nuevos descubrimientos- y del sapientísimo Campomanes, fundador de la Sociedad patriótica.

En un sitio de honor se colocaron los bustos de Cicerón, Copérnico, Arquímedes y Sócrates. Se premió al creador de un telar para hacer cintas; a un cerrajero por los cubiertos y cuchillos de hierro que fabricaba, y a un artesano por las cestillas, dijes de paja y mimbres que tejía con gran habilidad.

El 23 de febrero de 1844 se anunció el programa de los premios ofrecidos por aquella Sociedad Económica de Amigos del País, que adjudicó el 10 de octubre del mismo año.

Entre los más importantes se encontraban 1.000 reales al que con castaña o bellota, con semilla de pino común o del llamado Alerce, plantase un bosque de asiento, de 8 días de bueyes de extensión cercado por seto o pared, prefiriendo al que se realizase en el monte Naranco.

Una recompensa de 640 reales se estableció al que acreditase haber plantado en terreno inculto el mayor número de nogales, castaños, robles, abedules o avellanos.

Otros 1.000 reales corresponderían a quien promoviese una fábrica de queso que igualase o excediese en calidad al que se importaba del extranjero.

Otros 1.000 reales iban a parar al fundador de un fábrica de vidrio, en los hornos carbón de piedra. La misma cantidad se destinaba al que instalase una factoría de loza fina utilizando materiales del país.

El premio de socio de mérito era para el armador que construyese y matriculase el ,mayor buque en uno de los puertos de la provincia.

Un nuevo galardón por el mismo importe, más el costo de la primera impresión, se adoptó para el autor de la mejor cartilla agraria; así como para el que presentase una cartilla doméstica sobre la cura de las enfermedades y mejora del ganado vacuno en Asturias y al autor de la mejor memoria sobre la arquitectura de Asturias anterior al siglo XIII, para investigar la relación con la greco-romana y con la que se conoce bajo el nombre de gótica.

Otro apartado era el relativo a reconocer la propuesta de ideas acerca de las obras de las que sería susceptible el puerto de Gijón, un trabajo que debería ir acompañado de planos y el presupuesto correspondiente. Aquellos próceres asturianos no hacían en ninguna mención a los sobre costes.

La Sociedad ofrecía el diploma de socio de mérito al diseñador de un nuevo género de industria de alguna utilidad o importancia.

Con este motivo invitó a todos los artistas y personas industriosas de la provincia a acudir a la convocatoria, dirigida a "quienes gusten presentar el producto de sus trabajos, teniendo en ello esta patriótica corporación la mayor complacencia por las utilidades que reportará un día a la provincia la exposición pública de sus adelantos artísticos e industriales".

En la exposición de las artes y pinturas, celebrada en 1844 recibieron premio José R. Arias Cachero, por una máquina para molinos de aceite de nuez, fabuco y linaza del país, y Severino Prado por otro aparato para hacer botones. También se repartieron diplomas y medallas en los cuales ya figuraba el lema de la sociedad "Discesapientiam" (aprender la sabiduría).

José Francisco Uría y Riego, además de dar nombre a la principal calle de Oviedo e influir decisivamente en la construcción del ferrocarril Gijón-León por Pajares, participó en la Exposición Agrícola de 1857, en la que obtuvo medalla de bronce por la elaboración de cecinas de jamones, de su tierra natal, Cangas del Narcea. Alejandro Mon presidió la exhibición convocada en 1875, sobre las riquezas naturales y las artes en Asturias, celebrada en Oviedo durante las fiestas de San Mateo.

Con motivo de la muestra de septiembre de 1902, uno de los certámenes más importantes de su historia, se publicó un periódico titulado "El Eco de la Exposición", al que, inducidos por Pepe San Román, insignes ovetenses prestaron ideas y pluma para su conmemoración: Labra, Buylla, Canella, Jove, Acevedo. No hay espacio para rememorar el pensamiento de estos "amigos del país", que, con temor justificado, vaticinaban un incierto futuro a Asturias.

Uno de ellos afirmaba: "el progreso estriba sólo en que todos trabajemos, cada cual en su esfera, en que todos cumplamos con nuestro deber, aportando a la Sociedad lo que le debemos. Capitalistas, industriales, comerciantes, ganaderos, hombres de taller, hombres de ciencia, no nos dejemos llevar de egoísmos ni de luchas de clases. Sumemos energías para la obra común y aunando esfuerzos conseguiremos el anhelo general".

Aquellos adelantados a su tiempo también denunciaban una cuestión que podemos aplicar al vacío actual del mundo rural: la manía de emigrar de la aldea, dejándose fascinar por los atractivos y comodidades de la ciudad, con más formas de gastar el dinero, y muchos menos de ganarlo, que ha hecho olvidar no solo los encantos del campo, sino las ventajas de su cultivo. Hasta es objeto de curiosidades indiscretas el señor que se preocupa de sus tierras, discurre sobre sus labores agrícolas y conoce la aplicación de las máquinas que figuran en la exposición.

Oviedo, que en la actualidad es ciudad de servicios, también fue urbe en la que florecieron las industrias. No hay más que recordar que a finales del siglo XIX existía la Fábrica de Armas con alrededor de 500 trabajadores; La Amistad, Fábrica de Fundición y Construcción, con más de 100 obreros; la Fábrica de Fundición de Bertrand, con alrededor de 80 operarios; la Fábrica del Gas, las de curtidos, telares, cerillas, chocolate, explosivos, hornos y panaderías.

Por supuesto, si reclamamos progreso debemos seguir los pasos de aquella Sociedad Económica de Amigos del País instalando modernas industrias, remedio para acabar con el envejecimiento y mengua de población. También debemos apostar sin ambages por la educación, la cultura y la investigación, los tres proyectos más rentables para el futuro de la humanidad.