El jueves, a las siete de la tarde, llegó a Oviedo la Navidad. Como cada año, a esa hora las monjas del monasterio de San Pelayo entonaron la calenda, un canto gregoriano que anuncia la venida al mundo del Niño Jesús, el Salvador, y que la comunidad benedictina asentada en el solar fundacional de Oviedo ha mantenido vivo durante siglos.

El rito es el mismo año a año. Y cada Nochebuena, la comunidad benedictina obsequia con él a cientos de fieles y curiosos que se acercan, abriéndoles las puertas de su iglesia. El pasado jueves volvieron a concitar una gran curiosidad y centenares de personas guardaron un rato de su agitada tarde, entre brindis con amigos, familia, horas de cocina y compras de última hora, para reflexionar sobre el misterio de la Navidad y disfrutar de las voces de las pelayas. Y es que se trata de una de las tradiciones más arraigadas de la Navidad ovetense.

La calenda se canta a capela, con una melodía sencilla y monocorde, que en gregoriano se denomina tono "de lecciones". Las monjas enumeran los hitos históricos más importantes desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Cristo. Justo en ese momento, cuando la madre abadesa Rosario del Camino Fernández-Miranda narró el nacimiento de Jesús, la melodía cambió y, durante unos minutos, sonó solo el órgano. Fue el momento más especial de la cita, el de mayor recogimiento y silencio. Todo exactamente igual a través de los siglos, salvo al final del relato para indicar el año de la celebración. Esa tradición medieval se perdió en muchas comunidades tras el Concilio Vaticano II pero en Oviedo Las Pelayas la han preservado.