José Manuel Gómez Rodríguez, Pepe para todos sus amigos y conocidos, llegó a Oviedo, desde su Tineo natal, con apenas catorce años. Comenzó de pinche en el bar La Quirosana de Oviedo, uno de esos locales de parada obligada, que estuvo ubicado en una esquina de la calle Fray Ceferino. De allí se marchó al Cabo Peñas, ubicado en la calle de Melquíades Alvarez. El tercer trabajo en la capital lo encontró en La Paloma, en la calle Argüelles, frente al Teatro Campoamor que cerró sus puertas en 1975. Fundó su propio negocio y más adelante, tras un breve periodo alejado de la hostelería, se embarcó en la aventura que le llevaría a ser conocido y apreciado en la ciudad. Trabajó duro, pero tuvo tiempo para cultivar el ciclismo, su gran afición, y también para coleccionar corbatas, otra de sus pasiones.

El niño de Tineo que llegó a la capital. "Nací en Riocastiello, concejo de Tineo, en 1950. Me vine a trabajar a Oviedo con trece años, para trabajar en La Quirosana, en la calle Fray Ceferino. Allí empecé a hacer mis pinitos en la hostelería, un mundo que me gustó desde el principio. Oviedo era entonces una ciudad con una gran vida nocturna, en la que se alternaba mucho. Ahora eso se acabó. Costaba trabajo echar a la gente de los bares. Sobre todo se tomaba vino y combinados, la sidra no tenia tanto tirón como ahora. La ciudad atesoraba mucho ambiente nocturno de cabarets y de clubes, eso desapareció hace años".

Aquel Oviedo que disfrutaba del ocio intensamente. "Salir por la noche no era ningún problema, porque en Oviedo había una seguridad absoluta. Yo no tenía a nadie en la ciudad. Me vine solo y en La Quirosana me daban una habitación para dormir, como a los de la serie Velvet. No iba mucho al pueblo. Las comunicaciones no eran como las actuales y la hostelería dejaba poco tiempo libre. Al Cabo Peñas se le conocía como el bar de las maestras. La mujer empezaba a alternar. Las faldas se habían acortado medio centímetro y todo empezaba a cambiar. Allí estuve cuatro años y de ahí me fui a La Paloma en la calle Argüelles, un hotel restaurante con tertulias de fútbol, muy vinculado al Real Oviedo. Allí estuve hasta que cerró, el 31 de enero de 1975. Nos fuimos a la calle. Entonces monté mi primer negocio con Servando, mi socio: La Gran Tasca, en Posada Herrera, donde estuve cinco años. Pasé cuatro años en un compás de espera, en el sector inmobiliario y del taxi. En 1985 di el salto al Tizón. Lo puse con otro socio. Luego me quedé yo al frente y hasta el día de hoy, con mi hija en la dirección. Al principio era un restaurante parrilla y nos daba muchos problemas. Lo cambiamos a restaurante puro y duro.

Del coñac y las compuestas al gin tónic y la sidra. "En aquellos años se tomaba mucho coñac, vermú y compuestas. Lo de las bebidas va por modas. Ahora le toca el turno al gin tónic y a la sidra. En el aspecto gastronómico también cambiaron mucho las cosas. Vuelve la cocina tradicional renovada.

El día a día y las nuevas normativas. "Los hosteleros trabajamos duro, y a la vez, cada vez nos encontramos con más dificultades, como por ejemplo, las nuevas ordenanzas de terrazas, que no sabemos muy bien en que consisten. A nosotros nos afectará bastante, como a casi todos. Es una norma que se sacó sin pensar. No hay ni reglamentación clara de lo que quieren hacer. L a verdad es que no nos beneficia para nada. Dicen que es por los discapacitados. Por fortuna no hay tantos y cuando llega alguno todo el mundo ayuda al máximo. Esto puede provocar el hundimiento de la hostelería y la desaparición de muchos puestos de trabajo".

Orgulloso de las nuevas generaciones. "Tengo dos hijos: Daniel y Beatriz. Los dos son abogados. Ejercen su profesión, y a la vez, participan en el negocio familiar y lo controlan. Mi hijo acaba de abrir un nuevo local. Yo estoy en proceso de jubilación, pero saben que siempre me tienen a mano cuando necesitan un consejo. Me siento muy orgulloso de ellos".

El fin de los chigreros históricos. "En Oviedo ya quedamos pocos de aquellos chigreros históricos. Teníamos otro tipo de relación con los clientes. Por mi restaurante pasó tanta gente que podría contar miles de anécdotas. La verdad es que no cambiaría mi vida profesional por nada. También tengo claro que los clientes que en un momento dado dieron algún tipo de problema, son los que desconocían el restaurante y su filosofía".

La bici, una más de la familia. "Siempre he sido muy aficionado a la bicicleta. Ahora me he parado un poco por un problema de salud, pero espero volver pronto a pedalear. Me encanta subir por el Naranco. Por eso elegí la zona para hacerme la foto, frente a San Miguel de Lillo, un lugar que me encanta.

Un ovetense de Tineo. "Mi corazón es ovetense, de eso no me cabe duda alguna. Mi mujer es de Oviedo. Nos casamos en la iglesia de La Tenderina, en 1978. Eso sí, mientras vivieron mis padres siempre iba a la fiesta de mi pueblo. También me gusta presumir de tinetense, claro que sí".

Una de las mayores satisfaciones que tuve en la vida fue contar con mi propio negocio; pasar de empleado a empresario, o propietario, que al final, es lo mismo. Durante cuatro años dirigí una agencia inmobiliaria y exploté una licencia de taxis, pero echaba mucho de menos la barra del bar, el contacto con los clientes, las conversaciones y todas esas cosas de la hostelería que volví a recuperar. No me puedo quejar".