La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La bomba del fontán | Las crónicas de Bradomín

En la cresta de la ola

Los malentendidos producidos por un bolso de Valentino lleno de aloe vera y rosa mosqueta durante una sesión de sauna con un miembro del elenco de la ópera

En la cresta de la ola

Entre las múltiples aficiones que compartía con mi amigo René, estaba la del gimnasio. Solíamos acudir tres veces por semana: tabla ligera de ejercicios con pesas para empezar, a continuación partido de squash para finalizar con una sauna dos veces por semana. Debo explicar, aunque resulte un tanto petulante, que estaba atravesando por un momento espléndido en cuanto a forma física. Me encontraba en la cresta de la ola chapoteando por retrasar la caída del paso de los años.

Siempre fui un regular competidor de la raqueta y las paredes, en contraste con mí destreza para el tenis, donde me defendía con dignidad. Hacía unos días que teníamos espectadores en los partidos: dos personas, siempre las mismas. "El de más edad no te quita ojo desde el primer día", comentó René. Parecía algo mayor que yo. Peinaba un trabajado tupé del que no sabría describir la tonalidad; desde luego nada natural. Elegantemente vestido, a la italiana, portando un gran bolso de piel negro; una réplica exacta de Valentino Garavani. Su acompañante un muñeco de nieve con el pelo decolorado.

Pasó una semana y comenzó a picarme la curiosidad. Recurrí entonces a mi buena amiga la recepcionista del club, en busca de información. "Son socios en tránsito", me dijo, "vienen con la temporada de ópera" . Más tarde consulté las listas de reserva de instalaciones hasta dar con ellos: sauna, miércoles y viernes a las 13:00 horas. En mi cabeza comenzó a revolotear el morbo. Hablé con mi amigo para cambiar nuestros días de sauna. "¿Qué te propones?, preguntó René extrañado antes de aceptar.

Allí estaban ellos cuando entramos en la sauna. Pantalón deportivo ambos y el de más edad con un gorro de baño cubriendo su cabello y entre las piernas su gran bolso negro: era como un retrato de la "belle epoque". Tomé asiento cerca de ellos, René dudó y se fue al otro extremo de la bancada superior. Me presenté: "Mi nombre es Bradomín". "El mío Guido", mostrando amplia sonrisa. "Éste", "señalando al acompañante", es mi colaborador Marco". "¿Colaborador dices?". "Sí, soy regidor de escena, sabes". Cinco minutos después: "Disculpa, dije, voy a la ducha a refrescarme y regreso". Volví al interior de la sauna totalmente desnudo. Guido no se cortó para hacerme una revisión de cuerpo entero. Después de unos instantes en silencio tomé la iniciativa. "Perdona el atrevimiento", dije, "¿qué llevas en ese bolso del que nunca te separas?. "Mi atrezzo personal", respondió mientras lo abría. "Botellín de agua, crema de aloe vera para el cuerpo y las "taches", toallitas limpiadoras, champú, aceite de rosa mosqueta y un secador de pelo". "Y tú", dirigiéndose a mí ya desinhibido, "con ese body impresionante que tienes ¿qué te pones?". "Nada especial", respondí. "No me lo creo, con el tono de piel tan perfecto". La temperatura se disparaba. "Te espero en el vestuario", dijo René saliendo de la sauna. Guido, ahora ya carente de pudor alguno, intentó deslizar la mano por mi espalda. Con rapidez me puse en pie e intimándolo con la mirada, le dije: "¡cómo te atreves!". "No creas que soy gay", respondió. "¿Ah, no? Ya comprendo, trabajas de florero en la escena y tu muñeco de cacatúa, marica", le solté mientras me iba riendo con fuerza.

Compartir el artículo

stats