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La bomba del Fontán | Las crónicas de Bradomín

La lista de los godos de Pérez de Ayala

La charla que desveló el escaso entusiasmo del autor de "Tigre Juan" por ser recordado más allá de por una mera relación de títulos

La lista de los godos de Pérez de Ayala

Había recibido llamada de Cayo. Quería cambiar impresiones conmigo sobre un tema relevante. Quedamos para comer. De la conversación telefónica había trascendido que la invitación corría a mi cargo; el Marchica fue el lugar elegido por mí. Pasaba un buen rato de la hora fijada y comenzaba a preocuparme su tardanza. Al final apareció con cara de circunstancia. "Perdóname chico, pero es que Olegario [salón de limpiabotas en la calle Milicias], es un pelmazo", se disculpó. La elegancia era algo innato en él pero aquel día, si acaso, resaltaba aún más. "Puro paño Tamburini", dijo mientras frotaba con las manos el tejido. "Bueno, ¿ya me dirás lo que te ocupa?, pregunté un tanto intrigado. "Mira muchacho, los años van pasando, me encuentro muy mayor...; la cosa es que quiero escribir mis memorias", dijo. "Me parece muy bien", le animé, "supongo que no te resultará difícil teniendo en cuenta el bagaje que llevas acumulado en tu vida", reflexioné. Respondió: "No creas que es tan fácil, me gustaría priorizar, sobre todo, en las cosas buenas". ¿Acaso tienes algo malo que ocultar, Cayo?", cuestioné. "Nada, no es eso", respondió, "pero no quisiera tener que omitir cosas".

La charla quedó interrumpida por la llegada a la mesa de un suculento mero al horno con guarnición. Al poco, Cayo Fontán retomó la conversación. "Mira Bradomín, en esta ciudad siempre existió mucho grandón de rancio apellido; gentes que mantienen a duras penas la fachada y de puerta para adentro: mirlotos fritos y fariñas con leche toda la semana. No conviene molestar a nadie ¿comprendes?", afirmó con seguridad. "De acuerdo", dije, "pero también trataste con personajes importantes; aquí y en el resto de España: por ejemplo a Ramón Pérez de Ayala", le subrayé. "Bueno... tratar. Algo menos", asegura con modestia Cayo, antes de iniciar el relato: "Fue en Madrid, en el año 1961. Me había preparado la visita un antiguo compañero de estudios y conocido periodista asturiano que frecuentaba la amistad del literato. Es necesario aclarar que mi abuelo había iniciado en la cría de gallos de pelea al padre de don Ramón. Vivía en el barrio de Salamanca, no recuerdo la calle. Un piso modesto. Nos recibió en la puerta su mujer. Me hizo esperar en un pequeño hall, mientras ella y mi introductor se dirigieron a una salita donde se encontraba don Ramón. Era menudo y sumamente delgado, estaba sentado frente a una pequeña mesa entre libretas, plumas y lápices. Recordó a mi abuelo, habló de razas de gallos, de su Oviedo, hasta que en un momento de la conversación comenté que mi padre había conocido al trasunto del Tigre Juan. '¿Cómo es que la figura del personaje resulta tan edulcorada cuando según tengo entendido era un gañán?', me atreví a decir. Ayala trazó una desganada sonrisa: 'Veo que tienes el talento crítico que distingue a los ovetenses. Supongo que eres buen lector y, como tal, sabrás la facilidad que tenemos los escritores para fabular. En realidad poco importa, al final todo se resumirá en recordar mis títulos de carrerilla; igual que los reyes godos: tal y tal, Tigre Juan, Belarmino y Apolonio. Como la eléctrica del Oviedo: Lángara, Herrerita y Emilín. Igual'. No me dio opción a más. Algún tiempo después supe por mi amigo que pasaba por una etapa de pesimismo. Un año más tarde falleció".

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