Cientos de ovetenses renovaron ayer su devoción por San Blas, obispo y mártir armenio, y lo hicieron en las cuatro misas que se celebraron en la iglesia del monasterio benedictino de las Pelayas a lo largo del día. Una devoción que se remonta al siglo XVI, cuando ya había en Oviedo una cofradía que había sido fundada para su honor y protección.

En todas las celebraciones religiosas de ayer el templo estuvo abarrotado de fieles, que al final de las liturgias se encaminaron hasta el altar para besar la reliquia del santo protector de la garganta. Se trata de un fragmento de hueso de diez centímetros de largo del antebrazo, posiblemente del cúbito.

"Depositamos con devoción nuestra palabra y nuestra voz en manos de San Blas", comenzó diciendo a los fieles el sacerdote Andrés Fernández, que fue el encargado de oficiar la primera misa, a las once de la mañana.

Pronto se vio que es un cura previsor. Ante la gran cantidad de fieles que quince minutos antes de la hora prevista comenzaban a llegar al templo, Andrés Fernández decidió romper la tradición, y sacó la reliquia del santo protector antes de iniciar la liturgia. La tomó de una urna depositada a la derecha del altar y los devotos pudieron besarla, como también sucedió durante toda la jornada, al término de cada uno de los actos religiosos que se celebraron. Así lo dice la tradición.

"Celebrar a San Blas es decir a la sociedad, a la familia y a los amigos que seguir a Jesucristo merece la pena, como hizo el santo. Es una forma de vida, y con Cristo somos mayoría absoluta, ahora que está tan de moda hablar de ellas", lanzó el sacerdote ante los fieles, a los que también recordó oportunamente que, "tenemos por delante el Año de la Misericordia".

A la entrada de la iglesia, los fieles podían adquirir postales del santo en las que se resumía su biografía, así como medallas, y en la entrada al monasterio, las monjas de la comunidad pusieron a disposición de los asistentes nada menos que 1.200 bolsas con rosquillas de San Blas, cada una con quince unidades.

Las monjas benedictinas prepararon en total 18.000 rosquillas en la cocina del monasterio, una cantidad similar a la del año anterior. Para el próximo año tendrán que aumentar el número, en vista del éxito que cosechan las pastas.

Este popular dulce acompañaba a la veneración del patrón de las enfermedades de garganta desde antiguo, y esta tradición la recuperaron oportunamente las Pelayas el año pasado, después de medio siglo sin prepararlas.

La reliquia del santo y su culto están en este convento desde el año 1854, fecha en que las religiosas fueron expulsadas de su cenobio de La Vega para construir en terrenos de su propiedad la Fábrica de Armas.