Secundino González (San Justo, Turón, 1961) ha encontrado su mejor terapia en la pintura; la forma ideal de sacar de su cabeza la enfermedad mental que le sumió hace unos años en la oscuridad. Por eso, ahora, sus clásicos bodegones y su figuración realizados en colores fríos se han transformado en paisajes de paletas cálidas y en abstracciones profundas, obtenidas gracias al arrastre de espátula sobre el lienzo, inspiradas en la naturaleza. "Superé mi etapa azul, como Picasso", cuenta entre risas. Una muestra de ese trabajo reciente se puede descubrir en la galería Cimentada hasta el 26 de marzo.

Ingeniero de minas retirado, siempre estuvo ligado a la pintura. "Aprobé muchas asignaturas de la carrera gracias al dibujo"; pero nunca lo vio como medio de vida, a pesar de ganar con él concursos de primer nivel. "Es algo que me ayuda a evadirme, nada más". Sus cuadros hablan de su entorno cercano porque, como decía Toulouse Lautrec, "no se puede pintar lo que no se conoce". Pero sí crea paisajes propios, con una identidad imposible de encontrar en la realidad. "Me gusta darle una nueva vida a cosas que pasan desapercibidas". Y el resultado son varios sentimientos enmarcados, en los que los códigos solo están para romperse.