"Asturias es una tierra de paisajes. El paisaje no cambia, lo que cambia es la mirada del artista y la plasmación plástica". Con esta reflexión arrancó ayer Alfonso Palacio, director del Museo de Bellas Artes de Asturias, la conferencia que ofreció en el Centro de Interpretación del Hórreo de Bueño con la que se celebró el cuarto aniversario de la inauguración de la institución. Precisamente el centro, tal y como explicó María Fernanda Fernández, una de sus responsables, alcanzó anteayer las 10.000 visitas. "Es un orgullo que tantas personas hayan pasado por aquí en estos cuatro años y se fuera sabiendo un poco más de algo tan nuestro como son los hórreos", reconoció.

Palacio hizo un repaso de las grandes obras y artistas de "El paisaje de la pintura asturiana". Con una gran capacidad didáctica y haciendo partícipes de la charla a los vecinos asistentes, Palacio desgranó la historia más reciente -desde finales del siglo XIX a la actualidad- de cómo ha evolucionado la técnica del paisajismo entre los más destacados pintores asturianos.

El director del Bellas Artes arrancó su clase magistral analizando algunas de las pinturas de Evaristo Valle y Nicanor Piñole, y de cómo ambos artistas supusieron "un punto de inflexión" y de ruptura con el realismo de la generación anterior. "Introdujeron (en referencia a Valle y Piñole) las corrientes posimpresionistas", explicó el experto, para luego analizar obras de Valle, en las que, entre otras cosas, destacó "los horizontes estrechos y elevados" que plasmaba en sus paisajes. Palacio destacó la capacidad de Evaristo Valle de "introducir de una manera muy sencilla la complejidad del campo asturiano en algo tan pequeño como un lienzo.

El responsable del Bellas Artes habló sobre el "panteísmo profano", sobre la "sublimación de la naturaleza" en las obras de Evaristo Valle, y de cómo esto era "algo similar a lo que reflejaba Pérez de Ayala es sus libros". Mientras, sobre Nicanor Piñole destacó "sus grandes autorretratos" y advirtió de que al ser un pintor con una extensa producción -murió con cien años- es un artista "muy falsificado". Sobre algunas de sus obras paisajísticas, señaló la utilización de los "efectos lumínicos" y de las "composiciones agitadas" que tomó de la escuela de los iluministas. Y de cómo en muchos de sus trabajos "casi no hay dibujo" ya que este "viene dado por el color". Con estas y otras armas, Piñole se convirtió en el único artista asturiano que participó en 1925 el exposición que la Sociedad de Artistas Ibéricos organizó en Madrid, "y que marcó el inicio del arte nuevo en España". Palacio señaló, mientras analizaba la obra de Piñole "Recogida de la manzana" (1922) cómo el pinto utilizó en esa obra técnicas de los foguistas "usando colores muy llamativos, chillones y saturados".

Tras Valle y Piñole, Palacio analizó los principales nombres y sus aportaciones de la segunda generación de paisajistas asturianos del siglo XX. Entre ellos destacó a Manuel Medina, el pintor para quien los motivos fundamentales que utilizó en sus trabajos fue la finca que poseía en Roces (Gijón). "Desde el punto de vista formal su obra se acerca a la de Cecilio Pla", explicó el experto en arte.

Dentro de la segunda generación de paisajistas, Palacio hizo un alto para destacar la obra del avilesino Florentino Soria -hermano de los también artistas Nicolás y Jesús-, que sobresalió por pintar paisajes panorámicos y por la espiritualización de los mismos. En este grupo, Palacio incluyó a Eugenio Tamayo.

El director del Bellas Artes no dejó pasar por alto el trabajo de Magin Berenguer y Ruperto Álvarez Caravia. Y se detuvo en nombres como Alfredo Truán, José Manuel San Julián, Joaquín Vaquero Palacios o César González-Pola.