Beatriz Díaz Molina (Oviedo, 1969) estudió en el colegio de las Dominicas -"tengo muy buen recuerdo y le estoy muy agradecida"- y en la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo. Desde el año 2001 ejerce como cardióloga en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde se ocupa prioritariamente de la insuficiencia cardiaca y el trasplante de corazón.

-Está casada con un médico, y tienen tres hijos. ¿Les aconsejaría ser médicos?

-Siempre te gusta, es lo que conoces y sí me gustaría que alguno fuera médico. Pero es una cosa de vocación. Lo ideal es hacer lo que te gusta.

-O sea, que no intentaría quitárselo de la cabeza.

-No, ni ser médico ni ser otra cosa. Hombre, si me dicen que quieren ser toreros...

-¿Cómo fueron los seis años de carrera?

Buenos. Saqué un buen expediente. Me acuerdo de Carlos Otín: era el primer año que daba clases aquí, era muy joven, pero ya infundía respeto. En una ocasión, me riñó un poco por decirle a una compañera cómo se hacía una práctica de laboratorio. También de Pérez Casas, que sólo con entrar en el aula ya impresionaba; de Agustín Hidalgo, que daba clases muy divertidas...

-¿Y después?

-Hice el MIR, me gustaba la cardiología y tuve la suerte de poder coger plaza aquí. Terminé la especialidad en 1998 y estuve trabajando en Galicia hasta 2001. Ese año empezó la unidad de insuficiencia cardiaca y trasplante del HUCA. El doctor Lambert me llamó y me vine. Mi marido y yo queríamos volver a Asturias por motivos familiares.

-La insuficiencia cardiaca amenaza con convertirse en una especie de epidemia, según los expertos.

-Tienes pacientes muy graves que con medicinas, dispositivos y todas las herramientas de las que disponemos mejoran muchísimo. El trasplante es una opción más. Luego, los pacientes trasplantados son casi de la familia, porque los cuidas antes, durante y después, y te comentan todos los problemas que tienen.

-¿Es fácil empatizar con esos pacientes?

-Yo creo que tienes que empatizar con todo el mundo. Tienes que conocer muy bien no sólo el problema concreto de ese momento, sino todo su entorno, las enfermedades asociadas, para poder atenderle bien. Y luego él tiene que entender la enfermedad, saber por qué le pides que coma sin sal, por qué toma cada medicación, qué efectos secundarios tiene? Así le resulta mucho más fácil seguir el tratamiento. Inviertes mucho tiempo con las personas. Tienes que llegar al paciente, notar que te otorga su confianza.

-¿Se plantea venir cada mañana al hospital como una funcionaria, en el peor sentido de la palabra?

-Nunca me lo he planteado. Es muy difícil para un médico. Cuando atiendes a pacientes que están graves, te dan las tres de la tarde, te vas para casa, pero vas dándoles vueltas... A veces no tienes claro ni el diagnóstico. Y a lo mejor estás en casa, se te ocurre algo, lo miras y encuentras una solución. Me sucede con cierta frecuencia, imagino que como a todo el mundo.

-¿Algún caso que le haya dejado huella?

-Una señora que se trasplantó hace pocos meses. Estaba bien el viernes, y el sábado estaba fatal: hipotensa, sensación precomatosa... Tenía un problema de tiroides, y durante la cirugía y el posoperatorio el tiroides puede quedar insuficiente si no lo ajustas mucho. Además, las infecciones en los trasplantes pasan un poco inadvertidas, y éste era uno de esos casos.

-¿Y sucedió que...?

-Que tratando el tiroides y la infección pasó de estar fatal a estar bien, en cosa de una semana. No es nada espectacular, pero son problemas que se presentan con cierta frecuencia y que pueden complicar mucho la situación de un paciente.

-¿El médico corre el riesgo de implicarse demasiado?

-Supongo que sí. No sé si es riesgo o beneficio, pero a veces puedes llegar a enfrentarte a un compañero por discrepancia de opiniones. Terminas una guardia en la que has trabajado muchísimo y te vas a la cama cansada, pero tranquila. Pero terminas una guardia en la que has discutido con un compañero y terminas muy mal. Luego están las situaciones en las que se muere un paciente. Cuando es gente joven por la que no puedes hacer nada es muy duro. Te da pena, por supuesto, pero no puedes estar de luto permanentemente.

-Deporte, pasión por el running, muertes súbitas? ¿Integramos bien el ejercicio físico? ¿Usted hace deporte?

-Ando en bici o voy a la piscina los fines de semana. Es estupendo incorporar el deporte a la rutina de las personas. Otra cosa es que alguien de vida sedentaria empiece de repente a hacer un ejercicio brusco, con el consiguiente riesgo. En global, entiendo que compensa. Es mucho peor pasarse horas sentado frente a la televisión o el ordenador que hacer ejercicio.

-¿Cómo dar con el punto exacto?

-Sentido común. Empezar poco a poco y medirse los síntomas. Si estás corriendo y no puedes más, no sigas, que siga el otro si quiere. Ir cogiendo fondo de forma paulatina.

-La cardiología es una especialidad con prestigio, la que eligen los primeros clasificados en el MIR.

-Porque es la más bonita (risas). Hablando en serio. Es muy bonita y muy completa. Tiene todos los elementos de la medicina: diagnóstico, un elenco de tratamientos muy completos, desde fármacos hasta cosas muy complejas, como el implante de la válvula aórtica... Y tiene bastante demanda. Quizá un hospital pequeño puede permitirse el lujo de no tener una determinada especialidad, pero un cardiólogo lo necesita siempre. Eso contribuye a que las salidas laborales sean más fáciles. Luego quizá existe un consenso social de que el corazón y el cerebro son órganos más nobles y que es más difícil tratarlos adecuadamente. No sé...

-En estos últimos veinte años la cardiología ha evolucionado una barbaridad, por ejemplo en la vertiente intervencionista.

-Desde luego. En el diagnóstico también, con la ecocardiografía y las técnicas de imagen. Lo que teníamos hace 15 años no tiene nada que ver con lo que hay ahora. Y otras técnicas no estrictamente cardiológicas, como la resonancia y el TAC, han pegado un estirón muy grande. Diagnosticamos patologías que antes ni se conocían, como la miocardiopatía no compactada. En muchas pruebas, antes veías unas rayas que eran difíciles o imposibles de interpretar, por ejemplo para ver las arritmias. Y lo mismo desde el punto de vista terapéutico: desfibriladores, stents, válvulas, asistencias ventriculares? Son campos que están creciendo mucho.

-¿Eso se traduce en calidad de vida?

-Por supuesto. Por ejemplo, con la resincronización. En los pacientes que tienen un bloqueo en la rama izquierda, que es un trastorno en la conducción, el corazón bombea con poca fuerza y de forma desordenada. Con la resincronización consigues que el corazón trabaje de forma más ordenada.

-¿Cómo se hace?

-Es un marcapasos con dos cables, uno va al ventrículo izquierdo y otro al derecho. El mismo día que se le coloca el dispositivo, el paciente ya nota que respira mejor y que le cambia la vida. De estar viniendo al hospital cada poco o no ser capaz de subir una pequeña pendiente, pasa a hacer una vida prácticamente normal. Conste que la maquinita no es suficiente de por sí: hace falta cuidar la dieta, la medicación? pero da una satisfacción enorme.

-¿Detalles de gratitud de un paciente que le hayan llamado la atención?

-Muchos. Quizá especialmente el de una señora que, después de que su marido se muriera, me hizo un regalo. Muchas veces la gente tiene detalles, pero sabe que va a seguir viéndote. Ahora bien, que te regalen algo cuando todo se ha terminado...

-¿Alguna vez ha pensado que le gustaría ser cirujana cardiaca, para tener una capacidad de resolución más directa?

-No, eso lo tengo clarísimo. Respeto mucho a los cirujanos: yo no sería capaz de estar seis o siete horas en un quirófano. Quizá veo que en los servicios médicos el facultativo tiene mucha más autonomía que en los quirúrgicos, y a mí me gusta trabajar con cierta autonomía.