Los policías de frontera y las modelos de alta costura siempre tienen cara de enfadados. Y aquel guardia marroquí del paso de Beni Ensar, entre Melilla y Nador, lo corroboraba. Sobre todo después de haberme quitado la Leica porque a una de mis queridas sobrinas, que me acompañaban en el viaje, no se le había ocurrido nada mejor que ponerse a sacar fotos a troche y moche en mitad del puesto fronterizo.

Descubrir a la reportera aficionada y sacarme a mi del pobre Seat Ibiza apuntándome con un kalashnikov, o algo así, fue todo uno. No hace falta comer un pastel entero para descubrir su sabor; puedo decirles lo que siente un espía cuando lo trincan.

Le gritan, lo empujan por un pasillo con colillas por el suelo, lo meten en una oficina lúgubre, aparece un tipo uniformado que se sienta al otro lado de una mesa, enciende un cigarrillo, echa una calada y observa en silencio al agente secreto caído en desgracia. Después estudia el pasaporte del enemigo. Y vuelve a mirar a la víctima igual que una araña a una mosca. Es como en las películas. Hasta la primera frase es la misma: "¿Motivo de su visita a mi país?". "Conocer Annual, donde estuvo mi abuelo. Ver el escenario de aquella batalla". "Fue una gran derrota para ustedes, la mayor de su historia militar. Por supuesto su abuelo fue uno de los doce mil muertos españoles, no se salvó prácticamente nadie de los suyos?", comentó.

"No, no. Alguno más logró huir", contesté intentando dar un poco de normalidad a la situación. "Concretamente el que luego resultó ser abuelo de mi mujer", añadí. El militar rompió a reír y dijo: "Vaya mala suerte que tuvo usted; un tiro más y hubiese sido libre. En cambio ahora se encuentra encadenado a una esposa". Hice como que me reía yo también. "¿Y si iba a Annual para qué quería usted obtener fotografías de este puesto fronterizo?", preguntó de nuevo.

Le expliqué que mi sobrina desconocía que no se pudiesen hacer unas fotos más de viaje, no otra cosa. "Es una chica joven, con poca experiencia aún. Pero seguro que no volvería a suceder", indiqué.

El oficial aceptó la explicación, me dijo que ni mis sobrinas ni yo teníamos precisamente aspecto de pertenecer a ningún Servicio Secreto, más bien al contrario, aunque había espías con el mismo aire descalabrado que yo, comentó sonriendo.

Entonces, sin mediar palabra, de un cajón sacó un puñado de avellanas que, para mi sorpresa se puso a abrir directamente sobre la madera de la mesa, golpeándolas con el mango de un puñal. Estaban deliciosas.

La "Corylus avellana", venida de la China, es un alimento muy nutritivo y poco indigesto. Fue usado desde antiguo contra la impotencia. Asturias, con excelente clima y suelo para el avellano, fue notable productora. Los frutos se exportaron en grandes cantidades, principalmente a Inglaterra, hasta que la región fue desbancada por Cataluña, donde supieron hacerse potentes cultivadores.

Pero la historia no ha acabado, y estoy seguro que volveremos a crecer. Ya se sabe, "ye querer". Su cultivo no tiene problemas, salvo el gorgojo, y se pueden obtener las plantas retirando en invierno los hijuelos que produce, o sembrando la avellana de dos años, aunque lo más recomendable es adquirir los plantones en viveros especializados pues así conseguiremos la variedad que deseamos sin necesidad de injerto.

La formación en las plantaciones profesionales suele ser de tronco único. En jardinería y cultivo tradicional se plantan en mata, con varios troncos.

En otoño, tras la recogida, se ponen a secar al sol unos días, antes de su almacenamiento, y en paz. Y bien tostadas, como se vendían en las romerías, son exquisitas.

De pronto, el oficial amante de las avellanas se levantó, me entregó la cámara, sin carrete, y los pasaportes, me dio la mano, y se despidió diciendo: "le deseo una feliz estancia. Y no nos culpe de lo que sucedió en Annual. La estrategia equivocada del General Silvestre acampando allá arriba y el pánico fueron los causantes de todo. Los bereberes no somos mala gente", concluyó.

Y era cierto. Pero de mano acojonaban.