El fuego ha rondado y tomado al asalto las calles y las casas de Oviedo en muchas ocasiones. En la Edad Media los incendios eran frecuentes y voraces: en un par de horas arrasaban con todo. Eso es lo que ocurrió en las Navidades de 1521, con el fuego que comenzó en un horno de Cimadevilla y que se llevó por delante las tres cuartas partes de la ciudad y probablemente muchas vidas humanas, aunque de eso, según la cronista oficial de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, no existe ningún registro. La ciudad quedó arruinada, hasta el punto de que tuvo que renunciar a la segunda torre de su Catedral.

La profesora de Historia de la Universidad de Oviedo María Álvarez, estudiosa de la Edad Media, cita un fuego anterior a ese, con el que en 1352 Enrique de Trastamara puso fin al asedio a la ciudad. Este no fue accidental sino un acto de guerra y la devastación que acarreó puede rastrearse años después en los documentos que hablan de los solares que dejó vacíos en la ciudad.

En la Edad Media los incendios en Oviedo eran, según la historiadora, "el pan nuestro de cada día" y resultaban devastadores. El caserío era apretado, las calles estrechas, las construcciones, de madera y en ellas se acumulaba enseres, hierba, leña, personas y animales. Una chispa era el infierno. El gran incendio del XVI hizo comprender a las autoridades municipales que era necesario tomar medidas y comenzaron a pensar en términos de planeamiento urbano. Se impusieron restricciones a la construcción de edificios, se reguló la anchura de las calles, se sacaron los hornos y otras actividades de carácter industrial del centro de la ciudad.

Aún así no expulsaron el fuego de Oviedo. Los siglos siguientes no caen dentro de ámbito de estudio de María Álvarez pero la profesora no duda de que también durante ellos debieron producirse incendios. Carmen Ruiz-Tilve menciona dos, ya en la época moderna, el del hotel Manteola, en la calle Magdalena, a finales del XIX y el del Banco Asturiano ya en el XX.