La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La tragedia de la calle Uría

Y de repente, el descontrol

El derrumbe llegó con las llamas sofocadas y los bomberos en labores de "contención" Testigos dicen que la casa se colapsó "horas antes" y que se les gritó para que desistieran

Decenas de curiosos observan detrás de la valla las labores de los bomberos en la zona del incendio.

A las 16.15 horas del jueves, hubo una concejala del Ayuntamiento que resopló y, en voz baja, anunció lo que todo el mundo ya veía: "Es oficial, el incendio está controlado". Y lo estaba.

A las 16.18, tres minutos después, el edificio se derrumbó.

Hay casualidades que son pesadillas, coincidencias macabras por las que alguien debería pagar.

La historia del incendio es una historia con mal de ojo: cinco horas de encogimiento general con un edificio que se nos iba y una hora de angustia total que derivó en tragedia absoluta nadie sabe muy bien por qué.

El momento crítico se produjo en el menos crítico de los momentos: con las llamas sofocadas y los bomberos en labores de "contención", enfriando los posibles focos para evitar, sobre todo, daños en los edificios colindantes. Eran los minutos de la basura, como llaman los futboleros a ese momento en que todo está decidido y el público se puede empezar a marchar.

Y hubo concejales que lo hicieron, que se fueron, dando por hecho lo que todos dimos: que el balance se quedaba en un edificio menos en Oviedo con la enorme pena que conlleva eso y los innumerables daños materiales. Al menos, coincidíamos todos, se había salvaguardado lo verdaderamente importante: las vidas humanas.

Pero no. Si el destino, retorcido como es, quería hacer daño de verdad, no le pudo salir mejor su perverso plan. La estructura se fue a desplomar justo en el momento en que dos valientes seguían al pie del cañón.

"Nadie se explica qué hacían allí", comentó ayer un bombero de Oviedo. Y seguramente nadie se lo explicará hasta que hable el chico herido y cuente, si quiere, si le apetece, si puede, qué fue lo que pasó. Nadie puede saber si alguien les dio la orden para que se metieran allí o si lo hicieron ellos por su cuenta. Lo que se sabe seguro es que no se desengancharon del brazo del camión para caer desplomados con una pila de escombros.

Hay testigos que contaron ayer que se les gritó para que desistieran, para que salieran de allí. Los hay también que explicaron, rotundos, que "no estaban sujetos al brazo articulado", que era su "único seguro de vida". Por ejemplo Miguel Ordóñez, bombero y delegado de prevención del Ayuntamiento de Oviedo, representante del colectivo en la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI). Ordóñez pidió cautela y tiempo para sacar conclusiones, pero ofreció aportaciones interesantes. Dijo, por ejemplo, que el edificio era "un cadáver" desde "horas antes" al derrumbe y que "que se iba a caer lo sabíamos todos".

El descontrol llegó de repente, de cero a cien en un pestañeo, un charco convertido en tsunami arrasando todo a su alrededor. Por qué aquellos valientes pusieron sus pies en ese techo puede encajar: para hacer mejor su trabajo, para servir a la sociedad. Quién (o quiénes) lo ordenó, si es que alguien lo hizo, lo aclarará la investigación.

Sea lo que fuere, ese punto de inflexión, ese momento crítico que nadie se explica, dejó corazones rotos, caras pálidas y mucha desolación.

Había que ver ayer al semblante del concejal de Seguridad Ciudadana, Ricardo Fernández. Dos minutos antes del derrumbe estaba en el punto en que cayeron todos los escombros. Pero eso era lo que menos le precoupaba. Bastante tenía.

Compartir el artículo

stats