Carlos Espina, su mujer, Herminia Campuzano, y su hijo Javier vieron caer su casa desde la calle como a cámara lenta. Y la película duró siete horas. El padre de familia estaba a unos metros del portal a eso de las doce de la mañana mirando hacia arriba. "Parece que todo el humo está concentrado en mi vivienda, que está en el segundo piso". Lo dijo aparentemente tranquilo, como si la cosa no fuese con él, cuando en realidad es el propietario de todo el bloque.

Ni el matrimonio ni su hijo estaban en casa cuando se desató el fuego. Les avisó su asistenta y fueron para allá. Javier prefirió quedarse entre la gente, como uno más. "Estudiaba y me avisaron de que mi casa estaba en llamas. Espero que el fuego no acabe con ella". Los que le rodeaban no daban crédito: "¡Madre mía! ¡Qué horror!".

Más avanzados la mañana y el fuego, Herminia Campuzano se dio cuenta de la magnitud del siniestro, pero aparte de relatar que su familia se había librado por los pelos de sufrir daños personales, y de que su piso era la única vivienda del edificio - que alberga varias oficinas-, comentó: "Lo único que sentimos ahora es impotencia". Y su casa se vino abajo.