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Luis Parades y el juego de la serendipia

El artista reguerano presenta en la Escuela de Arte sus enigmáticas esculturas de vidrio, en las que el medio se convierte en una parte fundamental del mensaje

El artista reguerano.

Si hay alguien que conoce el vidrio en lo bueno y en lo malo, ese es Luis Parades (Parades, Las Regueras, 1964). Aunque lleva toda su vida asentado en Asturias, es más fácil ver al artista, aunque él no sea muy amigo de identificarse con este término, fuera de España que dentro. "En Asturias no hay una trascendencia cultural de este tipo de arte. Si tus ojos no están acostumbrados a verlo es difícil que conectes con él. A las galerías les cuesta apostar por él, por eso la labor de difusión es muy trabajosa", afirma.

Pero él no desiste en el fin de ser profeta en su tierra, y una buena muestra de ello es la exposición que presenta en la sala de exposiciones de la Escuela de Arte hasta el próximo 22 de abril, coincidiendo con las IV jornadas de Diseño de Interiores. Una oportunidad única para acercarse a sus enigmáticas y sorprendentes esculturas de vidrio a partir de la instalación improvisada que Parades ha diseñado, en la que se mezclan más de 40 piezas de tres series distintas, la arquitectura efímera y la iluminación. Un trabajo cargado de emoción y azar con el que el artista demuestra su manejo e investigación con este material desconocido. Entre las piezas, se descubren la mezcla de técnicas, los juegos de luz y color, las texturas y la carga de significados y mensajes que el autor pone en bandeja al receptor. "Esta exposición debería verse de noche, para que el ojo se fije en lo que yo quería, en los efectos de la luz. Pero como pienso que todo lo que hago tiene vida propia, verla a otras horas permite otras lecturas que me encantan. Es bonita las 24 horas del día", bromea.

Como muchas cosas en su vida, "la serendipia", ese resultado inesperado que llega durante una búsqueda que perseguía otro objetivo, hizo que se encontrara con el vidrio cuando tenía 17 años. Empezó utilizando su cara más industrial, hasta que la investigación le hizo girar hacia su lado más plástico y personal. "A los 21 años decidí empezar a investigar por mi cuenta. Romperme la cabeza y llorar, en una palabra". Poco después descubrió unos ciclos de talleres monográficos en La Granja de San Ildefonso, en Segovia, en donde conoció a referentes mundiales en diferentes técnicas que él ponía inmediatamente en práctica en el taller que tenía y sigue teniendo en Las Regueras. "Al día siguiente del curso, empezaba a buscar lo que quería representar en base a lo que había aprendido", dice.

Ese esfuerzo ha valido la pena, no solo porque esté en las ferias y en las salas de exposiciones de Francia, Alemania, Estados Unidos y dentro de poco de Australia, sino porque él está satisfecho con su trabajo. "Ver hecho lo que tu cabeza imagina es el reto. Esa es la adrenalina que te permite y te anima a seguir". Aunque no hace para nada ascos a conseguir que el receptor sienta la misma emoción que él durante la creación, una labor en la que la principal dificultad es saber jugar con cabeza. "Esto cobra vida en cuestión de segundos. Desde la primera idea, en cuanto empiezas a trabajar con el vidrio, empieza a modificarse y tienes que tener claro el criterio para saber parar el juego, sino estás perdido".

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