El ánimo plebeyo y abatido

elija en sus intentos temeroso

primero estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso

al caso adverso inclinará la frente

antes que la rodilla al poderoso.

(De Epístola Moral a Fabio)

Querido amigo imaginario: Por supuesto que, ni por asomo, pretendo impugnar, rechazar, argumentar o polemizar en contra de la opinión de un reconocido profesional; al menos así lo has demostrado, con notables obras, a través de los años. Lo que nos ocurre a los mortales de a pie es que, llevados por emociones encontradas, opinamos sin conocimiento de causa, sin una base científica que avale nuestras apreciaciones, y sin el mínimo rigor exigido para proclamar nuestro, (en este caso mío, por haber calificado de inapropiada la nueva fachada del Museo de Bellas Artes. Sí, la que da a Rúa y a la plaza de Alfonso II), sin duda, errado análisis arquitectónico.

¿Qué ocurre? Pues, ya sabes, cuando la ignorancia es atrevida puedes alcanzar el cenit de las necedades. Queridos lectores, échenle un vistazo, a la fachada en cuestión, y opinen.

El caso es que, siguiendo tus indicaciones epistolares, me puse a "mascullar", (según el Diccionario del Español de Manuel Seco: decir algo entre dientes y de modo poco inteligible), lo antedicho y, mira tú por dónde, mi mente se encogía, transitaba hacia los cerros de Úbeda y se desequilibraba más y más. Sobre la marcha decidí que mascullar no cuadra con un carácter apacible y, en lugar de ello, para no dilapidar un brillante futuro intelectual, acudí a los sanadores cauces del karma. Acusando la falta de costumbre, dediqué unos minutos a "meditar" el por qué había llegado a una conclusión tan sumamente errónea sobre la maravillosa fachada, diseñada por Francisco Mangado, para el Museo Bellas Artes de Asturias, en la plaza de Alfonso II el Casto de Oviedo.

Antes de nada quisiera ponerte en situación de cuántos y cuáles fueron los elementos que propiciaron mi indebido razonamiento. Sabes que me gusta recorrer nuestros montes; realizar caminos jacobeos; visitar -si puedo hacerlo a pie mejor que mejor- recónditos pueblos y capillas escondidas; en especial me priva pasear por Vetusta y, dentro de ella, uno de mis espacios preferidos se encuentra siempre bajo el luminoso haz radial de nuestra torre flamígera, índice de piedra, orgulloso ciprés en vuelo hacia las estrellas.

Un hermoso rectángulo áulico es el que resiste tras cercenar, allá por la tercera década del pasado siglo, nuestra memoria rediviva preñada en el gran incendio de 1521; resistente a pestes, terremotos, vendavales y especuladores. Desaparecida, para dejar paso, en nombre de una nefasta tendencia impulsada por un falso modernismo, a una amplia visión de la torre catedralicia, prólogo y epílogo maldito de un hecho tan aciago que, con la indispensable ayuda de doña Piqueta la Hacendosa, hizo desaparecer el barrio por excelencia, aquel en el que, en busca de la reprimida Ana Ozores, reposaba la mirada don Fermín de Pas. Todo a costa de extirpar historia, "arquitectura", costumbres, memoria y sentimientos.

Es público que no pretendo distraer tu mente abriendo la espita del baúl literario de Pilares y Tigre Juan, propiedad de don Ramón Pérez de Ayala; ni por asomo con el voluptuoso meneo faldero de Obdulia Fandiño; o con el hermético pensamiento de Pompeyo Guimarán, con el que entiendo te sientes tan comprometido. Si bien, he de reconocer que tienes mucho caletre y, en un santiamén, salvo que técnicamente estés en contra, has de reconocer que en esta deliciosa plaza, aunque artificial por lo apuntado anteriormente, tal vez, a causa de los avatares acaecidos a través de los tiempos, nos topemos con un núcleo urbano aparentemente urbanizado. Del mismo podemos mantener conceptos encontrados, válidos en su materialidad, aunque no podemos olvidar que este espacio, perennemente, ha sustentado una coherencia estilística digna de mantenerse, no de inmerecidos pastiches.

Tan solo una breve mirada en derredor para entender esta panorámica abierta a dos distorsionados polos de atracción. El primero de ellos, crecido en torno al terreno desbrozado por Máximo y Fromestano, concluye su plenitud a mediados del siglo XVI, cuando la gran flecha ornamentada con deliciosos bordados en piedra se corona con la esfera del mundo.

El otro, el edificio más antiguo de Oviedo, la última muestra viva anterior al pavoroso incendio de 1521, levantado alrededor de una torre medieval, el Palacio de la Rúa, muestra altivo su severa fachada.

Pues este lienzo occidental de la plaza se magnifica con la casa de la marquesa de San Juan de Nieva (1899), seguido de lo poco que queda de -hasta que se derrumbe, junto con parte de la herencia de doña Velasquita Giráldez, y en el solar resultante el Ordinario de la plaza construya un hotel de cinco estrellas- la casa de los Llanes (1740) y la capilla de La Balesquida (1725). No es necesario decírtelo, por doquier que alces la vista, la plaza te regala reposo íntimo y amable en las nobles construcciones de Camposagrado, Valdecarzana-Heredia-por obvio no menciono Catedral y San Tirso- y las torres que se alzan sobre, desde ellas y en su contorno.

Aledaño, en la Rúa de los Tenderos, las construcciones han engarzado en el tiempo con las anteriores. Pared con pared con el palacio de los marqueses de Santa Cruz nos remontamos al XVI. Al otro lado, a caballo entre clasicismo y barroco, está la casa de los Oviedo Portal. No sé si estarás de acuerdo conmigo, supongo que así será, cuando afirmo que entre estas y las citadas anteriormente conforman un espacio con tradición constructiva local y universal; uniforme y coherente, de gran intensidad formal, visual, funcional y, sobre todo, vivo. Vivo porque permanentemente sostiene un diálogo, no un monólogo como el advenedizo frente del Bellas Artes, con el resto de edificios.

Como persona culta, además de experimentado viajero, que no turista al uso, has hecho de tu profesión una creencia. Por tanto, no me negarás que la arquitectura costumbrista, tradicional, elegante, hidalga?, jamás es ciega o dogmática porque mantiene abierto el espíritu en busca de nuevas ideas y proyectos. Eso sí, siempre que existan meritorias razones para coexistir (que no es el caso).

Lo que en modo alguno admitirá su categoría constructiva, salvo que se lo impongan (que sí es el caso), y por supuesto no llevará con resignación cristiana, es el amanerado estilo de arquitectura erudita -no hace falta manifestar que me refiero "erudita a la violeta", tú ya me entiendes-, que han plantificado a su vera. ¡Tan molesta a la vista como la burbuja navideña de Movistar o cualquiera de las carpas que instalan en ese espacio urbanísticamente sagrado!

Para finalizar, más que nada para no agotar tu paciencia, me gustaría conocer de buena mano si tu admirado Patxi Mangado, acuciado por la necesidad de actuar sobre un edificio preexistente, concibe como edificio aislado el que transcurre desde la casa Oviedo-Portal hasta su final en la plaza del Rey de Oviedo.

Comprendo que al tratarse de un hábitat bastante más evolucionado el problema a resolver era endiablado, mas para ello está el ingenio del artista. Tal vez la solución de superponer la fachada histórica sobre la funcional hubiese quedado perfecta en otro ambiente, por ejemplo en la Escandalera u otro similar de finales del XIX o comienzos del XX.

Quede claro que no reclamo un estilo arquitectónico a imagen y semejanza del ya existente porque las imitaciones casi siempre resultan horripilantes. De todas formas la solución aplicada parece extraída con fórceps del cerebro diseñador, para encajarla, de mala manera, en el espacio y el tiempo. Vamos, lo que tú apreciado amigo Alberto, quizás por ignorancia, denomina "arquitectura errante".

Seguro que esta modesta epístola, además de no solucionar nada, tampoco modificara tu opinión al respecto. Claro que si estas líneas te arrancan una sonrisa me doy por satisfecho.