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La vida en torno a las termas

Chorros de agua en un balneario.

Desde los comienzos de su existencia el hombre utilizó el agua, y de manera muy especial la denominada termal, con fines terapéuticos y como objeto de culto sagrado. Los baños rituales (inmersiones, aspersiones o abluciones), rodeados de una aureola de misterio y sacralidad, ocuparon desde siempre un espacio prominente en el devenir de la humanidad. El agua purificadora está presente en todos los momentos de la historia, desde el mundo heleno al Antiguo y Nuevo Testamento, sin olvidar las arraigadas costumbres de la antigua Roma.

Heródoto (484-425 a. C.), distinguido como padre de la historiografía, se erige en el gran narrador y fundador de principios esenciales en los tratamientos balnearios griegos. Está referenciado igualmente que para Hipócrates (460-370 a. C.) el manejo del agua constituía un método curador de primer orden, usando el líquido elemento como solución para algunos padecimientos. Se aprovechaba de todas formas: la fría paliaba los dolores articulares, en procesos inflamatorios y contracturas musculares, mientras que la caliente era aconsejada en espasmos musculares, insomnio y para las llagas.

Se refería también a la eficacia del mar para combatir las erupciones cutáneas y determinadas heridas, lo cual supone los inicios de la moderna talasoterapia. La sistemática practicada era muy parecida a la de hoy día: piscina, chorros, baños de vapor, paños húmedos calientes y aplicaciones de barro.

Durante el imperio romano los procedimientos clínicos basados en el líquido elemento alcanzaron enorme relevancia y difusión, dotándose a la práctica totalidad de las ciudades con caldas o burgas públicas -algunas de esbelta arquitectura-atribuyendo a su aplicación efectos extraordinarios y una influencia saludable. Los establecimientos termales consistían en una zona de baños y de un gimnasio entorno a un patio con pórticos y piscina. Pasaron, pues, de su empleo medicinal a un disfrute placentero.

Llegada la Edad Media, las creencias cristianas priorizaban la limpieza del alma respecto a la del cuerpo, considerándose los balnearios lugares de promiscuidad y perversión. Por tanto, durante este período se hizo poco caso de las aguas medicinales, incluso escaseaba el abastecimiento del líquido a los habitáculos y, por ende, era bastante precario el aseo personal. Un caso extremo que confirma lo dicho es la orden de Alfonso VI de León y Castilla (1047-1109), mandando derribar los baños que había en sus reinos debido a que su mala utilización afeminaba a los soldados. "Los baños pueden ser al enfermo beneficio / mas quién los toma por vicio / tórnase medio mujer", decía el monarca.

En la Europa del período Barroco resurgen los conocimientos hipocráticos, y se generalizan los baños como uno de los paradigmas higienistas. Además, el auge de la química, al permitir percatarse de la composición del agua, le priva de una concepción mágica o misteriosa. A partir de entonces se impulsó una naciente rama clínica: la hidrología médica. Surgieron a la sazón numerosos galenos que desarrollaron metodologías basadas en esta técnica. Las aguas minerales-aquellas con una proporción en sales superior a la media o con iones característicos-contienen elementos químicos con virtudes medicinales; unas veces ejercen su efecto mediante la ingesta, otras se aplican vía cutánea, estimulando las terminaciones nerviosas de la piel y/o absorbiéndose para pasar al flujo sanguíneo.

La precariedad de recursos farmacológicos favoreció del mismo modo el desarrollo de las fórmulas hidroterápicas, ya que éstas disponían de herramientas adecuadas para tratar dolencias. La corriente balneoterápica, con ejemplos tan elocuentes como Bath (Inglaterra), Vichy (Francia), Marienbad (Chequia) o Montecatini (Italia), comienza a afincar en España.

Finalizando el siglo XVIII se inició la edificación balnearia con la intervención de prestigiosos arquitectos, beneficiando a los manantiales con fama de curar enfermedades. Muchos de estos recintos se transformaron en lujosos lugares de recreo, aprovechados por los sectores sociales acomodados.

Por entonces solo existían unas pocas construcciones de innegable interés artístico: Trillo (Guadalajara), Solán de Cabras (Cuenca), Archena (Murcia) y, de manera portentosa, Las Caldas de Oviedo (Asturias).

Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX cuando se produjo la verdadera expansión de la hidroterapia, al albur del avance de la investigación científica, lo que coadyuvó a conocer la génesis de los manaderos, los rasgos composicionales del agua y su eficacia.

Con la creación en 1816 del "Cuerpo de Médicos de Baños" se establece la primera normativa para el manejo correcto de los balnearios, comportando la obligación para estos profesionales de elaborar y remitir a las autoridades sanitarias unas memorias anuales, dando cuenta de las gestiones, instalaciones existentes, obras de mejora realizadas, medios disponibles, estudios analíticos de las aguas y estadísticas de enfermos, de sus respectivos centros.

La Ley de Desamortización de 1855 fomentó el desarrollo de estos establecimientos, al pasar a manos privadas manantiales y edificaciones, conllevando de hecho una recuperación de los lavatorios característicos de la cultura clásica.

Las clases privilegiadas comienzan entonces a frecuentar los lugares de tratamiento termal, convirtiéndolos en importantes centros de relación social, hasta constituirlos en escenarios de una manera de entender la vida del ocio, amén de crear esperanzas de curación de señalados padecimientos. La legislación contenía tiznes misericordiosos al obligar a tener un reservado para las personas de pobreza constatada.

La presencia de fuentes con propiedades sanadoras en nuestro ámbito geográfico es conocida desde antaño, disponiéndose de diversos alegatos sobre su utilidad.

Luis Alfonso de Carvallo en sus "Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias" (1695) ya se refiere a sus bondades y el doctor Gaspar Casal -apodado el Hipócrates asturiano por sus continuas referencias al más conocido médico de la antigüedad- describe en 1762 las características de ciertos hontanares con atributos termo medicinales.

Las aguas termales se concentran en el centro y oriente de la región, relacionándose habitualmente con calizas de edad carbonífera. Presentan una estrecha relación con zonas fracturadas que alcanzan profundidades importantes, lo que permite la circulación ascendente del fluido calentado por efectos geotérmicos.

Algunas de estas aguas cuentan con un interés especial debido a su mineralización, su termalismo o a la combinación de ambos. Unas pocas han sido, y aún lo son, destinadas a balnearios, otras embotelladas para su venta.

En las sucesivas entregas de "La actividad balnearia en Asturias" se irán desgranando las particularidades de los balnearios más destacados que existieron en el Principado, sobresaliendo los de Las Caldas (Oviedo) -aún activo-, Fuensanta (Nava), Borines (Piloña) y Prelo (Boal).

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