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Noriega, el eterno heredero de Beiras

El alcalde de Santiago de Compostela, próximo pregonero de San Mateo, dejó la medicina para militar en las filas del nacionalismo gallego más activo

Noriega, el eterno heredero de Beiras

El gusanillo de la política le picó a Martiño Noriega (La Coruña, 1975) desde joven. Ya cuando estudiaba su carrera de Medicina en la Universidad de Santiago mantenía una militancia activa en las juventudes del nacionalismo gallego y su organización estudiantil CAF, lo que lo llevó en 1997 al encuentro mundial de las juventudes en Cuba, bajo toda la fanfarria del régimen cubano. Allí coincidió con la que hoy es líder del BNG, Ana Pontón, y, como ella, estaba llamado a ser uno de los nuevos referentes de la fuerza que había sacado al nacionalismo de la periferia política y lo había situado en el centro de la política gallega. En aquel año incluso llegó a situarse como segunda fuerza autonómica con el entonces ya veterano Xosé Manuel Beiras de líder.

La trayectoria de Noriega no puede desligarse de Beiras, su mentor y a cuya sombra lleva un lustro como sucesor in pectore. El joven médico aparcó su trabajo en el servicio de urgencias en 2007 para dedicarse a la política como alcalde de Teo, un pequeño municipio dormitorio de Santiago tradicional bastión del PP. En 2011 consiguió mayoría absoluta mientras el ayuntamiento se nutría de las nuevas generaciones expulsadas de la capital por la burbuja inmobiliaria. Su proyección despegaba como referente para los treintañeros que compartían generación con él e incluso conciertos en Santiago, una de sus grandes aficiones.

Noriega siempre mantuvo afinidad con el célebre protagonista del zapatazo en el Parlamento gallego imitando a Krushev, y lo siguió en sus discrepancias sobre el rumbo del BNG en un debate interno que provocó la ruptura del nacionalismo.

Líder de un movimiento de alcaldes críticos del Bloque, Noriega decidió abandonar su partido de siempre en 2012 de la mano de Beiras en un movimiento que anticipó la ahora tan en boga confluencia y movimientos de unidad popular, en ese lenguaje tan rimbombante de la nueva izquierda. Convirtió sus sombreros en una imagen iconográfica, una marca con la que también realizaba un guiño a las gafas de Castelao, otro de los mitos nacionalistas. Aunque se mantuvo en el ámbito local, el partido que ambos crearon, Encontro Irmandiño primero y Anova después, se unió a los comunistas de Izquierda Unida en Galicia en un pacto inédito que tumbaba décadas de distancia. Beiras lideró esa alianza que debutó con nueve escaños en el Parlamento gallego. Noriega seguía a su sombra.

Aquel experimento era el germen de Podemos, pues Pablo Iglesias participó como asesor en aquellas conversaciones. Al poco tiempo, la confluencia se convirtió en moda y Noriega en uno de sus rostros más conocidos. Cuando llegaron las municipales del año pasado, se vio ante la tesitura de decidir: esperar el salto a la política autonómica para tomar el testigo de Beiras o asaltar la alcaldía de Santiago con una marea llamada Compostela Aberta. Optó por esta última opción y consiguió ser el más votado tras cuatro años de escándalos del PP y tres alcaldes tras la dimisión de dos de ellos por problemas judiciales. Sin embargo, no lo hizo sin polémica, pues tras dejar el BNG no renunció a su acta de concejal y dejó en herencia la Alcaldía de Teo a otro de los fugados de esa organización, lo que sus excompañeros consideran una traición y una mancha en el discurso puro de la nueva izquierda.

Aunque insiste en descartarse, Noriega es visto por Podemos como un serio aspirante final a encabezar la lista para las autonómicas. Culto, de maneras afables, compadre de muchos artistas gallegos y usuario constante de las redes sociales, donde comparte música o repele ataques de la prensa, se ha topado con algunos problemas de gestión comunes, lejos de la grandilocuencia de cambio de régimen que pregonan las mareas, como los baches y mantiene un duro enfrentamiento público con un medio local que le afea casi el color de la ropa que lleva.

Además, hizo bandera de la necesidad de separar la esfera institucional de la religiosa en una ciudad como Santiago, tercer punto de peregrinación mundial, al negarse a participar en actos organizados por la Iglesia en su primer 25 de julio (día de Santiago) como regidor. De nuevo, se ajustó a la política de gestos de la nueva izquierda.

A sus 40 años y padre de una niña que se acerca a los dos años, Noriega se encuentra en el momento clave para dar el salto a la primera línea o arriesgarse a ser el eterno aspirante a suceder a Beiras.

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