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A Santu Mederu le gusta el campo

Merece la pena llegar a la capilla caminando desde el Cristo, pasando por el depósito de agua diseñado por Ildefonso Sánchez del Río en la loma del Picayón

La capilla de Santu Mederu.

Bien cierto es que las personas casi nunca estamos conformes con el guión que nos toca vivir. No hay más que observar nuestra tirante relación con el diminuto espacio geográfico que habitamos. Jamás nos paramos a hacemos porque al contemplarlo a diario no lo valorarnos adecuadamente. Por ello tampoco apreciamos en su justa medida la belleza que circunda nuestro alrededor. Por supuesto que no criticamos esta postura porque gracias a ella, a ese interés por conocer nuevos horizontes en todos los aspectos que determinan el devenir, la humanidad progresa, aunque no estoy capacitado para afirmar si adecuadamente.

Sin embargo, no sé si para bien o para mal, muchas veces renunciamos a conocer nuestro hábitat en profundidad, ese que tenemos al alcance de la mano. Nos apuntamos a viajar, cuanto más lejos mejor, si es necesario, al otro extremo del mundo. Que a nadie le parezca mal, pero irnos de vacaciones a tomar el sol a una lejana playa o a la piscina de un hotel "resort" en Punta Cana, Cancún o cualquier lugar similar no tiene mucho sentido. El sol sigue siendo el de todos los días y la arena otro tanto de lo mismo. Las sombras de cocotero o palmera y pinar cantábrico, ni se diferencian, una vez bajo su fresco manto.

Otra cosa es viajar para conocer renombrados tipos de civilización: historia, arte, construcciones, gentes, fauna, paisajes o rasgos diferenciales. Nada que oponer al gusto de los demás. Eso sí, si les apetece continuar leyendo para más tarde decidirse a visitar el lugar del que les hablaré, mejor que mejor, pues voy a mostrarles la ermita de Santu Mederu. La tenemos a la puerta de casa en un entorno notable.

L o recomendable, para gozar de deliciosas panorámicas, es acercarnos a ella en "el coche de San Fernando," ya saben; "un poco a pie y otro poco andando". Para llegar a Santu Mederu (San Emeterio) salimos por El Cristo. Nos encontramos la iglesia reconstruida en 1947, la de la campana a la puerta y en el suelo, que bien merece un alto en el camino para penetrar en su interior y contemplar la venerada imagen del Cristo de las Cadenas que se saca en procesión el domingo siguiente a la festividad de San Mateo. No menos importante es ampliar la perspectiva de la ciudad de Oviedo y sus alrededores desde esta privilegiada atalaya.

Más adelante resulta obligado detenerse ante la hermosa obra del depósito de agua que, en 1928, Ildefonso Sánchez del Río levantó en la loma del Picayón. Se trata de un depósito de 48 arcos con capacidad para 10.000 metros cúbicos de agua, plenamente integrado en el paisaje a semejanza de un gigantesco platillo volante listo para emprender el vuelo. El tránsito de lo urbano a lo rural es tan inmediato que, sin darnos cuenta estamos inmersos en pleno campo. Las aves menudas, en estas fechas primaverales, no cesan de asombrarnos con sus vuelos acrobáticos y sus trinos.

Por los cercanos prados, perezosamente, ramonean vacas y terneros custodiados por un fornido semental equipado con amenazante cornamenta; yeguas y potros de escasas semanas mezclados con algunas lanudas más el quiquiriquí desafiante de los gallos, armónico conjunto que en un santiamén penetra en nuestros sentidos. Puro ambiente rural de caseríos en cordial convivencia con viviendas unifamiliares.

Claro que cuando levantamos la vista, esta se asombra de la inmensa belleza que vislumbra por los cuatro puntos cardinales. Hacia el Sur y en esta época, la canosa sierra del Aramo, con la Mostayal de avanzadilla y el Monsacro de escudero, nos invita a programar una excursión a sus amables cumbres.

Por el Norte, encontramos el postrer suspiro del Oviedo que se estira hacia Las Campas. Ules, Paniceres y varias aldeas más se recuestan en el Naranco; por suerte esta es la ladera menos dañada por la acción del hombre. Y más allá Latores. Restaurantes, merenderos y sidrerías que, de casta le viene al galgo. Ya en el Catastro de Ensenada, en el término mencionado, figura la taberna de Agustina Fidalgo en la que se vende vino al por menor. O en "Asturias según los asturianos del último setecientos" (Respuestas al interrogatorio de Tomás López), "Saliendo pues de Oviedo, para tomar este camino, se gira hacia el poniente, y a media legua se halla una venta junto a una ermita de San Emeterio, de cuyo santuario toma el nombre?".

Por aquí transcurría la antigua vía de Ventana. Una tremenda pendiente la aupaba desde Tuñón hasta el lugar de Tenebréu, desnivel que se prolongaba hasta el alto de la Collada, en donde otra venta, ya en época medieval, esperaba al viajero. De ahí, por la izquierda del valle, proseguía hasta Lavares; por Peña Constancio se introducía en el valle de Valdecameros, ascendía a Siones y cruzaba el Nalón por Caces. Más allá Las Caldas y Priorio; por Santo Medero a San Lázaro de Paniceres, a Constante en la falda del Naranco y, bordeando la sierra, llegaba a Lucus Asturum (Lugo de Llanera).

Bastantes años después otro camino, tras cruzar el río por el puente medieval, trepaba por Godos a Sograndio y por La Venta de nuevo a Santo Medero, enlazando con la de Caces y Priorio. Santo Medero, Santumedero, San Emeterio. De estas tres maneras se conoce al santo sanador de los males de los pies (luxaciones, torceduras, callos, durezas?). De ahí viene la canción llanisca: "Válgame, válgame / mi tíu coxu rompió un pie / y después que lu rompió / lu llevó a Santo Medé".

La capilla rural que por su patronazgo mantuvo gran devoción entre los peregrinos desde la Guerra Civil se encontraba casi en ruinas. Fue rescatada, en 1989, por el arquitecto José Rivas. Se compone de una sola nave de planta rectangular, de la que tantos ejemplos hay en Asturias.

Está construida en piedra de sillarejo en el siglo XVII, aunque en el mismo lugar, parece ser, existió otra bajo la misma advocación datada en el XV. En su fachada norte destacan dos poderosos contrafuertes en los que, uno de ellos, sostiene el arco de triunfo. Cuatro columnas toscanas, sobre un murete, sostienen el atrio porticado que abre paso, mediante un arco dovelado de medio punto, al interior. La ermita, con techumbre de madera a dos aguas, guarda en su interior las imágenes de Santo Tomás de Aquino, Nuestra Señora del Carmen, Cristo Crucificado, San Celedonio y San Emeterio. También hay figuras policromadas realizadas en pasta de cartón-madera sin el mínimo valor artístico.

El pequeño templo contiene un altar móvil y de madera de castaño, con un precioso escudo, que anteriormente estuvo en la capilla mayor del Seminario de Oviedo. Llama la atención otro escudo sobre una pequeña entrada que se ve en la fachada sur, en el lado de la epístola. Cuentan que al estar totalmente irreconocible se sustituyó con el de la familia Valdés- Lavandera, que nada tiene que ver con lo que pudo ser su primitiva pertenencia a otro abolengo diferente.

Al frente hay un área de recreo en la que podemos descansar y recrear la mirada en su bella arquitectura. En uno de sus bancos, al menos en mi última visita, en cuanto el sol acaricia la madera, descansa un precioso gato atigrado y somnoliento, tan mimoso, que en cuanto le bisbiseas enseña la barriga para que se la acaricies y comienza a ronronear feliz de la vida. ¡Dejémosle unas caricias de regalo, es muy agradecido!

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