Decía Woody Allen que las palabras más hermosas no son "te quiero", sino "es benigno". Cuando tu hija de cuatro años llega del cole con fiebre y llena de granos, lo más bonito que te pueden decir es: "Tú tranquilo, que ya pasaste la varicela de crío". A mí me lo dijeron, sólo que no era cierto. Era la típica confusión con la rubéola, el sarampión o cualquier otra enfermedad infantil, de esas que hay que pasar cuando hay que pasar.
Tampoco me preocupa demasiado: con mi esposa embarazada de tres meses, lo que nos inquieta es si ella la ha pasado. Una serología nos saca de dudas: positivo en anticuerpos. Buenas noticias con susto incorporado: la palabra "positivo" en un análisis siempre acojona. Pero todo está bien y, además, la cría deja atrás la fiebre en un par de días. A la semana, la guaja vuelve al colegio.
A los pocos días me sube la fiebre a mí, pero lo achaco al trajín del curro. De viernes, cobijado en el sofá, llega el primer aviso: un picor en la pierna, un gesto instintivo de arrascarse y un dolor intenso, como de ácido. Me levanto con decenas de granos. El médico lo ve claro: varicela. Baja inmediata y enclaustrado en casa un mínimo de cinco días. Medicinas pocas: antihistamínicos y paracetamol. "Controla la respiración y los genitales", te dicen, en uno de esos consejos que valen para la varicela, la final de Champions o un consejo de administración.
Con un susto ya habíamos tenido suficiente, así que mi mujer y mi hija ponen rumbo a casa de mis suegros. Nos quedamos de "Rodríguez" mi perro "Bowie", mis granos y yo. Somos los nuevos robinsones, aunque a Bowie lo saca mi padre de "la isla" dos veces al día, para que marque el territorio.
Las primeras tres noches no puedo dormir: no encuentro postura con tanto grano. Es la peor fase. Al tercer día, todas las vejigas se ponen de acuerdo para picar a la vez. Al sexto día, un nuevo susto: fatiga y un dolor punzante en la espalda. Es el momento de conocer por dentro el nuevo HUCA. Una placa y una analítica descartan la neumonía, mas los médicos son claros: "Si persisten los problemas de respiración, vuelva".
A los diez días, las vejigas se están secando y el médico me ofrece un alivio: colonia y vinagre, a partes iguales. Funciona. La familia retorna a casa. Ya no hay peligro de contagio y el calvario de los picores ha pasado, pero las fuerzas están bajo mínimos. Es el peaje que pagamos los adultos por hacer cosas de niños.