Siete y media de la tarde. Oviedo Antiguo. Por la plaza del Sol aparece un agente de la Policía Local flanqueado por otros dos compañeros de paisano. Vienen de comprobar si algunas de las terrazas del corazón del ocio ovetense están en perfecto estado de revista. Minutos después aparecen dos coches patrulla que se instalan en el plaza del Ayuntamiento. Se espera una noche de "jarana". Muchos estudiantes han acabado sus exámenes, en el Tartiere juega el Real Oviedo un partido vital para sus aspiraciones de ascenso y han comenzado a subir las temperaturas. El caldo de cultivo ideal para que los "puntos calientes" del casco antiguo se llenen de jóvenes cargados con bolsas de supermercado rebosantes de litronas, botellas de licores de todos los colores, refrescos y hielo, mucho hielo. Pero ayer la presencia policial contuvo las ganas de los más jóvenes de tomarse unas copas en plena calle y prácticamente anuló el "macrobotellón" esperado. Al cierre de esta edición no había constancia de problemas.

Y es que, ante lo ocurrido en la celebración del último Carnaval, con un "macrobotellón" que la Policía Local asume que se "desmadró" -se calcula que hubo más de 5.000 personas-, la concejalía de Seguridad Ciudadana decidió ayer desplegar un operativo especial en colaboración con la Policía Nacional para evitar males mayores.

Los agentes tienen claro el objetivo: prevenir aglomeraciones que acaben con el descanso del vecindario y que el delirio alcohólico de algunos se traduzca, en el mejor de los casos, en puñetazos. Los seis agentes de la Policía Local destinados ayer al operativo "antibotellón" tienen interiorizado cual es el secreto para evitar que el "botellón" se vaya de las manos: estar presentes antes de que empiece a rugir la marabunta. "Vernos los disuade", explican, asumiendo que si la concentración no se corta de raíz desde un principio "luego no habría manera de sacarlos ni con una unidad de antidisturbios". De ahí que un coche patrulla se plante en mitad de la plaza del Ayuntamiento. Otros recorren las calles del antiguo y del centro.

Las zonas de conflicto son conocidas: plaza del Ayuntamiento, Sol, el Fontán, Daoiz y Velarde, Paraguas, Feijoo, la Regla e Ildefonso Martínez. Las patrullas también se mueven por el centro para evitar que el "botellón" vuelva a brotar en puntos donde ya ha sido erradicado: Llamaquique, plaza de España, Centro Cívico... Y por las calles Pérez de la Sala y Rosal para evitar la venta de alcohol a menores en los bares. De paisano hay policías vigilando que los adolescentes no compren alcohol en los supermercados de los alrededores. También se dejan caer por el parque de la Rodriga, donde no hace mucho fueron "pillados" cinco guajes consumiendo alcohol. Los agentes llamaron a sus padres para que fueran a ver lo que estaban haciendo. Otros fueron llevados directamente a sus domicilios. Para muchos este fue mayor castigo que la posible multa por beber en calle -de 750 a 3.000 euros.

Esto hasta las tres de la mañana aproximadamente. Luego la fiesta se desplaza a los bares de Mon o la calle Oscura. Aquí, como explica Alberto Bóveda, inspector de la división operativa de la Policía Local, comienza otra "historia". Ésta pasa por controlar a los sospechosos de portar armas blancas -en las últimas semanas se han producido reyertas con heridos- y a los "amigos" de carteras y móviles ajenos.

Entre medias, los agentes utilizan grandes dosis de psicología para aplacar los ánimos cuando se calientan. "Es un problema social, no policial. No son delincuentes", dice Bóveda, que defiende que ponen menos multas de las que podrían. Aunque claro, cuando alguno se orina en la rueda del coche patrulla o se duerme con la cabeza apoyada en los botones del portero automático de un edificio algo hay que hacer. Por eso hoy y mañana el dispositivo se repetirá.