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Los cultivos del Paraíso

Melocotones veloces

Melocotones listos para degustar.

En los mapas se leía Río de Oro, o Sahara Español. Un familiar trabajaba en una de las contratas de Fos-Bucraa, la gran empresa española que explotaba el mayor yacimiento de fósforo del mundo, reparando la cinta transportadora de más de cien kilómetros que unía la zona de extracción, en medio del desierto, y el punto de embarque, en la costa.

Aficionado a la caza, alguna vez salía con su Land-Rover en busca de piezas, y en una de aquellas ocasiones el vehículo le jugó una mala pasada. Se había detenido para buscar con sus prismáticos alguna víctima de su rifle. Tras la observación giró la llave de contacto pero nada sucedió. La batería había muerto. Todo a su alrededor era llanura arenosa. La falta de corriente traía consigo la imposibilidad de utilizar la emisora. En una pequeña loma próxima vio una jaima. Se acercó.

La tienda era espaciosa, alfombrada, y con uno de los laterales abierto. Delante estaba un saharaui.

Era de estatura media. Bajo el turbante blanco había un rostro de barba rala que envolvía una sonrisa. Los ojos negros eran de aristócrata. Un buen rebaño de cabras ramoneaban a lo lejos. Aquel hombre de pose orgullosa era educado y hospitalario. En un castellano sinuoso comentó a mi familiar la imposibilidad de acercarse caminando a ningún sitio dado lo avanzado del sol, pero seguro que saldrían en su busca nada más que lo echasen en falta en Bucraa, sin duda ya al día siguiente.

Con cuatro leños sarmentosos, preparó una fogata en la que asó dos pequeñas piezas de cordero. Unos dátiles y varios vasos de té ardiente con menta completaron la cena. Mi familiar recordó que tenía en el coche una bolsa de melocotones, fruta que añadió a la austera comida.

Del Prunus pérsica existen montones de variedades. La histórica en Asturias es el piescu, aunque también reciben este nombre los albaricoques de nuestra tierra. Este árbol, casi arbusto por su tamaño, vive en cualquier rincón del Principado pues es amigo de los climas suaves, aunque puede aguantar bien el frío. Se caracteriza por una floración temprana y llamativa, blanca o rosa, y madura en verano, antes que la manzana y después de los nisos.

El piesco, o piescu, que tanto monta, si es nacido en Asturias tiene un punto levísimo de acidez que unido a la riqueza de su sabor y al aroma lo hace bocado de cardenal, muy superior a la dulzura plana del melocotón. La pescal, o piescal, es un árbol veloz, con prisa, pues fructifica a los dos años de haber sembrado el hueso -nacen muy bien- y muere pronto, a partir de los 15 años. Entre sus males resalta la enfermedad de la lepra, que deforma sus hojas, cambiando de color en el lugar del daño. Es un hongo que se frena fácil aplicando el mismo cobre que se usaremos para la parra.

Como toda fruta, cada piescu es en realidad un buen pildorazo de vitaminas y minerales. No puede faltar en una huerta o jardín.

La mitad de la noche la pasaron charlando. Fuera de la jaima se veía un cielo de estrellas inacabables. El saharaui no entendía como había gentes que querían vivír en ciudades, sobre todo si todavía eran más grandes que El Aioun que conocía y en la que había visto a los habitantes enterrados en un cenagal de vacuidad, vicios y esclavitud por un dinero que nada más recibido tenían que entregar para seguir viviendo en aquel mundo artificial e infeliz.

"Ustedes tienen melocotones en el desierto, pero han perdido el enlace con la naturaleza, ni siquiera dominan ya algo tan sencillo como preparar un simple fuego, guiarse por las estrellas o escuchar el silencio. Ya no sobrevivirían sin todo eso que han fabricado; es como si los hubiesen trasladado a la luna, donde solo se puede caminar con el cuerpo envuelto en artilugios especiales". Al poco de amanecer, una avioneta sobrevoló la jaima y el Land-Rover, y una hora después apareció un vehículo de Fos-Bucraa. Nunca olvidó a aquel pastor.

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