Candela Álvarez se sumerge en el océano a las diez de la mañana para ver tiburones, rayas, medusas, corales, estrellas y algún que otro pez martillo. Le da la sensación de que el mundo marino se mueve al ritmo de la música relajante que ella y dos de sus compañeros del centro Ángel de la Guarda oyen en ese momento. En realidad, no son buceadores ni están en una misión científica en el Pacífico. Son alumnos del colegio de Educación Especial que la Asociación de Ayuda a las Personas con Parálisis Cerebral (Aspace) tiene en Latores desde 1983. A Candela, a Ignacio Castelao y a Pedro Zapico les toca recibir clase en el espacio virtual, un aula dotada con sistemas de retroproyección, pantallas envolventes y montajes digitales que les ayudan a mejorar su atención y relajarse, y aumentan su motivación.

Este es sólo un ejemplo de los medios tecnológicos con los que cuenta el centro, que es de carácter privado-concertado, por el esfuerzo de la dirección y los trabajadores, que han sido capaces de diseñar sus propios sistemas de aprendizaje. Así, el aula de realidad virtual es única en España y por ella pasan todos los chicos del centro educativo a lo largo del curso para disfrutar del océano, las cuatro estaciones o la playa que los trabajadores han creado digitalmente para ellos.

Las instalaciones de Aspace están divididas en dos centros que aunque funcionan de forma independiente, están comunicados por un túnel. Al primero asisten los niños desde su etapa de bebés hasta que cumplen 21 años porque allí está la unidad de atención temprana y el centro escolar. Los adultos van al segundo, donde se encuentra el Centro de Apoyo a la Integración (CAI) y el centro residencial. En total, Aspace tiene 180 usuarios procedentes de 18 municipios que reciben educación y amor a partes iguales de la mano de las 98 personas en plantilla y las que prestan sus servicios en el transporte y el comedor que gestiona la Consejería de Bienestar Social y la de Educación.

En el centro educativo hay departamentos de fisioterapia, logopedia, educación musical, ayudantes, orientadores, trabajadores sociales o deporte adaptado, entre otros. Mientras que el CAI, que también cubre todas las necesidades de sus usuarios, tiene fisioterapia, terapeutas ocupacionales o logopedas gracias al empeño de la dirección en solicitar subvenciones o en agudizar el ingenio para conseguir financiación. Y es que, a juicio de Aspace, es insuficiente que el Principado -en base al Decreto de Acreditación para un CAI- sólo surta de director, psicólogo, educador y cuidador al centro de apoyo.

La atención temprana, clave para avanzar

Por eso, la asociación pide una reforma urgente del decreto para que se contemplen las singularidades de cada CAI de manera que el Gobierno regional reparta los recursos en función de las necesidades concretas de los centros. "Sería lo lógico porque la asociación, que acaba de cumplir 52 años, ha ido creciendo al mismo ritmo que las necesidades de los usuarios y sus familias", explica Rafael Pedregal, el presidente de la comisión permanente de Aspace Oviedo y que sabe muy bien de qué habla. Su hijo menor, de 39 años, tiene parálisis cerebral y es uno más en Latores. Rafael y su mujer, Pilar Bernardo, están muy orgullosos de él y le acompañan periódicamente a las terapias. "Se puso malín a los tres meses por una vacuna y desde entonces le hemos prestado toda la ayuda posible", explica la madre mientras se dirige al departamento de atención temprana para ilustrar lo que cuenta. "Mira, aquí empieza la lucha de las familias que llegan perdidas a Aspace".

Así es. De los 13 niños menores de tres años que hay inscritos, sólo dos tiene un diagnóstico de parálisis cerebral. El resto aún no tiene un informe claro sobre su dolencia. María Fernández, la coordinadora del programa, y la fisioterapeuta Lucía Cot atienden al pequeño Hugo Díaz, de dos años y medio, que llegó al centro en 2015. "Ofrecemos un tratamiento intensivo para los problemas motores, tenemos logopedia y estimulación, damos pautas para hacer en casa, asesoramos a las guarderías y nos coordinamos con todos los especialistas". Lo dicen del tirón y con una amplia sonrisa sin perder de vista al niño, al que cuidan como un tesoro. Su madre, Ana Isabel Silva, espera en la entrada. "Hugo nació con pies zambos y estuvo escayolado hasta la ingle. Luego notamos que no sostenía la cabeza y el médico nos derivó hasta aquí. Vivimos en Siero y venimos dos días a la semana". Su historia es similar a la del resto de padres que llegan perdidos a atención temprana. y encuentran la comprensión y ayuda que buscaban.

Los chicos atraviesan varias etapas formativas: los cursos de Educación Básica Obligatoria (EBO) y de Transición a la Vida Adulta (TVA) antes de cambiar de centro y pasar a formar parte del CAI. La tecnología está omnipresente y es el hilo conductor entre ambos espacios. Lo explica la gerente de Aspace, Henar Fernández, junto al director del centro educativo, Alfredo Llaneza, durante la visita a varias clases de EBO. Allí, prácticamente todo el material está adaptado. Hay ordenadores con pulsadores de barbilla, reposacabezas y brazos articulados, e incluso los juguetes tienen los mismos sistemas para que ningún niño se quede con las ganas de coger un muñeco o disfrutar de un tren eléctrico.

Noé González, de 11 años, toca la guitarra en un "beamz", que aunque no es un juguete, tiene la capacidad de entretenerle, formarle, mejorar su atención y capacidad motora, y motivarle. Es un sistema controlado por láser y ordenador que reproduce los sonidos de instrumentos permitiendo a sus usuarios, sean cuales sean sus capacidades física e intelectuales, crear música de una forma intuitiva con un movimiento de mano. Cuando Noé lo hace, suena una guitarra clásica y su profesora Patricia Orviz le aplaude y busca otro sonido en el ordenador. Ella aclara que el sistema es de origen holandés y que también lo usan los Dj.

En otra clase, Juan Escribano también disfruta de la música. El niño reposa sobre una cama de agua en la que siente las vibraciones del sonido; una melodía de estilo zen. A su lado, la adolescente Patricia de la Guerra trabaja la fijación visual y la manipulación al tocar un haz de luces led.

En el edificio de adultos, una de las residentes veteranas, Pilar Fernández, de 55 años, sale al encuentro de los visitantes. Le gusta fotografiarles con la tableta digital que lleva incorporada en la silla de ruedas. Es una de las inquilinas de la residencia de Aspace en Latores, que tiene 23 plazas. Diez están ocupadas de manera permanente y las otras trece sirven para estancias temporales o de fin de semana.

Detrás de Pilar aparece sonriente la directora del área de mayores. Neus Verdú, encantada de mostrar el trabajo de la cooperativa "Yo también puedo", el aula de informática o el extenso programa de cooperación con colegios e Institutos. Y es que los adultos del CAI tienen una amplia producción de objetos decorativos que hacen con material reciclado y que luego venden en el mercadillo solidario de Valnalón (en el paseo de los Álamos) para reinvertir el dinero en Aspace y organizar excursiones o actividades deportivas como esquí adaptado. Además, están acostumbrados a hacer videoconferencias con otros centros de Aspace y se encuentran inmersos en la preparación de programas de televisión que emitirán por internet.

Los que también trabajan y tienen nómina son Fernando González, Berta González y María Cachero, exalumnos del centro que han sido contratados en el servicio de limpieza de Aspace. Todos son una gran familia.