Jesús Manuel Maújo Fernández (Pruneda, Nava, 1963) trabajó de aprendiz, administrativo y peón antes de llegar a la medicina. Tiene plaza en el Hospital Valle del Nalón, pero ejerce en el servicio de urgencias del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) en régimen de comisión de servicios.

-Su vida profesional ha dado muchas vueltas.

-Fue un periplo largo. Entré de aprendiz en Ensidesa con 15 años. Trabajé en Gijón y Avilés, a tres turnos, y en paralelo fui estudiando Medicina en Oviedo. Tardé unos cuantos años. Hoy, con la exigencia de la carrera, sería imposible hacer esto, pero en aquel momento había más flexibilidad. Además, los profesores se portaron bien conmigo. Por ejemplo, me dejaban hacer prácticas en verano cuando no podía hacerlas durante el curso.

-Fue progresando poco a poco.

-Trabajé en Ensidesa en varias cosas, hasta que llegué a los servicios médicos. Hice de todo: de camillero, de técnico de ambulancia, de encargado de la farmacia... Al final, vi que no había opciones y que era un tipo de trabajo que no me llenaba. La urgencia es lo que siempre me gustó desde pequeño.

-¿Existe una vocación específica de médico de urgencias?

-Siempre me gustó el perfil de la urgencia, de la emergencia. No tenemos especialidad, pero sí una serie de connotaciones que siempre me encajaron. Haces técnicas, desarrollas habilidades que otras especialidades no te permiten, quizá porque son un poco más médicas. Esta especialidad es mixta.

-¿Qué es lo que más le gusta?

-La sorpresa, la inmediatez, la cercanía con el paciente. Abundan las situaciones graves, de tensión, de miedo, y esa posibilidad de cercanía, de consuelo, de ayuda, aparte del aspecto puramente médico, es algo que me gusta. Siempre me ha gustado estar cerca de la gente, empatizo bien. Además, cuando tenía 35 años sufrí un infarto de miocardio, y el año pasado tuvieron que implantarme tres "bypasses". Esto me ayuda mucho a ponerme en la piel del paciente.

-Hay quien dice que las urgencias no son un área adecuada para envejecer como médico.

-Es cierto. Es complicado, pero si no te queda otro remedio... Son turnos de doce horas, que se hacen largos y pesados. Paras a comer, y poco más. Y si luego estás, por ejemplo, en la zona de pacientes críticos tienes que estar físicamente muy bien y tener mucha concentración.

-Cuándo se incorporó a la sanidad pública?

-Empecé la residencia en 2003. Llevo todo el tiempo en el HUCA, el periodo de especialización y diez años como médico de plantilla.

-¿Algún recuerdo especial?

-Hay de todo, recuerdos buenos y malos. Pacientes con los que las cosas fueron bien y que luego vuelven a verte o incluso quedas con ellos fuera y te presentan a la familia, y estrechas lazos con ellos. Y pocos recuerdos malos, sobre todo en relación con cosas que no salieron bien. Guardo en mi casa los datos del primer paciente que me falleció; me acuerdo mucho de él. No fue que se hiciera nada mal. Fue un caso desgraciado. Tenía 40 años, y falleció de forma inesperada. El sufrimiento de la familia fue tremendo. Era una situación muy difícil de manejar. Yo acababa de llegar y me sentí sobrepasado. Luego vas asimilando las cosas de otra forma, aunque siempre son situaciones que te dejan cierta huella. Tengo en la cabeza unos cuantos pacientes, afortunadamente no muchos, que se quedaron en el camino.

-¿Ha hecho amigos entre los pacientes?

-Sí, bastantes. Muchos de ellos vuelven a urgencias, se acuerdan de ti y te saludan. Lo que más recuerda la gente es la relación personal. Además, claro está, de la solución a su problema de salud, que puede ir o mejor o mejor. Muchas veces no depende de lo que tú hagas, sino de la evolución natural de las cosas. Pero la relación personal deja huella. Y, cuando llegan, te saludan y te preguntan cómo estás, antes incluso de contarte el problema de salud por el que vienen. Eso es muy gratificante.

-Aunque en un servicio e urgencias se trabaja contrarreloj, ¿conviene saber pararse? Hablo, por ejemplo, de informar con calma a los familiares.

-Es fundamental, y probablemente ahí tenemos un déficit del que hablamos mucho entre nosotros. En los días con más presión asistencial, vas de un paciente a otro, y hasta se te olvida. Te ayudan bastante los compañeros de atención al usuario, que te dicen: "Oye, a tal o cual familia no se la ha informado". Hay que prestar atención a esta cuestión. En primer lugar, porque es nuestra obligación. Y, segundo, porque mejora mucho la calidad de la asistencia. El paciente y su familia saben por dónde va el proceso, se quedan más tranquilos, saben que tienen que esperar más o menos tiempo.

-¿El paciente y su familia escuchan lo que se les dice o lo que quieren oír?

-Depende de la situación. En situaciones críticas, es mejor dar una información muy concreta y escasa. No están receptivos, porque la situación es delicada. En otros pacientes menos graves puedes establecer comunicación sin mayor problema. Quizá deberíamos esforzarnos más en usar un lenguaje coloquial que la gente entienda bien.

-¿Se va para casa con los pacientes en la cabeza?

-A veces, sí. Y nos interesamos por su itinerario posterior. Son pacientes complejos, y además nos gusta saber si el trabajo que hemos realizado ha tenido un buen final.

-¿Cuál es el tipo de paciente que menos desea que llegue al servicio de urgencias?

-Por lo general, el paciente más complejo que podemos tener es el politraumatizado, por ejemplo en un accidente de tráfico. Una persona joven y con muchas lesiones.

-¿El médico no sabe por dónde empezar?

-Sí lo sabes, pero es tal la amalgama de problemas que presentan que el manejo es complicado. También el paciente psiquiátrico que viene intoxicado. O los intentos de suicidio, que son situaciones que te hacen pensar mucho. Ves que quizá puedes dar una solución médica, pero esa persona tiene también un problema social y la sociedad no le da respuesta, y por eso decide quitarse de enmedio.

-¿Llegan con frecuencia pacientes sin familia?

-No me ha ocurrido muchas veces, pero sucede. Tenemos una unidad de observación, donde podemos retener al paciente 24 ó 48 horas; y un departamento de asistencia social que trata de buscar soluciones, al menos transitorias. Son situaciones desagradables. La asistencia que damos cada vez tiene mayor complejidad social.

-¿Cómo ve a los médicos jóvenes?

-Las nuevas generaciones llegan a la profesión con una preparación teórica mejor que la que teníamos nosotros al llegar. Lógicamente, les falta oficio, como nos ha pasado a todos. Es verdad que ahora, con la Facultad integrada en el Hospital, las prácticas han mejorado mucho. Los que hacen prácticas con nosotros van un alumno con cada médico, para lo bueno y para lo malo. Participan en todo lo que hacemos: exploraciones, toma de decisiones... Salen muy bien preparados. Y también aprenden a relacionarse con el paciente y con sus familiares.

-¿Qué suele recomendar a los jóvenes?

-Sobre todo, dos aspectos fundamentales: la humildad y la prudencia. Dos virtudes que escaseaban más de lo que escasean ahora, pero que son absolutamente fundamentales. Humildad porque todos nos equivocamos. Y prudencia a la hora de decir y hacer cosas. Los jóvenes corren el riesgo de pensar que a los cuatro días ya han aprendido un montón, y de lo que tienes que darte cuenta es de lo mucho que te falta por aprender.

-¿En qué ha mejorado la atención a las urgencias en los últimos tiempos?

-En muchas cosas. En primer lugar, porque en el nuevo HUCA disponemos de más espacios, tenemos aparataje moderno, protocolos de muchas patologías que nos permiten dar una atención homogénea. Tenemos el Código Ictus y el Código Corazón, que nos ayudan a integrarnos con otros servicios y a manejar con rapidez y eficacia situaciones graves.

-El haber sido aprendiz y peón antes que médico, ¿le hace mejor médico?

-Me habría gustado haber llegado antes a la medicina. Por lo demás, mi trayectoria me ha aportado mucho. Conocí a mucha gente de muchos estamentos, mucha gente sencilla y con esa sabiduría que da la vida, y creo que aprendí a ser un poco cauto en la vida, a no subirme mucho a la parra, porque, si no, más tarde o más temprano te caes.