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Un equipamiento social y sanitario para drogodependientes

Drogarse con limpieza para cambiar de vida

El centro de acogida de toxicómanos de Cáritas en Oviedo sólo exige a sus usuarios que se droguen de forma higiénica "Siempre puede saltar el chip para cambiar", dicen los educadores

Desde la izquierda, Fernando Canga, Luisi Espina y Teresa Arias.

-¿Puedo quedarme aquí?

-Sí, pero con una condición.

-¿Cuál?

-Que seas toxicómano.

-Esa lo cumplo. Busco cama.

-Vale.

Este breve diálogo que, con matices, se repite cada pocos días, resume la filosofía del Centro de Encuentro y Acogida (CEA) para toxicómanos que Cáritas regenta en Oviedo. Emplazado en la Tenderina Baja, está basado en lo que los expertos denominan "baja exigencia", una expresión cuyo significado queda un poco más claro si se la asocia a un lema que bien podría ser éste: pedir poco para que den mucho. O sea, que den todo lo que puedan. Pero con paciencia, que no se sientan acogotados: bastante presión les ha metido ya la vida.

En la práctica, a los usuarios del centro sólo se les exige una cosa: "Que si consumen drogas, lo hagan en las condiciones más higiénicas y saludables posibles", subraya Luisi Espina, trabajadora social y responsable del centro. Cumplido ese requisito, adquieren el derecho de ver cubiertas sus necesidades básicas: techo, comida, ducha... "Lo habitual es que estén 15 días aquí y 15 días fuera, de forma alterna", precisa Luisi Espina, quien agrega que también en este aspecto se procura actuar con flexibilidad. Lo que venga después, el tiempo lo dirá.

Y lo que el tiempo va diciendo presenta muchas formas y maneras, una variedad lógica en un centro de 16 plazas que, por lo general, tiene colgado el cartel de casi completo. En el año 2015 pasaron por el CEA de Cáritas 78 varones y 25 mujeres.

Estrella, una muchacha de 24 años que se expresa mejor que muchos ministros, es una de las personas que actualmente vive en el centro de acogida. "Tengo títulos de auxiliar de enfermería geriátrica, de monitora de personas con parálisis cerebral, de asistente de personas dependientes en el domicilio... Estoy a la espera de un piso de los servicios sociales. Mis objetivos son sacar el carné de conducir y ser educadora en un centro de ayuda a drogodependientes", explica en lo que viene a ser la parte bonita de la película.

Ahora, el resto del largometraje: "La casa de mi madre es un ambiente de consumo de drogas. Ayer [por el domingo pasado] consumí. Llegué a dejarlo durante seis meses. Tengo altibajos, pero no caigo en consumos fuertes, es algo controlado, confío en mí misma".

¿Qué le ofrece a Estrella el CEA de Cáritas? "Aquí tenemos un ambiente muy familiar, que te da mucha estabilidad. Se hace un trabajo muy específico con las mujeres. Vengo de la calle. Soy víctima de violencia de género. Las trabajadoras de aquí te abren mucho los ojos en ese aspecto".

La duración de las acogidas es muy variada: desde pocos días hasta bastantes meses. "Lo normal es que se enganchen a nosotros y al centro, y que nos convirtamos en su apoyo y su familia", explica Luisi Espina. Luego, sobre la base del lenguaje más universal que se haya inventado jamás, también llamado cariño, empieza el trabajo. "Procuramos que vayan recuperando su dignidad", explica Fernando Canga, auxiliar educador. La tarea no resulta sencilla, pues la historia personal pesa, y mucho. Pasado un tiempo, "les da miedo marcharse de aquí porque no saben con quién van a encontrarse", precisa la educadora Teresa Arias.

Luisi Espina se confiesa una abanderada de la baja exigencia. "Hay gente que no tiene intención de dejar la droga, y nosotros respetamos esa postura", señala Luisi Espina. En ese caso, asume un particular protagonismo el intercambio de jeringuillas, que se lleva a cabo en el marco de un convenio con la Consejería de Sanidad del Principado, y que dota a los drogodependientes de un "sani-kit" completo que permite que el daño causado por las drogas no vaya acompañado de infecciones y otros perjuicios. En este aspecto, indica la responsable del CEA, este equipamiento desempeña las funciones de "un centro sociosanitario en el que lo decisivo es la salud".

Un papel relevante que cumple la casa de acogida es la de poner a sus usuarios en relación con el centro de salud de Ventanielles y con el centro de salud mental más próximo. De este modo, el personal sanitario puede contribuir a restaurar la deteriorada salud de unas personas que llevan años maltratando a su cuerpo. El personal del CEA recibe las pautas marcadas por los profesionales de la salud y asume la responsabilidad de administrar la medicación estipulada a la hora prevista.

A sus 44 años, Asun ofrece un testimonio estremecedor de lo que es una vida repleta de infortunios: "Mi problema es el alcohol desde hace mucho tiempo. Estuve 14 meses en la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre en Antromero. Luego, de voluntaria en Proyecto Hombre, y trabajando en supermercados, en carnicería y pescadería. Hubo una reducción de plantilla, me despidieron y volví a recaer. Fui a casa de mis padres y fue peor. Mi padre es alcohólico y maltratador; y mi madre, ludópata. De diez hermanos, ocho están enganchados. Mi vida era una mierda. Recaí consumiendo coca".

Hasta aquí, la zona sombría de la biografía de Asun. A partir de aquí, el sol empieza a asomar entre las nubes: "Luego lo dejé todo. Ahora bebo cerveza dos o tres veces al día. Este centro me da mucha estabilidad. Recibo un apoyo y un cariño que no me dan en ningún otro sitio. Si necesitas consumir, te dejan salir. Si no llega a ser por este centro no sé qué sería de mí, creo que estaría muerta. Me dan cariño y muchas cosas que no entran en la nómina. He vuelto y me han aceptado como a una persona más. Tienen una paciencia tremenda. Es bueno que nos riñan, tiene que haber normas. Si no, esto sería una bomba".

El CEA de Cáritas abrió sus puertas en 1993 y la que ocupa actualmente es su tercera ubicación, en la que lleva en torno a doce años. Una nota común a la mayoría de los usuarios es una problemática relación con su familia. "En el mejor de los casos pueden tener contactos telefónicos una vez al mes", señalan Teresa Arias y Fernando Canga. De ahí que valoren aún más el calor de familia que hallan en el centro.

Luisi Espina subraya que "la mujer es mucho más vulnerable, es la peor tratada en todo este mundo de la exclusión". Esta observación es corroborada por Estrella desde su papel de protagonista de primera línea: "La mayor parte de las mujeres toxicómanas tienen hijos y sufren una sensación de culpabilidad por haberlos dejado tirados. Sin embargo, el hombre no asume responsabilidades. Por otra parte, la mujer está más inclinada a pedir ayuda".

Un perfil muy singular es el de Ángel, 58 años. Su casa está situada muy cerca del centro de acogida y, sin embargo, lo que ha encontrado en el CEA no podía ni imaginarlo: "Cobro una pensión. Antes iba de mi casa al bar y del bar a mi casa. Ahora, en vez de ir al bar, vengo aquí. Tengo un problema con la bebida. El desayuno mío eran seis o siete copas de anís. Bebía anís a todas horas. Ya recaí dos o tres veces. Me enviaron a este centro y me encuentro muy a gusto. Si no estuviera aquí, a lo mejor recaía otra vez. Aquí lo paso bien, me distraigo, no bebo".

David, de 31 años, tiene muy bien experimentada la filosofía del recomenzar, de no dejarse abatir por los fracasos. Su historia tiene miga: "Soy de Bilbao. Me echaron de casa y me puse a hacer el Camino de Santiago. Lo hice entero y a la vuelta me quedé en Oviedo. El CEA fue clave, aquí empecé a hacer las cosas bien. Consumía cocaína y muchos porros. Tenía una impulsividad y una agresividad muy altas. No tenía control de mí mismo. Llevo aquí desde noviembre, ahora más calmado. Cuando te caes, tienes que levantarte. Le debo mucho al CEA, esto es como una familia, te dan el respeto que no encuentras en otro sitio. Te acogen y te dan la oportunidad de seguir igual o de cambiar. O de seguir consumiendo con un control más llevadero".

David es un ejemplo palpable de que ser de Bilbao no otorga poderes especiales de forma automática. "En Bilbao no hay centros como éste", bromea en alusión a los tópicos sobre la supremacía bilbaína.

A sus 59 años, Ramón sabe lo que es estar mucho tiempo sumergido en el mundo de las drogas y la bebida: "No tengo estabilidad para estar solo. Necesito alguien que me controle. En la infancia tuve unos problemas muy difíciles que todavía hoy siguen afectándome. Ahora estoy con un tratamiento sustitutivo con metadona. De alcohol, tomo una copa al día. Reconozco que tengo mal carácter".

Los citados son testimonios, por así decirlo, dulces, pero no seleccionados. Corresponden a las personas que andaban por el CEA de Cáritas cuando acudió LA NUEVA ESPAÑA, a media mañana del pasado lunes. Luisi Espina, Fernando Canga, Teresa Arias y el resto de los trabajadores no sólo reconocen, sino que proclaman, que son testigos de historias mucho menos satisfactorias. "Este trabajo desgasta, tomas cariño a las personas y luego te enteras de que alguna se ha muerto, y eso es muy duro", señalan.

Trabajan con gente que no está precisamente abonada al éxito, sino más bien "metida en un bucle del que le cuesta salir". "No es fácil que un toxicómano deje de consumir, pero siempre puede haber un momento en el que le salte el chip de que las cosas pueden cambiar", afirman. Para eso están ellos: para acelerar ese salto del chip, para que el signo de una vida cambie, para que la esperanza nunca se pierda.

David, 31 años

“Te permiten seguir igual o cambiar”

"Soy de Bilbao. Me echaron de casa y me puse a hacer el Camino de Santiago. A la vuelta, me quedé en Oviedo. El CEA fue clave, aquí empecé a hacer las cosas bien. Consumía cocaína y muchos porros. Tenía una impulsividad y una agresividad muy altas, sin control de mí mismo. Cuando te caes, tienes que levantarte. Le debo mucho al CEA, es como una familia, te dan el respeto que no encuentras en otro sitio. Te acogen y te dan la oportunidad de seguir igual o de cambiar. O de seguir consumiendo con un control más llevadero".

Estrella, 24 años

“Se hace un buen trabajo con mujeres”

“La casa de mi madre es un ambiente de consumo de drogas. Llegué a dejarlo durante seis meses. Ayer consumí. Estoy a la espera de un piso de los servicios sociales. Mis objetivos son sacar el carné de conducir y ser educadora en un centro de ayuda a drogodependientes. Tengo altibajos, pero no caigo en consumos fuertes, es algo controlado, confío en mí misma. Aquí tenemos un ambiente muy familiar, que te da mucha estabilidad. Se hace un trabajo muy específico con las mujeres. Vengo de la calle. Soy víctima de violencia de género”.

Asun, 44 años

“Si no fuera por este centro, estaría muerta”

“Mi problema es el alcoholismo desde hace mucho tiempo. Mi padre es alcohólico y maltratador; y mi madre, ludópata. De diez hermanos, ocho están enganchados. Mi vida era una mierda. Recaí consumiendo coca. Luego lo dejé todo. Ahora bebo cerveza dos o tres veces al día. Este centro me da mucha estabilidad. Recibo un apoyo y un cariño que no me dan en ningún sitio. Si necesitas consumir, te dejan salir. Si no llega a ser por este centro, no sé qué sería de mí, creo que estaría muerta. Me dan cariño y muchas cosas que no entran en la nómina”.

Ángel, 58 años

“Mi desayuno eran 6 o 7 copas de anís”

“Cobro una pensión. Vivo en mi casa, aquí cerca. Antes iba de mi casa al bar y del bar a mi casa. Ahora vengo aquí. Tengo un problema con la bebida. El desayuno mío eran seis o siete copas de anís. Bebía anís a todas horas. Ya recaí dos o tres veces. Me enviaron a este centro y me encuentro muy a gusto. Si no estuviera aquí, a lo mejor recaería otra vez. Aquí lo paso bien, me distraigo, no bebo”.

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