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Los vagabundos acampan en la Malatería y el barrio culpa al Principado por desidia

El porche del edificio, un geriátrico hasta 2010, está lleno de colchones y enseres, la maleza crece en el tejado y el mal olor se acentúa con el calor

Una vecina de San Lázaro pasa ante el edificio de la Malatería, ayer a media tarde, con el porche ocupado por vagabundos. LUISMA MURIAS

Elena FERNÁNDEZ-PELLO

"Lo que quieren es que caiga", concluye María Teresa Martín, presidenta de la Asociación de Vecinos de San Lázaro-Otero, en vista de la dejadez en la que está sumida desde hace años la Malatería, un edificio que hasta 2010 ocupó una residencia de ancianos y que ahora está cerrado y desocupado. La preocupación del vecindario se acrecienta con la llegada de nuevos inquilinos, gente que viene y va y que ha instalado colchones y enseres en el porche de un inmueble que es un emblema del barrio. Los residentes en su entorno se quejan de la suciedad y los malos olores, que se intensifican con la llegada del calor, y muestran los tejados donde crecen libremente la maleza y los arbustos. Si eso sucede, sostienen los vecinos, es porque la Administración regional, tanto la Consejería de Servicios y Derechos Sociales como la Dirección General de Patrimonio, no han sabido darle un uso ni cuidarlo durante los últimos seis años.

A lo largo de ese tiempo, el deterioro del edificio se ha agravado. Los vecinos aseguran que todos los escritos y llamadas que han hecho a los despachos del Principado les han servido de poco. Una de las comunidades de vecinos de las Torres del Cortijo no desiste y prepara una carta más, en la que expone el cariz preocupante que ha adquirido la situación.

Los vecinos describen como, hace unos meses, en el recinto se asentaron unas tres o cuatro personas. Posteriormente, se les han ido sumando otras que tan pronto aparecen como desaparecen. "Si sigue viniendo está gente, esto va a ser un campamento", se teme María Teresa Martín. Conviven con perros y con las palomas que se posan en los tejados y esparcen sus excrementos. "Esto está de suciedad que se viene abajo, viene el verano y los olores echan para atrás", lamenta la portavoz vecinal.

Antes, la propiedad enviaba a los servicios de limpieza a adecentar el exterior del edificio antes de que empezara el verano. Este año, a una semana de que finalice junio, nadie se ha dejado ver por allí, según los vecinos más próximos. Lograr que se podaran las ramas de los árboles que crecen en la parcela y que habían acabado por invadir las ventanas de los edificios cercanos costó un triunfo, aseguran.

Una de las vecinas advierte de la inseguridad para los habitantes de la zona y para los mismos ocupantes del recinto, a los que, según cuenta, ve bebiendo y fumando sobre los colchones en los que duermen, con el riesgo de que una colilla acabe en incendio.

Entretanto, cuenta María Teresa Martín, los ancianos que vivían en la Malatería cuando se desalojó y que estaban muy integrados en el barrio están en la residencia pública de La Tenderina y siguen preguntando por "su casina".

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