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Aventura en el tranvía

Las líneas que surcaban Oviedo tenían asientos de madera reversibles según el sentido de la marcha

Antiguo tranvía en Oviedo.

Unos eran amarillos. Los de las líneas de Lugones y Colloto algo más pequeños y el de San Lázaro a la Argañosa más grande. De pequeño sacaba en conclusión que lo de "tran" venía por el rugido que hacían cuando una vía enlazaba con otra y así su ruido y balanceo producía un "tran-tran" inconfundible.

Creo recordar que Lugones era la línea número 1; la 2 el de Colloto y el 3 el que comenzaba en la cuesta de San Lázaro e iba hasta el bar "La Pastora", cruce de las calles Independencia, Avenida de Colón, inicio de La Argañosa y Ramiro I.

Se manejaban, valga la expresión, con dos personas: el conductor y el cobrador. Este último se paseaba de atrás a delante y mirando bien a los pasajeros si ya les había cobrado o no. Los asientos eran reversibles, según la dirección del tranvía, de tal forma que cuando llegaban al final le daban la vuelta a la espalda ya que asiento, era de madera en láminas. No hay que olvidar que en las líneas 1 y 2, a veces, se les enganchaba un remolque, al que se le solía llamar "jardinera".

Yo usé bastante el tranvía y además, por si fuera poco, el 3, que pasaba al lado de mi casa, lo cogía para ir a clase, porque después me apeaba en la parada que hacía esquina enfrente de la antigua Casa de Socorro en Martínez Marina con Rosal y así solo tenía que subir el tramo de la calle del Rosal, para llegar al Instituto Alfonso II, en Santa Susana. Pero no hay atajo sin trabajo, dice el refrán. Se lo cuento, aunque de "cuento" poco tiene.

Cuando subía al tranvía acostumbraba a ponerme al lado del conductor, donde había un hueco, puesto que al otro lado estaba la rueda del freno de mano del tranvía.

Un día eran las 8 de la mañana y discurría el "tran-tran" por Uría. Justo cuando llegaba a la calle Milicias Nacionales, salió un autobús de la empresa Álvarez González que dio una curva abierta y vino de frente. El conductor no lo dudó: echó el freno eléctrico, arrancó su manivela y se tiró a la calle por su parte derecha, a la vez que me gritaba: "Chaval, tírate que viene el autobús".

Como eso de tirarme no se me daba bien, lo que hice fue escapar hacia la entrada de la gente y en ese momento se produjo el choque, justo en la parte donde yo iba. Sentí que algo saltaba sobre mis piernas, eran trozos de cristal y madera, pero nada más. Pasado ese primer susto, regresé a la plataforma y vi que mi cartera con los libros estaba en el suelo de la calle.

Me bajé, la cogí y marché andando por el Paseo de los Álamos hasta la calle Santa Cruz, por donde subí hasta el Instituto. Cundo iba a la altura del cine Santa Cruz me abordó un señor que me dijo: "Estás sangrando por las piernas". No era mucho, pero si unas gotas de sangre me caían. Llegué hasta el Instituto con el fin de que me curasen, pero me echaron para la Casa de Socorro. Allí me encontré primero con un municipal que me preguntó qué me pasaba. Se lo conté y me dijo: "Como eres menor de edad, si quieres poner una denuncia tienes que venir con un mayor". Me curaron y regresé con las piernas vendadas para casa y como no hubo más transcendencia, ni denuncié, ni denunciaron en mi casa. Eso sí, al día siguiente salí en LA NUEVA ESPAÑA más o menos con el texto: "Choque de un tranvía con un autobús de la empresa Álvarez González y el único herido fue Luis..." Vamos, que a mis años me sentí importante.

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