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Fernando Seijo Fernández | Neurocirujano

"Llegas a asumir que un fallo de un milímetro puede dejar a un paciente hemipléjico"

"Quería seguir en el HUCA para empezar la estimulación cerebral en enfermedades psiquiátricas, que en cinco años va a ser un boom, pero decidieron jubilarme"

Fernando Seijo, en Oviedo. Miki López

Fernando Seijo Fernández (Gijón, 1950) puso fin el pasado mes de marzo a 40 años en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Especialista en neurocirugía, a lo largo de su trayectoria se volcó especialmente en las técnicas de estimulación cerebral profunda (neuromodulación), que aprendió durante un buen puñado de estancias en hospitales extranjeros, principalmente en Suiza y Cuba. En esta línea, en el complejo sanitario ovetense puso en marcha novedosas técnicas quirúrgicas para el tratamiento del dolor y del párkinson mediante electrodos. En estas últimas, ha sido pionero en España, donde acredita más experiencia que cualquier otro colega. Realizó la tesis doctoral bajo la dirección de Antonio Pérez Casas y María Esperanza Bengoechea y se especializó bajo la batuta del doctor Julio Sánchez Juan.

-Se ha jubilado.

-Más bien me han jubilado. Cumplí 65 años en marzo del año pasado, y me prorrogaron un año más. Este segundo año no aceptaron otra prórroga. Sigo trabajando en el Centro Médico de Asturias.

-¿Usted quería seguir?

-Sí, porque lo que hago me gusta. Me gusta y me llena. Y la cabeza me funciona bien, físicamente me mantengo, pero...

-¿Cómo ve la norma que obliga a jubilarse a los 65 años?

-Absurda. Tú quieres seguir, y si sigues evitas una pensión y encima produces. Lo que se está haciendo no tiene sentido. Siempre y cuando quieras seguir y estés capacitado.

-Pero la capacidad no es fácil de medir.

-Se puede medir. Ahí está el currículum de cada uno. Pero como todo está politizado, los currículum no sirven para nada y lo que cuenta es lo que dicen los sindicatos. Pues eso, café para todos.

-¿Resuma su historia en el HUCA?

-Entré en 1975 como médico interno, primero en el Hospital General, seis meses. y luego me cambié a la Residencia Sanitaria, al Covadonga.

-¿Qué tal era la formación que recibió?

-Buena, y sobre todo había un ambiente espléndido, te integrabas fácilmente, era tu hospital.

-¿Había sentido de pertenencia al hospital?

-Total, y de complicidad.

-¿Y qué pasó?

-En los años 80 hubo dos huelgas muy gordas y las cosas cambiaron totalmente. Ahí empezó una lenta decadencia. Si se pregunta a la plantilla del HUCA, desde celadores hasta médicos, qué sensaciones tienen, la respuesta no sería muy satisfactoria.

-¿A qué se debe esa desmotivación?

-A la falta de liderazgo, que es fundamental. Antes teníamos unos jefes de servicio, que en general habían pasado unos filtros adecuados; tenían conexiones importantes con el mundo exterior, nacional e internacional; si eras un poco inquieto te ayudaban a planificar el futuro y la formación... Ahora, cada uno tiene que apañarse como puede. El liderazgo profesional ha desaparecido.

-¿Cuándo?

-Se perdió cuando se politizó la medicina, cuando dejó de existir la meritocracia, en el mejor sentido. A todo el mundo se le paga lo mismo, y parece que quien trabaja es tonto. Se fastidió el invento. No hablo sólo del HUCA, hablo de todos los hospitales españoles de tamaño grande. Igual da que esté el PP o que esté el PSOE.

-Usted salió fuera y trajo técnicas nuevas.

-Yo y más gente. En 1985, en la Residencia Sanitaria montamos la segunda unidad del dolor de todo el Insalud a nivel nacional. En 1996 se puso en marcha la cirugía del párkinson. A finales de los 90 se montó la unidad del dolor neuropático. Ahí está todo, no sé con qué futuro.

-¿Es usted pesimista?

-Es que en el servicio de neurocirugía del HUCA hay una brecha generacional apabullante. Médicos mayores de 50 años sólo quedan dos, y los dos se jubilan el año que viene, uno en enero y el otro a mediados de año. El mayor de los que se quedan tiene 45 ó 46 años. En nuestra especialidad ha habido un agujero generacional de casi 20 años.

-¿En sus estancias en el extranjero vio cosas que le llamaron la atención?

-En Zurich constaté que allí alguien tenía una idea, la comentabas, era valorable y se desarrollaba. Aquí he tenido cinco becas FIS. Pides una y casi lo que menos se valora es la idea. El papeleo y toda la burocracia que tienes que hacerte invitan a claudicar.

-¿Lo más complejo a lo que se ha enfrentado en estos 40 años?

-Cuando una cirugía se complica, lo único que estás deseando es cerrar. La cirugía más larga que he hecho fue una de párkinson: empezamos a las ocho de la mañana y terminamos a las once de la noche. En esas intervenciones hicimos un descubrimiento...

-¿Cuál?

-Que las cosas iban bien entre nosotros hasta eso de las tres de la tarde, cuando empezábamos a discutir con el neurofisiólogo. Hasta que descubrimos que era porque estábamos con una hipoglucemia. Entonces empezaron a darnos de beber agua con azúcar a través de un catéter y nunca más volvió a suceder. Recuerdo una situación de especial tensión...

-Cuéntela.

-Estábamos operando a un paciente, de los primeros párkinson. Para que el temblor cesara había que producirle una lesión en una zona que está a dos milímetros de otra parte del cerebro, la cápsula interna. Si la lesionas, dejas hemipléjico al paciente. Hice mis cálculos y dije: "Aquí". El neurofisiólogo me replicó: "Si haces la lesión ahí queda hemipléjico, es responsabilidad tuya". Y el paciente escuchándolo, porque están despiertos. Repetí los cálculos y me reafirmé. Lo dije y añadí que era mi responsabilidad. La tensión fue tremenda. El paciente tenía que mantener un brazo en alto y moverlo. Empecé a practicar la lesión: pasaban los segundos y seguía moviendo el brazo. Y siguió hasta el final, porque la cosa funcionó.

-¿Y qué ocurrió al final?

-Salgo del quirófano y me encuentro allí al neurofisiólogo, delante de todo el mundo. Me apetecía estrangularlo. Y me dice: "¡Enhorabuena, te felicito, tenías razón!". Fue tremendo.

-¿Se acostumbra uno a trabajar con márgenes de maniobra de un milímetro con riesgo de dejar al paciente hemipléjico?

-Puede parecer increíble, pero sí. Es como el alpinismo. Das un paso, lo montas todo, y cuando tienes asegurado ese paso vas a por el siguiente. Si falla, por lo menos estás seguro en el paso anterior. Ésa es la metodología que utilizamos. Tenemos publicado un trabajo en una revista europea en la que mostrábamos que la tasa de acierto en la colocación del electrodo era del 96 por ciento.

-¿Las mayores satisfacciones?

-Las que me han dado las cirugía del párkinson y del dolor. En Asturias no había nada y fuimos punteros a nivel nacional. Y a nivel mundial pocos centros tienen tanta experiencia como nosotros. Lo que queríamos ahora era empezar era la estimulación cerebral para enfermedades psiquiátricas, que en cinco años va a ser un boom.

-¿De qué patologías psiquiátricas habla?

-Es un campo para ir de la mano de los psiquiatras. Se trata de estimular circuitos cerebrales, de modular. He operado a dos pacientes, y uno de ellos está perfecto, haciendo footing, y eso que estaba tomando al día 150 miligramos de tranxilium. Ahora toma 20 miligramos de un inhibidor de la serotonina. Yo quería desarrollar esa tercera pata para enfermedades como el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), la depresión, la anorexia nerviosa e incluso las adicciones a las drogas. Son soluciones para pacientes en los que han fracasado todas las opciones terapéuticas convencionales.

-¿Cuadros de dolor que le hayan dado quebraderos de cabeza?

-La neuromodulación da unos resultados espectaculares en la neuralgia del trigémino. Y ahora lo que más satisfacción me está produciendo son los tratamientos de las cefaleas en racimo, que son todavía peores que el trigémino. Los pacientes refieren dolores de 45 segundos como si les metieran un gancho en la parte de atrás del ojo y les arrancaran el ojo. Y a lo largo del día puede suceder hasta 15 y 20 veces.

-Usted ha tenido delante gente muy desesperada y supongo que muy agradecida.

-La mayor satisfacción que tiene un médico es la sonrisa del agradecimiento. Eso no se paga con nada.

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