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Los cultivos del Paraíso

El milagro oculto de la ortiga

Crema de ortigas. Pelayo Fernández

"Por mucho que yo grite, no me hagas caso y tu sigue, Ramón". Antonia y Ramón eran un matrimonio ya mayor del pueblo de mis abuelos. Muy buena gente. Rayando incluso en la inocencia. A pesar de la edad y de tener a tres hijos bien situados en la capital, ellos seguían con su huerta de siempre y la vaquina para la leche de casa.

El mundo funcionaba como ahora, con mil líos, pero ellos vivían en paz, actuando cada día como siempre habían hecho. Algunas veces Antonia se acercaba a charlar con mi abuela -eran buenas amigas-, pudiendo decirse que esa era toda la vida social que hacían.

Hablaban de cosas normales, de cómo iban creciendo los tomates, o de si maduraba bien la manzana. Y de las tormentas. Porque Antonia les tenía pánico, hasta el punto de meterse bajo el colchón de la cama cuando sonaban los truenos, cosa que a mi abuela le hacía mucha gracia. "¡Como que los rayos reparen ahora en los colchones! Si te vien unu enriba?". "¡No digas eso, Visita, por Dios!" -respondía alarmada su amiga. Ramón era callado, apacible, y un poco más simple que su mujer. Antonia llevaba unos días con lumbago, una molestia que le impedía atender la huerta como debía, y las medicinas que le recetaba el médico de Colloto no le hacían efecto alguno. Pero alguien le contó que para los dolores de ese tipo eran extraordinarias las friegas de ortigas.

Si en Asturias abunda una planta, esta es la ortiga. En las huertas, en los prados, en los caminos, en cualquier suelo rico en nitrógeno la cosecha está garantizada el año entero. Pero curiosamente todo el mundo las ve como una mala hierba.

En realidad el no aprovechamiento actual de la ortiga es un problema de amnesia, pues la Urtica dioica, que así se llama, es conocida como planta medicinal desde la antigüedad. Tomada en infusión se usaba para los cuidados de las vías urinarias, aparato respiratorio, alivio gastrointestinal, hemorroides incluidas, coadyuvando así mismo en el tratamiento de la diabetes y de los reumatismos. Y aplicada con un algodón sobre las heridas y enfermedades cutáneas era un buen limpiador y desinfectante.

También servía para los escabrosos asuntos del amor; cuenta Messegué, el famoso herboristero francés, casi tanto como nuestro viejo Robledo, el de la Calle Campoamor de Oviedo, que un cliente suyo buen amante de las mujeres llegó a centenario con esa deliciosa querencia gracias al hábito de revolcarse desnudo en las matas de ortigas; un procedimiento sorprendente que hace sopesar las ventajas de la abstinencia.

Ovidio, en su "Arte de amar" aconsejaba un sistema menos cruento: añadir a los filtros de amor unas hojinas de ortiga. Preparado el brebaje de esa forma, a la víctima no solo se la enamoraba, sino que se le potenciaban las ansias de abrazos, método que a priori parece razonable. Dos chavales asturianos suben a youtube unos vídeos humorísticos bajo el epígrafe "Cocina con Olaya y Pelayo". En uno de ellos titulado "Crema de ortiga" muestran los secretos de un plato muy simple, con un color verde profundo que conmociona, que acompañado por unos curruscos hace la delicia de cualquiera por exigente que sea y que demuestra que la ortiga no es una mala hierba sino una hortaliza de alta cocina.

Pero volvamos con Antonia y Ramón: el hombre, obediente, recogió del campo un buen manojo de ortigas.

Ella se tendió en la cama subiendo su blusa para dejar la parte precisa de la espalda al descubierto, de aquella las esposas decentes no se desvestían delante de su marido. Ramón, con guantes, comenzó a frotar con energía el atado de ortigas a lo largo de la espalda de "la su Antonia". Ella empezó a gritar como una loca. "¡Ramón, para, para, que me mates!"

Él, conforme a instrucciones, siguió frotando enérgicamente. Hasta que vio manar la sangre por todas partes. Dentro del manojo de ortigas había una buena zarza. Ni que decir tiene que fue muy comentado en el pueblo.

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