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La Bomba Del Fontán | Las Crónicas De Bradomín

Vicente el Francés, gente de mal vivir

Un tipo que apareció por el mercado del Fontán en los sesenta y daba sus monsergas en las barras de lugares como Casa Perucha, en Rosal, y Casa Edelmiro, en Daoíz y Velarde

Vicente el Francés, gente de mal vivir

Hacía bastante tiempo que no sabía nada de Cayo Fontán. Lo llamé por teléfono y quedamos en vernos al mediodía en el Bar Paredes. Elegante y pulcro, como de costumbre, llegó portando en su mano derecha el maletín de piel que solía usar para su catálogo, (aclaro que Cayo había sido minorista de joyas). "Apenas salgo", dijo de entrada. "Estoy metido de lleno en mis memorias. Voy por el tercer tomo". Mientras, de la valija sacaba un libro de apuntes de contabilidad; esta vez se trataba de un libro de balances. "Echa un vistazo", dijo. Aunque los relatos eran un compendio divertido de vivencias, siempre resultaba más sugestivo escucharlos de su voz, debido al realismo que daba a la narración. Miré el índice y señalé: De profesión, descuidero. "Bien, veamos", dijo Cayo.

"Nunca supe sus orígenes. Se llamaba Vicente, aunque era conocido como 'el Francés'. Un tipo entrado en la cincuentena; alto, estrafalario y mal vestido. Apareció por el mercado del Fontán a mediados de los sesenta, puede que de la mano de algún almacenista de fruta. El apodo le venía porque con ocasión de la llegada de la Vuelta Ciclista a España a Oviedo, se le había oído hablar en varios idiomas, especialmente en francés".

"Un jueves de mercado había quedado citado en Casa Edelmiro [esquina Daoíz y Velarde con Quintana]. Llegué tarde a la cita. Benito, cliente y amigo, estaba esperándome en la pequeña barra del bar en aparente y entretenida charla en compañía del 'francés'. La conversación no dejaba desperdicio. Aquel sujeto estaba soltando una soflama sobre enfermedades venéreas, derivaciones y consecuencias. El énfasis y elocuencia que ponía parecía querer acrecentar la veracidad del asunto. Algunas palabras salían de su boca silbadas al fugarse entre las carencias dentales. Herpes genitales, gonorrea, gonococos, purgaciones; chancro blando o sifilítico, bubas; pulga púbica [léase ladilla], garrapata... Eran algunas de las apetentes lindezas que escupía el individuo. Los parroquianos observaban incrédulos. Lola, la propietaria del establecimiento, sentada frente a la catalítica, escuchaba la perorata con gesto fruncido, a punto de un acceso de náusea. Yo, con sequedad en la boca. Benito, con un gesto de cabeza me invitaba a salir del local. '¿Ya me explicarás...?', conminé a mi amigo. 'Estaba en la barra cuando llegué y no pude hacer nada por despegarlo', lo siento. '¿Lo conocías de antes?', pregunté. 'De vista. Vive de pensión encima de Casa Amparo'". Interrumpí a Cayo para a preguntar: "Y, esto de descuidero... ¿qué es?". "Carterista, Bradomín, carterista", contestó.

"Seguí encontrándolo en varias ocasiones. Recuerdo una en Casa Perucha, en Rosal, dando una de sus monsergas. Aquel día trataba de su exitosa vida. Al parecer había sido especialista de cine. Tenía visos de realidad a tenor de las fotos que mostraba de rodajes en películas tales como: 'Orgullo y Pasión', 'El Cid', 'Rey de Reyes' y varios western. Adornaba esos pasajes con supuestas amistades con actores de renombre: Sofía Loren, Cary Grant o Charlton Heston. 'Después de un grave accidente me vi obligado a dejarlo', aseguraba. En el ámbito donde pergeñaba sus habilidades de chorizo fue haciéndose conocido. Y en prevención de que la cosa fuera a mayores, tal como había llegado desapareció".

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