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La ciudad perdida

En el viejo Oviedo faltaban muchas calles actuales y había palacios que ya no están

Unos cuantos amigos nos reuníamos para hablar de aquel viejo Oviedo, al que echamos de menos y callejeábamos siendo chavales. A veces era una apuesta de cuál de nosotros recordábamos mejor aquella etapa. Y así nos interrumpíamos con frecuencia pretendiendo tener unos mejor memoria que los otros. Pero siempre acabábamos diciendo que la memoria de fulano era mejor que la de zutano, porque en el fondo nos admirábamos de nuestra memoria. Verán, por ejemplo.

No había calle Alcalde García Conde, porque un paredón por la parte de arriba taponaba y llegaba hasta la calle de la Luna, tenía un portón por donde diariamente salían los barrenderos con sus carritos y por el mismo sitio salían los gigantes y cabezudos para recorrer nuestras calles cuando eran las fiestas de San Mateo o la Ascensión. Los bomberos siempre los conocí en la calle Quintana, enfrente de la Policía Municipal. El antiguo tenis sirvió para jugar de críos muchos años entre las calles Asturias, Matemático Pedrayes y Cervantes, hasta que se hicieron las casas cuyas fachadas dieron hasta las citadas calles y se instaló el cine Ayala, la cafetería con el mismo nombre, así como la peluquería de Agustín (antes en la calle Asturias), la floristería de su esposa y algún otro negocio. Para ir a la Escuela de Comercio, yo cruzaba por el prado, en el que después se hizo la Plaza España, todo ello entonces derruido por un edificio que parecía haber sido un hospital, puesto que se conservaba una pared frontal con una cruz roja en su parte superior y aún no se había hecho lo que fue la Casa Sindical. Aquel camino discurría por la parte superior de la huerta de los Carmelitas y un lateral de lo que llamábamos Campo de Maniobras, ocupado por los militares. Y así llegaba al nuevo edificio de la Escuela de Comercio, que estaba situado detrás de la también reciente Facultad de Química. Después se empezó a construir más cosas, en aquello que Manolo Avello tanto insistió: "y del Polígono de Llamaquique, ¿qué?". Tuvimos casas como las del Cuitu, la llamada Casa Blanca, construida por Cabal, al marmolista y en la esquina de Toreno con Uría el palacio del conde de Rodríguez Sampedro, sin olvidar el de los Tartiere. Hoy seguimos teniendo el edificio que hace esquina entre Toreno y Marqués de Pidal, al que llamamos "la casa del coño", puesto que cuando se construyó todo el mundo decía "coño qué casa". Enfrente estaba el chalé de doña Concha Heres, después heredado por su sobrino Vidal Saiz Heres, ahora refundido al Banco de España.

Tuve un lapsus garrafal e imperdonable, porque me pasé de largo las antiguas Escuelas Normales de Magisterio, tanto la femenina como la masculina. En esta última, de donde era director Eduardo Fraga, catedrático de matemáticas y amigo de la naturaleza, a la par que escritor diario en LA NUEVA ESPAÑA, en la sección que siempre tituló "Anotaciones marginales" y que firmaba solo con una "F".

Rodeando la parte trasera de la Escuela Normal, mantenía un hermoso jardín con variedad de árboles y plantas. Su hijo pequeño, poco mayor que yo, mantenía unas casetas de ladrillo escondidas en diferentes lugares con soldados de plomo y otras baterías de guerra en pequeño que a mí me gustaba ver. ¡Extraordinarios tiempos que ya no vuelven!

Si hay tiempo y humor, otro día les seguiré contando cosas de este Oviedo de mi recuerdo, porque aún falta mucho entre lo que había y lo que hay.

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