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Carlos Sierra y un hostelero se enzarzan por un cuadro que el pintor tardó 6 años en acabar

El empresario José Álvarez, "Pepe el Porretu", rechaza el precio del artista y le exige que le pague todas las comidas que le sirvió mientras pintaba

Carlos Sierra, con el cuadro del Monsacro que pintó desde Latores. LAURA CARADUJE

El tiempo, que es cosa relativa, no fluye igual a los ojos de un hostelero del Oviedo más castizo que bajo la mirada de un artista proclive a la filosofía oriental. Y cuando las dos visiones se contraponen, saltan chispas. Esto es lo que les ha pasado al pintor Carlos Sierra y al empresario de hostelería José Silverio Álvarez, popularmente conocido como "Pepe el Porretu", propietario de Casa Amparo, en El Fontán, y del Restaurante Latores. Ambos se han enzarzado por un cuadro -una vista del Monsacro- que Sierra tardó seis años en pintar mientras tenía el caballete en el negocio del Porretu, en Latores. Tras una larga espera, cuando llegó el momento de entregar y cobrar la obra, estalló el desacuerdo. El hostelero le exigió que le descontase del precio (15.000 euros) todas las comidas que el artista había disfrutado allí mientras la pintaba. Sierra se negó y se marchó con la obra. Ahora andan con abogados de por medio.

José Álvarez -padre de José Álvarez Almeida, presidente de la patronal de hostelería y hotelería- declina la invitación de LA NUEVA ESPAÑA para dar su visión de la disputa. Dice que quiere esperar. "A ver si Carlos Sierra cuenta la verdad". En caso contrario, sí que hablará. Por tanto, lo que sigue es la versión que da el artista nacido en Lieres en 1943, uno de los más reconocidos del panorama pictórico asturiano actual.

Todo comenzó, según relata Sierra, en 2010. "Me llamó él. Iba acompañado de otro hostelero, el de Manolo, de la calle Altamirano, que me había comprado un cuadro pequeñito pero importante. La mujer, que era una entusiasta de la pintura, me había comprado otro. '¡Coño, vaya cuadro que te compré!', me dijo. Y el otro (José Álvarez), me dijo: '¡Coño, tienes que hacerme a mí uno!' Se calentó allí. Entonces fui a verlo. Yo no soy un pintor de paisajes, pero sí acepto el desafío. Fíjate tú, el Monsacro. No pactamos un precio. Esa es la problemática de no saber en lo que se estaba metiendo".

Hace seis años. Carlos Sierra sube por vez primera al Restaurante Latores, propiedad de José Álvarez y coloca allí sus útiles. Tiene ante sí la magnífica vista del Monsacro y el Aramo que se disfruta desde el restaurante. "Iba a pintar una tela, pequeña. Pero él me dice: 'Esto es muy pequeño, dónde vas'. Entonces viene el encargo de un bastidor de un metro y medio de ancho por metro de alto". Encaja de la obra, indica, "en una buhardilla que está en el tercero y a última hora lo estuve pintando en un salón comedor que utilizan para distintos acontecimientos. Los fines de semana había que recoger el material porque resultaba que tenían eventos. ¿Entiendes? Una comunión, una boda. Pero el lunes estaba allí como un clavo".

Sierra admite que al principio del largo proceso"igual fui un poco más saltarín porque estuve con viajes. Había estado en la Bretaña siguiendo la ruta de los impresionistas y todo aquello. Pero a última hora fui muy asiduo. El tema es que estoy yo trabajando completamente entregado en el cuadro y él aparecía por allí. Decía: '¿Ya lo estás acabando? Yo no entiendo pero... bueno'. Me preguntaba: '¿Cuándo acabes el cuadro? ' Y yo le decía: ¿Que cuándo acabo el cuadro? Pues cuando acabe el cuadro'. Pese a todo, dice Sierra, "la cosa era muy cordial". Es más, en el proceso, añade, "todo eran aplausos, porque él estaba esperando para presentarlo en sociedad. El cuadro tiene una lentitud que los dos asumimos. Él nunca me dijo que dejase de pintar".

Todo estalló cuando, un lunes, hace dos semanas, la obra ya estaba casi estaba a punto y llegó el momento de fijar el precio. Sierra lo estableció en 15.000 euros. Dice que está acorde con su trayectoria, incluso por debajo de la cotización. José Álvarez, según el pintor, respondió así: " Yo por ese cuadro no te pago eso. Mira, llévalu y lo vendes tú. Y me pagas las comidas de estos años". En este punto del relato, Carlos Sierra abre mucho los ojos: "Primera sorpresa, batacazo de golpe y porrazo. Yo desayunaba tarde y subía a Latores con la idea de no perder el tiempo, que se me iba la luz. Cuando llegaba él me decía: 'Siéntate ahí, que vas a comer'. ¿Pero qué comía? El plato del día, garbanzos con espinacas, un pincho de tortilla. Yo no soy un tragaldabas de esos que van pinchando jamón de cuatro jotas. Además, eso no armoniza con mis tendencias vegetarianas. Un cafelito y yo iba a pintar". No, no le va descontar ninguna comida. Sierra agarra su obra y se va. "Salgo por la puerta como una exhalación".

Ese Monsacro cabe en un taxi. Llama a un amigo y consiguen meterlo en su coche. Rumbo al estudio de Sierra, en la calle Uría. "Cuando llego a mi casa y me digo: 'Pero qué situación más triste', suena el timbre. Trííín. Era él. Echando llamas. Hecho un basilisco. '¡Me marchaste con el cuadro!', me dice. '¡Pues yo no marcho de aquí si no me pagas las comidas!' ¿Pero qué comidas ni comidas?, le digo. Y me dice: 'Pues entonces dame un cuadrín de esos que tienes tú y saldamos la deuda' Me lo dice así, en perfecto asturianín, un cuadrín. 'Un cuadrín, escójolu yo', dice. Le digo: 'Me rechazaste un cuadro de la de Dios y ¿ahora dices que te de uno?'. Y todo esto discutiendo en la puerta. Le digo que no puede pasar, que es propiedad privada. Marcha enfurecido".

Luego cruzan abogados.

Seis años para pintar un cuadro. Como Antonio López, el de legendaria lentitud. Carlos Sierra: " Ya quisiera verlo yo aquí. Él trabaja en Madrid, que es una cosa estable. La Gran Vía está ahí hasta que acabas el cuadro. Este mundo es fugaz, de mucha precariedad. Lo que está, de repente ya no lo ves. Yo busco una visión de la percepción de la inmediatez. Aunque me lleve tiempo, que no produzca una sensación de fatiga. Busco algo que de repente aparece ahí, aunque me lleve años pintarlo. Yo estaba trabajando, no estaba haciéndome el roncha ni dando la vara".

-¿Pero cada cuánto subía por el restaurante a pintar?

-Pues estaba al acecho de la obra. Era muy espontáneo, era como asomarte a la ventana. De pronto voy y pillo. Es estar con ello en mente.

Sierra quiso hacer con su obra del Monsacro "una cosa que sea importante". "Te puedo contar cada milímetro del cuadro, me responsabilizo de él. Yo hice un cuadro no hice una pota de lentejas. Esto no es un bocadillo de mortadela".

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