Estamos en el siglo XXI y toda Asturias está ocupada por el consumo y los cazadores de "Pokémon Go". ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles piratas celtas resiste todavía al invasor. O por lo menos, ayer así lo hizo. Sin tener nada que envidiar a la aldea gala de Astérix y Obélix, Jesús Huerta y Gema Folcrá, transformaron un prado de Casielles, en Las Caldas, en el escenario de un casamiento por un rito celta del siglo IV y de un banquete pirata, disfraces incluidos, en el que si hubo algo, además de muestras de amor, fue cerveza, música punk y "gochu" a la estaca a "asgaya".

La pareja residente en Oviedo, aunque él nació en Toledo y ella en Madrid, y se conocieron en Murcia, era las más esperada ayer en Las Caldas. Vecinos, medios de comunicación y paseantes que se encontraban con la escena por casualidad, husmeaban por el prado para entender qué era lo que estaba ocurriendo allí. Junto a la caravana que hacía de cocina e improvisado camerino, esperaba Prisciliano, el encargado de oficiar la ceremonia. "En el mundo folk se me conoce por ese nombre, y prefiero aparecer así que hago algunas cosas ilegales", bromeó. Entre esas "ilegalidades" están los bautismos por el rito celta que oficia en una cueva en Covadonga, "pero por la ocupación del sitio, no por el rito". Al igual que el que usó ayer para unir a Huerta y Folcrá. "El rito prisciliano no es válido, pero no es ilegal. Es una unión espiritual de dos personas que se quieren y desean juntar sus vidas, sus espíritus, en comunión con la naturaleza y siguiendo principios del cristianismo. Porque Prisciliano era cristiano, aunque lo mataran cortándole la cabeza por hereje. Él es el que está enterrado en Santiago, no el Apóstol", aseguró.

Mientras habla, los novios saludan a los invitados, mirando por el rabillo del ojo la brasa en la que se empieza a dorar el cerdo. Casi 30 personas de Madrid, compañeras del Hospital Universitario Fundación Alcorcón en el que ella trabaja, y que le obliga a pasar 15 días de cada mes en la capital, de Oviedo, del oriente de Asturias y de Murcia, ataviados con gorros de plumas, pantalones bombachos, botas de caña alta, corsés, pendientes y anillos llamativos, sables y pistolas, cumpliendo con el código de vestimenta. "Me encanta la filosofía pirata, el punk, el rock; mis amigos me llaman así", cuenta Huerta, vestido con una camisa blanca, un pantalón ancho de rayas y una corona de hojas. "Desde que dijeron que se casaban, hablaron de una fiesta pirata", explica Cristina Gómez, hija de la novia. "Lo del rito celta es más por mí. Soy muy de energías y de naturaleza. Una amiga me habló de Prisciliano, y nos encantó la idea", afirma Folcrá, vestida con una túnica antigua blanca, patucos de piel y una corona de flores. Suena la zanfona de Kalari Beg Velak, al ritmo de un "corri-corri", y los novios, descalzos, empiezan el desfile hacia el altar seguidos de los invitados divididos en parejas. "Formad un círculo, cogidos de la mano, rodeando a los novios para protegerlos con nuestra energía", pide Prisciliano, cubierto por una capa negra de fieltro, a pesar del intenso sol que acompaña la cita. Empieza su discurso con frases en gaélico y pide al sol su bendición. "Que esta bebida sea tu simiente", le dice dándole al novio un cuenco de leche vegetal para beber. "Que este fruto sea tu germinal", dice a la novia dándole uvas para comer. El druida ata con una rama las manos de los novios para unirlos "en la eternidad". "Amaos como Dios y Belenos os ha amado y os amará", dijo. Tras el beso de rigor, Prisciliano pide a los invitados que dancen alrededor del altar, al ritmo de la danza prima de "San Xuan". Y empezaron los vítores, los abrazos y el regalo de las amigas de la novia. "Es una drusa amatista, sirve para cargar las piedras de energía".

Y, por fin, arranca la fiesta. El calor hace que la cerveza, el vino y el agua sean lo más reclamado. Con el punk y el rock de banda sonora, los novios salen de la caravana vestidos de piratas para "darlo todo". "Ahora sí que estás sexy", le dice él a ella. Alrededor de la mesa larga de madera, empiezan a desfilar las bandejas de ensalada, de carne y de quesos. "No tenemos hora de cierre. Cuando no queramos comer ni beber más, nos tiraremos en el prado a ver las estrellas", dice el novio. Mañana, cuando amanezca, será otro cantar.