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Los cultivos del Paraíso

El cachu de nisos

Una fruta de pequeño tamaño y variada consistencia, de sabor delicioso en la madurez y riquísima en vitamina C y azúcares

El niso madura desde inicios del verano hasta el otoño. Pelayo Fernández

Aún existe la cabaña, en la Sierra de La Grandota, cerca de Oviedo. Grande, de piedra, con la techumbre de teja, el corredor mirando al Sur, y el calero semiderruido.

Nadie recuerda ya que sus antiguos habitantes eran vaqueiros. En el momento de esta historia vivían en la cabaña un matrimonio joven -Avelino y Nieves-, el padre -ya mayor- y dos hermanos de Avelino. Tenían otra hermana, casada en el pueblo, más abajo.

Cada año, en mayo o junio, dependiendo de cómo viniese el tiempo, llegaba el momento de la alzada. Los días previos se revisaba el herraje al ganado y se le aumentaba la ración. La noche antes quedaba todo preparado; los animales prendidos en la cuadra, el cuero de sillas y alforjas engrasado y suave, las patatas, el embutido, las hogazas, y el tocino envuelto, las mantas para abrigarse las dos noches de camino, la ropa de cama y los útiles para la casa de Torrestío. Las botellas de coñac "Tres cepas": una para la Guardia Civil, otra para los maquis, la tercera para ellos. Y el arma: una pistola del nueve largo envuelta en un trozo de tela.

Se partía antes del amanecer. Cuatro hombres -Avelino, su padre y los dos hermanos-, todos a caballo, cada uno con su bota de vino amarrada a la silla, rodeaban la manada, y Tuto, el mastín, feliz por emprender el viaje, hacía de pastor incansable. La Sultana, la única vaca que llevaba lloqueru, iba a la cabeza; sabía el camino desde La Grandota a Torrestío, sin equivocarse. Casi cien kilómetros llenos de ramales.

En la cabaña quedaban Nieves y Lobo, el perro más joven, y el mismo día de la partida de los hombres subían su cuñada y el marido, para que no estuviese sola, pero sobre todo para esperar a que madurase la hierba y cosecharla. Nieves marcharía a últimos de julio con los prados ya limpios y la hierba en el pajar, a lomos de "Romero", el caballo de mejor andar. En una cesta irían los nisos.

El subgénero "Prunus" comprende varias especies, a las que se han sumado infinitas hibridaciones, pero todas encuadradas dentro del "Prunus domestica", al que también pertenecen las ciruelas cultivadas. En Asturias nacen espontáneos, madurando desde inicios de verano hasta el otoño, o incluso en invierno en el caso del endrino, aunque éste es de la especie "Prunus espinosa". Son drupas de pequeño tamaño que pueden ir del azul marino al amarillo, siendo variada también la consistencia de su carne y la acidez de la piel, pero de sabor delicioso en la madurez. Riquísimos en vitamina C y azúcares, poseen las mismas virtudes de su hermana la ciruela, incluida la de mascarilla para la piel, y su mermelada y el orujo en el que se han dejado macerar son dos fuentes absolutas de placer.

En Limanes se unían al rebaño las vacas de la hermana, y tras el almuerzo a base de sartén, vino y café, comenzaba en realidad el viaje. Oviedo ya ha olvidado el paso del ganado, pero pasaba. Santa Marina de Piedramuelle, Les Caldes, Fuso, Lavarejos. Más abajo de Tenebredo, muy cerca ya de Villanueva de Santo Adriano, hay un castañéu. Allí se hacía la primera noche. El ganado ramoneaba algo, pero enseguida se tendía, cansado, aunque los caballos eran más amigos de aguantar en pie.

El campamento se montaba rápido, no era otra cosa que unas mantas en las que dormir envuelto. Con dos piedras y un puñado de garbos se preparaba el fuego. Sobre él, la sartén en la que se freían las rajas de chorizos en grasa sobre los que se vertían fabes estofadas traídas de casa. Se cortaba el buen pan, se trasegaba el vino. Una buena cena. El piafar quedo de los caballos ayudaba a dormir. La noche siguiente era en Páramo, ya en Teverga. Al otro día llegaban a Torrestío, a la cabaña y a los pastos de verano.

Casi dos meses más tarde, Nieves, avanzando mucho más rápido que ellos al ir sin reata, llegaba a Páramo en el día, casi de anochecida. Allí la esperaba Avelino, que bajaba desde Torrestío a buscarla. Él ya tenía las mantas preparadas en el pórtico de la iglesia y el pequeño hogar en el que freír tocino y unos huevos. Ella ponía unos nisos en el cachu que habían comprado en un viaje a Cangas de Tineo.

-Saben a ti -le dijo Avelino.

Ella le cogió la mano. Después se acostaron bajo la misma manta.

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