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Una vida en busca del verde perfecto

Álvaro Entrialgo cuelga en Murillo 29 óleos que resumen su carrera pictórica, un viaje por el paisaje asturiano más auténtico

Dos paisajes de Álvaro Entrialgo presentes en la exposición antológica que estará en la galería Murillo hasta el 28 de octubre. LAURA CARADUJE

Álvaro Entrialgo (Oviedo, 1935) es de esas personas que están orgullosas de decir que son "ovetenses de toda la vida". Su amor por su tierra es tal, que le ha dedicado a ella casi íntegramente una de sus pasiones, la pintura. "Nunca me dediqué a ella profesionalmente. Tenía obligaciones que cumplir, una gestoría, cinco hijos y una mujer a los que atender y cuidar; y, aunque se me presentaron varias oportunidades para hacerlo, tuve que rechazarlas", cuenta. Pero ayer, miraba las paredes de la sala Murillo de Oviedo, y emocionado, reconocía: "He pintado mucho. No sé ni cómo lo he hecho".

Acompañado de su familia, amigos y seguidores, Entrialgo presentó una exposición, compuesta por 29 óleos y 8 dibujos y acuarelas que resumen su carrera pictórica, con el paisaje asturiano, el más auténtico, alejado de cualquier filtro y artificio; como claro protagonista. Y, por lo tanto, con el verde como rey de la paleta de color. "Es mi obsesión. Y a pesar de que llevo toda la vida pintándolos, creo que nunca he encontrado el verde perfecto", dice riendo.

Desde 1973 su trabajo no se veía expuesto. "Empecé a pintar con 18 años porque un amigo tenía una tienda de marcos y le hacíamos copias de obras conocidas para que los utilizara". Luego llegaron sus propias creaciones. "Tres amigos y yo salíamos a la calle a pintar al natural. Yo aprendí solo, porque solo vi pintar a César Pola en toda mi vida". Los primeros cuadros que hizo eran de pequeño tamaño. "Paisajes de los alrededores de Oviedo que vendía a 150 pesetas. Imagínese vender una pareja. Con 300 pesetas entonces, con 18 o 20 años, uno era rico". Sabe perfectamente a quién le vendió sus primeros trabajos. "A unos vecinos madrileños de mi mujer . Los vieron en fotografías y le dijeron que querían uno. Nos montamos en el coche y nos fuimos para Madrid con seis cuadros, con la ilusión de ver cuántos se quedaban allí". Y dejaron la mitad. "Siempre me da pena desprenderme de mis obras, pero al final, si lo pienso, he vendido muchísimos". Y eso, a pesar de que nunca lo ha visto como algo más que una afición. "Era el disfrute, mi manera de escapar de esa rutina aburrida y de ese trabajo ingrato que me ocasionaba disgustos y tensión". Pero, aunque le cueste reconocerlo, sus dibujos y óleos podrían estar en las paredes de cualquier museo asturiano. De hecho, puede presumir de haber encandilado con ellos al mismo Paulino Vicente y de contar en su haber con galardones como el primer y el segundo premio provincial "Educación y Descanso", que recibió en 1958 y 1957 respectivamente; y con el "Hórreo de oro", que le concedieron en 1966, en la primera exposición nacional "Arquitectura Típica Regional".

Y es que, aunque no fuera su fuente de ingresos, sí fue la actividad que más tiempo ocupó en su mente y en su corazón. "Viajaba siempre con el caballete y las pinturas, porque hasta que sufrí un ictus hace unos años, pintaba todo del natural". De hecho, uno de sus hijos, Víctor Entrialgo, recuerda cómo "íbamos los seis en el Seiscientos para que él fuera a pintar", afirma. Pintó lugares de Noruega, París, los Alpes Austríacos (a dónde le llevó su afición al esquí), pueblos de León y casi todos los rincones de Asturias. "No creo que haya a mano un paisaje más completo, variado y con una luz más especial que el asturiano". De hecho, es esa luz la que todo asturiano tiene en su cabeza si piensa en su tierra, la que invade todos sus cuadros. Ese tono grisáceo, casi melancólico, propio del otoño y del invierno, que salpica hasta los paisajes pintados en días de sol. "Me gusta reflejar lo que ven mis ojos, sin alterar. Mi obra está pensaba así. La belleza no necesita cambios".

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