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Un paseo por las parroquias ovetenses / Oviedo (y 2)

La ciudad del paisaje rompepiernas

La orografía del concejo está surcada de subidas y bajadas, antaño ocupadas por un variado catálogo de barrios - hoy integrados en la capital

La Losa y, al fondo, el Naranco. lne

El relieve de Oviedo, además de rompepiernas, es una maravilla. Mucho más para quien, como a este humilde servidor, le gustan las alturas y, sin querer, se apropia de tierras que no son suyas, como las cercanas cumbres de la agreste y bella -decorada con níveo manto buena parte del año- sierra del Aramo, que no pertenecen a Oviedo, pero que por proximidad y por dejarse ver desde tantos puntos ya catalogamos como nuestras. Al menos, así me lo parece cuando contemplo El Monsacro, La Mostayal, El Gamoniteiro o La Gamonal. Tantos años pateándolas arriba y abajo, o mirándolas desde la distancia, que para mí son un apéndice de la capital.

Vayan al Parque de Invierno, suban a San Esteban de las Cruces o al Picayón, transiten por la sierra del Naranco y, si la niebla lo permite, gozarán de una panorámica incomparable. No les digo nada si ascienden al Picu Paisano: verán lo que es bueno. Antes de nada, hay que decir que en esta cima se encuentra la estatua del Corazón de Jesús con los brazos abiertos (como afirman los hinchas del primer equipo de fútbol de nuestra ciudad, aplaudiendo los goles del Real Oviedo). Desde allí podrán contemplar una vista circular de más de media Asturias: desde el mar Cantábrico hasta los Picos de Europa, pasando por la Cordillera. Así es porque Oviedo está enclavado en el centro geográfico del Principado, y desde La Cuesta apreciaremos la belleza de la "ciudad bien novelada" por Clarín, Pérez de Ayala, Palacio Valdés, Dolores Medio, García Pavón, Sara Suárez Solís, Manolo Avello...

Desde la cumbre, con lentitud, avanzamos la mirada por las cúpulas de las iglesias, por el verde de los parques, congelando la imagen sobre el Oviedo Redondo: espacio cercado durante siglos por una muralla hoy casi desaparecida, pero que se adivina por las construcciones extramuros que moldean su silueta. Sobre el conjunto destaca la torre flamígera, solitaria aguja de la Catedral gótica. Asomado a uno de sus balcones queremos adivinar la figura de don Fermín de Pas, el Magistral, catalejo en ristre, escudriñando vida, bullicio, miserias y chismes de Vetusta.

De acuerdo, nuestro concejo no tiene alturas notables: Escobín o Picaxu (709 metros), Gúa (659), Paisano (632), Berrubia (544) Grandota (502), Arnea (439 metros)... Sin embargo, a veces las semeja, pues en su mayoría tiene tan ondulada topografía que gana y pierde altura precipitadamente en escasos metros. Por algo decíamos más arriba que es el típico rompepiernas que acelera la respiración y, aunque en principio parezca un contrasentido, es un paraíso para senderistas y aficionados al ciclismo.

Al igual que en el resto de Asturias, en un pasado relativamente cercano, la capa vegetal en el concejo -un sobresaliente ejemplo de bosque mixto caducifolio- se encontraba domesticada por la mano del hombre. El campo estaba habitado, el catecismo de autosuficiencia se cumplía al pie de la letra; las tierras se roturaban para cosechar trigo, escanda, maíz, centeno, patatas, cáñamo, lino y abundaban los prados de pasto y siega. En la quintana abundaban fértiles huertos que producían hortalizas y legumbres para consumo familiar que, en muchas ocasiones, venían a vender al mercado del Fontán. En sus inmediaciones, recogían gran variedad de frutas: peras, nisos, ciruelas, piescos, higos, melocotones, cerezas, nueces..., y pumaradas de sidra y de mesa por doquier. En los bosques se aprovechaba la madera, y el sotobosque se rozaba para cama del ganado vacuno y abono, por lo cual se conservaba limpio y escaseaban los incendios.

Las concentraciones escolares, la falta de oficios y sacerdotes y la práctica desaparición de los bares-tienda han abierto el camino a la desertización de los pueblos o, como mal menor, al aprovechamiento de aquellas casas como segunda vivienda y la construcción de notables edificios unifamiliares. Por ello, aunque el verde siga siendo el mismo, la capa vegetal ha variado, porque el ganado y los cultivos cayeron a mínimos y el matorral va aumentando su extensión. Crecen, no con el cuidado que requiere una explotación racional, robles, castaños, abedules, arces, hayas, nogales, álamos, espineras, tilos, alisos, pinos, fresnos, sauces, eucaliptos..., casi siempre de forma anárquica, pero con gran fuerza. Una vez abandonados, aquellos terrenos de cultivo que, como era preceptivo, estaban bien abonados -más la gran humedad que proporciona el clima-, se convierten en selvas impenetrables. El concepto tradicional de casería familiar ha desaparecido. Cuántos hórreos y paneras, centenarios, se mantienen en precario.

En cuanto a la fauna, poco hay que comentar. Lo poco que se siembra se ve arrasado por la plaga de jabalíes que campea a sus anchas; roturan los campos y llegan hasta el mismo corazón de Oviedo en busca de alimento en los basureros. O se controla esta población o el día menos pensado visitarán el Campo San Francisco. A diario andan por la Florida y el Parque de Invierno; no hace mucho entraron en Villa Magdalena, por algo se empieza. Es triste pero, hasta que no ocurra un grave accidente, no se tomarán medidas para reducir su población. Corzos, zorros, algún oso de raro en raro, víboras y culebras, salamandras...; por los ríos en los que tantísimos salmones, truchas y anguilas se pescaban, poco queda; si algo guardan, es testimonial.

Oviedo es punto principal, meta y comienzo de dos señaladas rutas de peregrinación que, día a día, multiplican su atracción. Si el camino de San Salvador, de la "Pulchra Leonina" a la "Sancta Ovetensis", fue importante desde la apertura del Arca Santa -con el Cid Campeador como testigo de excepción-, nada digamos del Primitivo, glorioso germen del Francés. Por algo se proclama que "quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y deja al Señor".

Claro que Oviedo, como todas las ciudades, a través de los siglos sufre lentas pero profundas transformaciones. El minúsculo núcleo de San Salvador y San Vicente fue el germen del Oviedo Redondo, el que bajo la dirección de don Francisco de la Concha Miera se dibujó en 1777. Oviedo era un cogollín. No hay más que observar algunas de las leyendas del plano: camino a Santullano; por aquí se dirige a la capilla San Bernabé; se va para el Real Hospicio; sigue a la capilla de Santa Susana; va a la capilla de San Cipriano y San Roque; va al Campo de los Patos; va al Campo de la Vega...

Como podemos comprobar en el plano publicado en 1869, poco avanzó el crecimiento espacial. En él aún figura el solar de la futura estación como terreno apropiado para ella, y tenemos que esperar a 1885, en el de don Manuel Gómez Vidal, para ver representada las calles de Uría y Fruela.

Es ya en el "Plano de la Ciudad de Oviedo y sus arrabales", levantado por don Manuel López-Dóriga y don Antonio Landeta, en 1917, cuando Vetusta comienza a latir con más intensidad. Se aprecia un notable crecimiento y aparecen en él un importante conjunto de barrios; arrabales que, en la actualidad, están integrados en la capital. Recorrámoslos de forma somera.

Lavapiés: situado en lo que hoy es final del barrio de La Florida, recibe este nombre del arroyo que desciende por la falda del Naranco, cercano a la malatería que existió en San Lázaro de Paniceres, y en cuyas aguas se lavarían los peregrinos.

Fuente de la Plata: por la carretera de Oviedo a San Claudio, lugar en el que hubo una cantera, al sur de Lavapiés.

Alrededor de San Pedro de los Arcos, por aquellas fechas se encontraban los barrios de La Estrada, La Matorra, Los Pilares, Los Solises -en sus inmediaciones finalizaba el ferrocarril minero del Naranco-, La Cabaña y, más al noroeste, El Canto.

Prosiguiendo hacia el sur nos encontrábamos con La Silla del Rey en la carretera de Villalba a Oviedo; muy cercano había una fábrica de yeso y otra de galletas; la Quinta de la Señora Viuda de Vázquez, la posesión de Melquíades Álvarez y la Plaza de Toros -obra del arquitecto Juan Miguel de la Guardia, inaugurada en 1889-, y Truébano, pegado a los terrenos del antiguo HUCA.

En el de Monte Cerrado -entre la vía del ferrocarril a León y la carretera del Cristo- se alza el que hoy es uno de los barrios más modernos de Oviedo, de homónimo nombre. El Fresno tiene parte de su extensión ocupada por el Auditorio Príncipe Felipe, lugar en el que hubo una plaza de toros hasta 1881, año en que se comenzó a derribar. Los Catalanes, en el lugar sobre el que en la actualidad se levantan los edificios e instalaciones de San Gregorio; allí hubo una granja agrícola. La Perera, a la vera del río Gafo y al sur del anterior.

En San Lázaro se encontraba el mercado de ganado. Los Arenales, entre el Cañu del Águila y el cementerio de San Salvador; a su lado, la Fábrica de Fósforos y la Quinta de Montes. Fumaxil, entre la Fuente del Prado y el túnel del ferrocarril Vasco Asturiano. Villafría, entre el Cañu del Águila y Otero; además de la ya mencionada Quinta Longoria Carbajal, estaba la fuente de La Pomarada, regaba sus tierras el reguero del Bosque y pasaba el camino al Monte San Cristóbal.

Regla, al este del Postigo Bajo, lugar en el que existieron fábricas de curtidos y de loza, y una fuente del mismo nombre. Aún se puede admirar la singular casona en la que nació, en 1888, el insigne compositor y musicólogo don Eduardo Martínez Torner.

Fozaneldi: entre La Tenderina y Otero, estaba la fuente del Rayo y el camino a San Cristóbal. En el Catastro de Ensenada figura un molino: "El de Jozaneldí, montado en el arroyo de este nombre, arrabal de esta ciudad, propio de Joseph Santirso, de dos molares de represa; puede trabajar seis meses y moler en un día dos fanegas de pan y dos de maíz, y por su utilidad diez y ocho de cada especie".

El Campo de los Patos y el de La Vega: A su lado, lo que fue monasterio y más tarde Fábrica de Armas. La Piñera, al norte de dicha fábrica. Santullano: Solar de la iglesia de San Julián de los Prados, a su lado estuvo el cementerio; por allí transcurría el reguero de igual nombre y el de San Pedro; cercana se encontraba la Quinta de Velarde. Sobre La Quintana y Fompesada se edificó el barrio de Ventanielles, después de las 25 casas y a partir de la glorieta en el que se encontraba un canapé, en la misma carretera de Oviedo a Torrelavega.

Campo de los Reyes, llamado hasta mediados del XVIII de San Sebastián, ya que allí existió un capilla bajo la advocación de dicho santo. Al otro lado de las vías del ferrocarril Económicos de Asturias, línea de Oviedo a Llanes y Santander; al norte de la actual avenida del Cantábrico, a ambos lados de la carretera de Adanero a Gijón, alcanzaba hasta Monte Nuño.

En la calle General Elorza arrancaba la carretera a Pumarín, en lo más alto, a la altura del desvío a Pando y al antiguo Seminario Conciliar se encontraba el barrio de Pumarín. Al oeste del Campo de los Reyes y al norte de Pumarín, a los pies de la ladera del Naranco, se encuentra el barrio de Pando. En él, al final de la avenida, en un bello cubículo de planta rectangular y estilo neoclásico, se encuentra la fuente de aguas medicinales del mismo nombre. Fue donada por el Rey leonés Ordoño II a la Catedral de Oviedo.

Para completar el círculo alrededor de la ciudad de Oviedo, nos queda por citar el barrio de Ferreros, al norte de la Cárcel Modelo, hoy Archivo Histórico Provincial, y el de Villamexil, al noreste del anterior, por encima de las vías del ferrocarril del Norte, línea Oviedo-Gijón. En sus inmediaciones se encontraba la Quinta Clavería y la Fuente Valiente.

No hace falta comentar que todos estos barrios tuvieron su origen en primitivas caserías y que, en la actualidad, tan sólo pervive el recuerdo.

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