La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Agua Y Fiestas

Las majorettes traían aire de Francia

Los grupos de chicas que hacían malabares con el bastón desfilaron desde los años sesenta hasta 1982

Las majorettes traían aire de Francia

El Vondelpark de Amsterdam es el espacio de convivencia donde una sociedad conservadora practica toda tolerancia. Es un parque enorme con rincones para todo tipo de actividades. Ojalá el Campo San Francisco se le pareciera. Una mañana de domingo a principios de agosto de 2014, tumbados en una toalla grande, dos chicos con un escueto bañador blanco tomaban el sol sobre un césped de barbería. Al lado, una pequeña banda de viento y percusión tocaba canciones de "Abba" y, delante, unas chicas vestidas de uniforme azul minifaldero y botas blancas ensayan una coreografía haciendo girar sus bastones.

¡Mamma mía, majorettes!

Esos días, Amsterdam era "capital de la Felicidad y el Amor" en plena celebración anfibia de la fiesta del Orgullo Gay.

Las majorettes fueron habituales de San Mateo hasta 1983, cuando el primer ayuntamiento socialista de Oviedo redefinió el día de América en Asturias según sus criterios fundacionales de 1950: una fiesta que uniera a la capital asturiana con la emigración a América. En aquella España pobre de posguerra se buscó la ayuda de los indianos para desplegar algo de riqueza en la calle Uría. La fantasía de las carrozas que diseño Alfonso y la ostentación de los haigas que aportaron los "americanos" crearon un desfile pomposo que la provincia acogió con entusiasmo. Con el paso de los años, siempre en busca de nuevos atractivos y mejores precios, el día de América se fue haciendo más europeo. Había un peso institucional del folklore en España y, folklore llama a folklore, los países del Este cuidaban mucho esas expresiones populares de bailes y ropas de gala.

En 1965, "por primera vez en su historia" llegaron a san Mateo "bailes de tras el telón de acero", según la revista de la Sociedad Ovetense de Festejos. Monsieur Arevalo, lector de español en Gaillac -pequeña y recoleta ciudad francesa- se presentaba como "manager artístico pero sin comisión" de un grupo folklórico polaco, "formado por gente joven y universitaria" que bailaban danzas eslavas "con tanta destreza y gracia como interpreta el ritmo 'dernier cri' (último grito) surgido de las cavas existencialistas de Saint Germain de Prés". Así llegó el grupo "To-l-Hola" -25 chicos y chicas- a bailar a la calle Uría por un ajustado precio de 100.000 pesetas. Los bailes cosacos ucranianos maravillaron en los años siguientes.

En el Día de América europeizado de los años sesenta nunca faltaban las majorettes, que venían de Francia. Por lo que se valoraban sus piernas parecía que hubieran llegado andando. Su gorro de soldadito Pepe, su chaqueta militar de fantasía húsar, su insólita minifalda y sus botas altas (como las "hechas para andar" que cantaba Nancy Sinatra) que eran para desfilar delante de una banda animosa de viento y percusión convertían Uría en una calle del presente de otro país.

La banda era entonces una formación importante en los desfiles y en la vida. Chico Buarque hizo aquella canción de "al ver la banda pasar, cantando cosas de amor" que fue versionada con menos intención y pereza por decenas de cantantes sesenteros. Karina hizo éxito con muchas canciones como de banda.

A causa de la pertinaz sequía sexual, al paso paramilitar de las majorettes, muchas miradas sólo veían piernas de mujeres jóvenes. A la altura de 1966 no se veían faldas de ese tamaño por la calle. Siempre recuerdo a una mujer echando mano al cuello de la camisa de su marido, que les salía al paso saciado de vinazo y sediento de majorettes. Para paisanos con poco mundo, aquello era un paraíso en el que las serpentinas traían la tentación de las chicas francesas, aunque el espectáculo de las majorettes estaba en la destreza con que movían el bastón haciéndolo girar, lanzándolo al aire y recogiéndolo, malabarismo que recibe el nombre de "twirling baton".

Lo recoge la crónica de LA NUEVA ESPAÑA del San Mateo de 1966, el año ye-ye, cuando "a la montera picona le salió un competidor: el plumero de las Majorettes" (?) "que con sonrisa a flor de labios, se llevaron, cómo no, casi todas las miradas, los cuchicheos y algún que otro pellizco al paso".

El bastón entró en los desfiles -militares, por supuesto- en el siglo XIX, cuando era un elemento muy pesado, portado por hombres fuertes. Los grupos de Florencia que hacían malabares con las banderas en los sanmateos de principios de los ochenta procedían de esa tradición. Las mujeres empezaron a llevar bastones ligeros en los desfiles estadounidenses, espectaculares y civiles, haciendo malabarismo con el bastón. Ese "twirling baton" llegó a Europa en la posguerra mundial y a la altura de los años sesenta las majorettes eran un fenómeno en varios países europeo y, sobre todo, en Francia donde miles de jóvenes competían, estaban federadas y participaban en todas las fiestas provinciales y nacionales.

En 1975, cuando el Día de América en Asturias cumplió 25 ediciones, la SOF volvió a llamar a Alfonso Iglesias, que vivía en Madrid, para que diseñara un desfile conmemorativo. En un desfile que costó dos millones de pesetas hizo una carroza mexicana impresionante, trajes para unos desfilantes, llamados "alfonsinos", con formas de símbolos asturianos como la faba y, con su oportunismo asturianizador característico, unas "madreñettes" que desfilaron calzadas con zuecos de madera por las asfaltadas calles del centro.

En 1982 las majorettes que habían llegado de América a Francia desfilaron por última vez porque el Día de América iba a volver a ser asturiano y americano.

Compartir el artículo

stats