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El guardián del Ayuntamiento

Crónica sobre el león que vigila la Casa Consistorial ovetense

El león que vigila una de las entradas del Ayuntamiento. LAURA CARADUJE

La entrada con escalones que se encuentra en el ala oriental del Ayuntamiento de Oviedo aparece custodiada por una representación singular: un león con espesa vedeja, ancho hocico, mirada noblota y aspecto bonachón. La pregunta que surge es ¿qué hace una reproducción de felino en ese lugar?

Sumerjámonos en la historia local. Oviedo padeció secularmente un problema de abastecimiento de agua. La primera solución adoptada data de la alta Edad Media, cuando el arquitecto Tioda -por mandato del rey Alfonso II el Casto- construyó un acueducto desde el manantial de la Granda de Anillo, que brota en Los Arenales. El deterioro del mismo, junto al crecimiento demográfico, obligó a finales del Renacimiento a buscar otras alternativas, como la conocida de Fitoria ("Los Pilares"), importante obra edilicia que permitió suministrar el líquido elemento hasta las puertas del Oviedo redondo desde 1604. Igualmente, a comienzos del siglo XVII se abordó la reparación de la vetusta y muy dañada infraestructura de la Granda. Ambas traídas confluían en la fuente la Capitana, que se encontraba en Puerta Nueva, al final de la calle Magdalena.

A partir de ahí, la conducción se prolongaba, ya con escasa pendiente, por Cimadevilla hasta el entorno de la Catedral. La situación estratégica de la plaza Mayor (hoy denominada de la Constitución), a cuatro pasos de la línea de alimentación hídrica, propició edificar en ella una fuente, a la que acudían los vecinos para servirse del agua para beber.

Se desconoce la fecha de su inauguración, pero documentos de la segunda mitad del XVI ya se refieren a ella, relatando que "la mayor parte del año estaba casi sin agua". Por otro lado, la imperiosa necesidad de lavaderos urbanos favorecía el que "las mozas lavasen en el caño de la plaza, cosa muy indecente", planteándose incluso las autoridades "hacer un lavadero delante del horno de la plaza" (acuerdos municipales de 11 de agosto de 1600).

Comenzando el siglo XIX, los munícipes deciden engalanar la fuente y encargan un motivo escultórico a un maestro imaginero de la localidad, Gabriel Antonio Fernández, alias "Tonín", que trabajaba en el taller que Toribio de la Nava -discípulo de Juan de Villanueva, máximo exponente de la arquitectura neoclásica- tenía en la calle de Cimadevilla. El Consistorio acordó gratificar al autor del diseño de la figura de un león con veinte doblones, coste que incluía los planos y la dirección de la obra (acuerdos de 16 de diciembre de 1803). Y, al año siguiente, en una sesión municipal del 6 de junio sale a relucir la obra del artista Tonín, aprobándose cincelar una inscripción con el propósito de ser colocada en el surtidor, aunque ésta nunca llegó a grabarse; el texto elegido decía así: "Reinando la Magestad del Señor D. Carlos IV: siendo Regente de la Real Audiencia de este Principado D. Pascual Quiled y Talon; Comisario y Juez primero noble de esta Ciudad D. Joseph Mendez de Vigo, á expensas de ella se hizo esta fuente. Año de 1803".

La fuente se había levantado de obra de fábrica, rematada en piedra, con cuatro caños y una amplia alberca con barrotes de hierro, apta para que los usuarios pudieran apoyar los recipientes con comodidad. En opinión de Pascual Madoz, expresada en su "Diccionario" de 1848, no era precisamente una obra de arte refiriéndose a ella en estos términos poco lisonjeros: "Hay una fuente de piedra jaspe de muy poco gusto, que remata con un león regularmente trabajado".

Recoge un viejo libro de arquitectura, del año 1763, que "las esfinges y estatuas de leones, u otros animales, puestos sobre un gran basamento, o pedestal ancho, sirven para adornar la primera subida de las escaleras". Seguramente siguiendo estas tendencias, una vez desaparecida la fuente, mediado el siglo XIX, el león fue trasladado a la susodicha puerta municipal, donde permanece desde entonces ojeando socarronamente a los visitantes.

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