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LLÁTZER MOIX | Crítico de arquitectura y autor del libro "Queríamos un Calatrava"

"Los problemas de Calatrava son los retrasos y los desvíos presupuestarios"

"En el edificio de Buenavista se ampliaron los desajustes del arquitecto valenciano y la gota final fue la visera inmóvil"

Llátzer Moix. PEDRO MADUEÑO

Llátzer Moix (Sabadell, 1955), subdirector, editorialista, columnista y crítico de arquitectura del diario "La Vanguardia", acaba de publicar "Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio" (Anagrama, 318 páginas), libro en el que examina de modo crítico 15 construcciones de Santiago Calatrava Valls (Benimámet, Valencia, 1951), autor del controvertido edificio ovetense del barrio de Buenavista.

-¿Qué motivó este libro?

-Por una parte, es consecuencia de un libro anterior, "Arquitectura milagrosa" (2010), una panorámica española de lo que había pasado con la arquitectura a la que se le otorgan facultades milagrosas, casi para redimir ciudades o comunidades. Por otra, Calatrava estaba ahí y, como ocurre con la gente que aparece a menudo en la prensa, a veces cuanto más se habla de las personas y de los fenómenos menos se sabe de ello. Es un hecho paradójico. Pero hay mucho más por debajo para investigar, para argumentar, para contar en definitiva. Y en tercer lugar, me dio por intentar responder con cierta amplitud a una pregunta que yo me hacía: ¿cómo es posible que alguien que ha sido tan alabado se haya convertido en alguien tan denostado?

-Usted dice en el libro que uno de los hándicaps de Calatrava es que asume demasiados proyectos a la vez. ¿Cuál es el catálogo de problemas?

-Tener demasiados proyectos a la vez sería en cierto modo la causa, pero luego los componentes de los desajustes son varios. Por ejemplo, los retrasos, o la presentación de sus proyectos en un grado de desarrollo no suficiente, o los modificados sobre la marcha de ese proyecto durante la obra y, como consecuencia, el encarecimiento de los presupuestos, que pueden doblarse o triplicarse, algo muy grave en cualquier caso. y gravísimo en la obra pública.

-El Calatrava de Oviedo ¿reúne el catálogo completo de problemas?

-Y ampliado. En un momento determinado de la construcción, se derrumbó la losa inclinada de hormigón en el patio de butacas del palacio de congresos. Fue por un problema atribuido a la constructora o a la subcontrata, y también se supone fue debido a una deficiencia en el control técnico por parte del equipo del arquitecto. Ese es un elemento más que se incorpora a lo que ya es habitual: retrasos, modificados y desvíos presupuestarios. Además, en Oviedo se vio una inconsistencia por parte del cliente público y del privado en las fases previas, así como cambios continuos de programa en la parcela del Vasco. Hubo incertidumbre de primera hora y luego, paulatinamente, la Administración se fue retirando del proyecto y fue pasando las competencias al privado. Y en una fase posterior hubo una ambición constructiva en Buenavista muy notable, en metros cuadrados y en meter más cosas en el proyecto. Y todo esto acompañado por los déficits de actuación del arquitecto, que es algo presente también en otros proyectos.

-El colofón fue la visera móvil, que nunca se moverá.

-Las obras se alargaron tanto, y con tantos contratiempos, que en su transcurso las relaciones entre el cliente y el proveedor se averían de modo irreparable en la medida que acaban en los juzgados, y no una vez, sino dos. El hecho es que el elemento móvil, tan querencioso para Calatrava y que se había presentado como una de las razones del edificio y, en cualquier caso, como elemento distintivo y esencial, no funciona. Se llega a una fase en la que las relaciones ya están muy dañadas y se descubren fallos en unas soldaduras, o que hay que reponer unas piezas. Y eso con el presupuesto desaforado. Alguien dice: hasta aquí hemos llegado y entonces el elemento que le tenía que haber dado un realce queda mutilado, pero en este caso no como su columna de la plaza de Castilla en Madrid que funciona durante un tiempo. Aquí quedó mutilado desde el comienzo y ya no funcionará nunca. Es la gota que colma el vaso. Calatrava demanda a su cliente porque considera que hay una serie de honorarios que no se le han abonado y entonces la otra parte formula su propia demanda por no haber proveído lo que había dicho: el movimiento de esa pieza.

-Al hablar en el libro del Museo de Arte de Milwaukee, EE UU, usted refiere que le impresionó su elemento móvil.

-Este es un libro en el que me acerco a este asunto con un ánimo periodístico. El periodista no va diciendo lo que es bueno o lo que es malo, sino que cuenta lo que ve. En el caso de Calatrava se ven cosas diversas. En su primera gran obra, en Zúrich, la estación de ferrocarril de Stadelhofen, se ve a un joven proyectista muy innovador, muy prometedor, y así lo digo en el primer capítulo del libro. Y en el caso de Milwaukee, y aunque a mi particularmente el edificio no me gusta, reconozco la elegancia del gesto de esas alas que se despliegan y sugieren un abanico de formas. Me parece que ese es un triunfo para él, y muy infrecuente, puesto que la mayoría de las obras en que ha propuesto movimiento o no se han llevado a cabo nunca o se han abortado en una fase inicial.

-¿Un comienzo prometedor que se ha ido estropeando?

-Aquella primera obra de Zúrich recibió muchos parabienes y, evidentemente, lo cuento. He realizado un recorrido por quince o dieciséis ciudades, y ciertamente podría haber elegido otras obras, pero me parece que las elegidas son relevantes. Y la conclusión es que abundan más los clientes que al final de su relación con Santiago Calatrava emiten el mensaje de "queríamos un Calatrava", formulado en un tiempo verbal pretérito, que no los que dicen "lo volveríamos a contratar con los ojos cerrados". No veo a Oviedo volviendo a contratarlo; no lo veo tampoco en un cliente con el que se han dirimido los asuntos en los tribunales. Y no veo hacerlo a un alcalde de Venecia, después de que el alcalde que encargó su puente diga que no quiere ni oír hablar de ello por los dolores de cabeza que le suministró el arquitecto. Y tampoco veo a Caja Madrid, hoy Bankia, gastándose graciosamente 15 millones para regalar un ornato público a la ciudad de Madrid (columna de plaza de Castilla).

-Usted habla de la pugna entre Foster y Calatrava en Berlín, por la cúpula del Reichstag. Hablando de arquitectos estrella, ¿qué diferencia al valenciano del británico o del Gehry del Guggenheim bilbaíno?

-El Guggenheim de Gehry es la obra del cambio de siglo y hay un cierto consenso sobre que esa fue la obra más llamativa, más deseada, visitada, apreciada, etcétera. Es un éxito que trasciende fronteras y que de alguna manera queda como referente histórico. También Calatrava tiene su entrada propia en las enciclopedias de arquitectura, o la tendrá, puesto que ha sido un proveedor de formas con una personalidad muy acusada. Lo que ya no me atrevo a decir es si en esos artículos de las enciclopedias pesaran más los elogios o las críticas. A los arquitectos calificados como estrella y que juegan en la Champions, les sienta muy mal cuando están en la fase final de un concurso y se lo levanta el otro finalista. Si esto pasa una vez, fastidia, pero si pasa dos, tres o cuatro, como es en el caso de Foster y Calatrava, la rivalidad particular se encona un poco más. Calatrava se pasó tiempo con una campaña para decir que el otro le había copiado. El jurado de Berlín se inclinó por Foster, pero siguiendo una solución más próxima a la que había propuesto inicialmente Calatrava. Pero parece inadecuado calificar de copión a Foster, en primer lugar, porque es un autor que ha acreditado previamente la solidez de su autoría y porque la cúpula está inventada desde hace siglos.

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