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Un paseo por las parroquias ovetenses (Pintoria)

Pintoria, caleyar con sosiego

El pequeño núcleo, de 42 habitantes, era en el siglo XVI coto y ayuntamiento

Vista actual del principal núcleo de viviendas de Pintoria. Irma Collín

Sea rabión, sea tablada, es sorprendente que el concejo de Oviedo aglutine su superficie en torno a dos cursos de agua, Nalón y Nora, y que la capital no alcance a contemplar ni un solo tramo de ellos. Si imaginamos una línea que divida a la mitad el municipio, observaremos que las parroquias norteñas se bañan y están delimitadas por el cauce del río Nora. Las del sur, en las del Nalón, caso de Godos y Pintoria, parroquias mellizas unidas por el cordón umbilical del padre de los ríos asturianos. Son espejo mutuo y pugnan por imponer su reflejo en dichas aguas, antaño teñidas de negro y hogaño, aunque transparentes, aún putrefactas por los vertidos.

Hoy visitamos la feligresía de Pintoria. Contemplando este recóndito lugar, quién se atrevería a decir que en 1504 era coto y ayuntamiento. Es más, hasta 1884, Udrión, Trubia y Pintoria pertenecieron al Ayuntamiento de Grado. En ese año se integraron en el de Oviedo. Delicioso rincón de paz y sosiego que, a pesar de estar pegado a una zona industrial, parece apartado de la mano de Dios. A él se llega por una carretera correctamente asfaltada aunque, por su mínima amplitud, más bien parece una senda de montaña, sobremanera cuando la maleza que crece en las orillas se encuentra sin segar.

Desde Trubia parte una calzada que bordea la Química y avanza entre el río Nalón y las vías del tren de mercancías a Collanzo. A escasos pasos se encuentra el cruce, bien señalizado, que indica a Pintoria y que pronto atraviesa un paso a nivel.

Si bien el tramo hasta el pueblo es corto, también resulta empinado. La ruta se aferra a la ladera, coge altura con premura y, ¡sorpresa!, de repente ofrece un lucido altozano, creador y soporte de una amplia y feraz vega, preciosa y llana, con una serie de barrios anclados en su extensión, preludio de lo que a renglón seguido se convertirá en áspera pendiente.

Trubia por el oeste, Santo Adriano por el sur, Caces por el este y el río Nalón, en un gran tramo, delimitan esta diminuta parroquia de 2,93 kilómetros cuadrados y 42 almas. Una de las más pequeñas del municipio ovetense. Por suerte, sus habitantes han sido muy respetuosos con las construcciones: por eso conserva inmaculada su esencia rural.

Nos aguarda, en el campo de la iglesia, una pequeña área de recreo con un surtidor estilo fontán, adornado con su característica cabeza de león. Por encima de ella, el templo de Santa María, ya citado en documentación del siglo X, de estilo popular, de planta en cruz latina, capilla a ambos lados, ábside rectangular, pórtico sobre columnas en cabecera y laterales con techumbre de madera, y espadaña de dos vanos con una sola campana. Hacia el oeste, un poco alejado, el cementerio.

Al otro lado de la iglesia, hacia el este, se ve el denominado chalet de los Santullano (XIX), edificio cuadrado de dos plantas que, al menos desde la distancia, parece en regular estado de conservación. Un abuelo, acompañado de una laboriosa nieta, me da los buenos días. Lleva sujeto por el cabezal al caballo que tira del tradicional carro de dos varas y notable diámetro de rueda.

Como se dice vulgarmente, el paraje invita a "caleyarlo" con calma para recrear la vista en preciosos rincones. Casas unifamiliares y viviendas de estilo tradicional se dan cita en el barrio del Pueblo, el cual no puede negar, a juzgar por la ancianidad de sus edificaciones, que nos encontramos en los orígenes de Pintoria.

Aparte de sobresalientes hórreos, llama nuestra atención el palacio-casona de los Ladreda: edificio de planta rectangular con dos plantas, buhardilla y desván. En su fachada principal luce cuatro balcones, dos de ellos con voladizo, y el hueco de lo que probablemente haya albergado un escudo heráldico. En la trasera se ven cuatro ventanales en la planta baja; en la superior un balcón voladizo a cada lado y tres ventanas; sobre ellas, la citada buhardilla. A la izquierda del palacio, una modesta casita, pintada de azul, digna de un buen acuarelista.

Encerradas tras un cercado me amenazan unas ocas mientras les hago una fotografía. Un hórreo moderno y otro, más que centenario, aprisionado entre ladrillos y una puerta-verja digna de un palacete; algo así como un insulto al buen gusto. En La Barrosa se halla el edificio de las antiguas escuelas, que fue reconvertido en centro social. Por su izquierda parte el camino de los Carriles, vereda que finalizaba en la "Casa del Molín", hoy desaparecida. A mitad de camino, en un cruce, se halla la fuente-abrevadero-lavadero de Subiña. Hay que verlo, es muy curioso.

Retornamos al centro social y avanzamos por un camino que, por encima de él, parte hacia la izquierda. En una de sus curvas, a ras de suelo, se encuentra la fuente-abrevadero de La Pertegada, sin agua las épocas de estiaje. En la casería de La Canal nos ladra un precioso perro lobo, con más deseos de caricias que de amenaza. Continuamos adelante y en el borde derecho, sorprendentemente, nos topamos en el muro con una pequeña construcción de piedra, a modo de hueco; con unas dimensiones de, más o menos, dos metros de profundidad y dos de altura. Un amable vecino, Sabino González, explica que se utilizaba para enfriar la leche. Vamos que, a pesar de no encontrarse a la vera de una fuente -salvo que ésta se hubiera secado-, se trata de una "ollera", arcaico sistema para obtención de la nata, mucho más común en las partes altas de la Cordillera, en las brañas.

Unos metros más allá, en La Llana -al fondo de una pomarada, tan integrada en el entorno que parece querer pasar inadvertida-, se encuentra la ermita de Santa Tecla. Cuenta Luisina, la guardesa, que fue devastada en 1936, si bien se mantuvo en pie su notable arco de triunfo. La venerada imagen barroca de la patrona la localizó, tirada entre la maleza y con una mano rota, un vecino llamado Bernabé. Fue restaurada en un taller de Gijón. Aunque ya no se hace romería, en ella se celebra una misa el último domingo de agosto. De regular tamaño para tratarse de una capilla, luce espadaña de dos vanos con una pequeña campana, datada en 1817, que tiene grabada una cruz ajedrezada. Guarda en su interior una hermosa talla barroca de la patrona.

Retornamos por el camino de ida hasta el centro social y, sin prisa pero con determinación, enfilamos la ruta ascendente. Al comienzo sube al lado de unas casas y, más tarde, dando vista a la gran panorámica que se abre por toda la vega, Godos y los montes de alrededor. Llegamos al Pandu, ya en el cruce de veredas que se dirigen a Perlín y al Picayu. Curioso, a esa altura, encontrarse con una palmera en el jardín de una casa abandonada comida por la maleza. A su lado, entre escombros, resaltan los recios muros de otra muy antigua; ruinas que, juntas con las de un hórreo, dan fe de lo que en su día fue una gran casería.

En dirección al pueblo más alto de Pintoria se localizan escalonados los caseríos de los Durones -desde los que se abre una buena vista del valle de Perlín-, y el lugar de El Picayu, grupo de casas asentadas en la ladera norte del pico Barguero, lugar en el que finaliza la carretera. Hasta este pueblo también se llega por una senda, desde Pozobal (Siones).

En 1845, contaba Madoz: "Tiene 28 casas en el lugar de su nombre y en los caseríos de la Ballina, Cueto, Molino, Morán, Mata, Pando y Picayo. Con una población de 25 vecinos y 480 almas. El terreno es bastante llano y de buena calidad. Produce: escanda, trigo, maíz, habas, patatas, lino, cáñamo, castañas, peras, higos, manzanas y otras frutas; se cría ganado vacuno, de cerda, lanar y algún caballar; caza de volatería y pesca de varias clases".

Pintoria, preciosa parroquia para visitar, siempre a pie, en cualquier época del año.

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