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"Oí un disparo y sentí una punzada", dice una víctima del tirador de La Corredoria

Enrique Miranda, de 62 años, recibió dos impactos, en la espalda y en un hombro, y aclara que "esos balines son de plomo y no de plástico"

Enrique Miranda posa con su perro en la plaza Emilio Sagi. En el recuadro, la herida que sufrió en un hombro por un balín de plomo. MIKI LÓPEZ

"Oí un disparo y sentí una punzada muy fuerte en el hombro. Me toqué instintivamente con la mano y pensé: 'La madre que me parió, este me ha dado'". Enrique Miranda Fernández es una de las víctimas de un hombre que dispara perdigones desde un piso de la plaza Emilio Sagi, en La Corredoria. Denunció los hechos ante la Policía Nacional y su caso terminó en los Juzgados, pero aún no se ha dictado sentencia porque el tirador no compareció ante el tribunal. Le dispararon hace veinte días -encima dos veces- pero no es el único afectado. Al menos a una chica y un chico les pasó lo mismo antes que a él.

"No eran balines de plástico esos eran de plomo". Enrique, de 62 años, lo sabe porque se los enseñaron después de ir al centro de salud del barrio con heridas en un hombro y en la espalda. "El primer impacto lo recibí cuando estaba sentado lanzándole la pelota a mi perro. El ruido venía de atrás y fue de escopeta. Enseguida vino gente a ayudarme porque se dieron cuenta de lo que pasaba. Pero cuando estaba hablando con ellos, ¡Plas! Otra vez".

Tras el primer disparo y con el susto en el cuerpo, se fijó en las ventanas de los edificios para ver si veía al tirador, pero nada. "No sé si será coincidencia que oyese una persiana bajar muy rápido". Los que sí localizaron al presunto culpable fueron los transeúntes que le socorrieron y llamaron a la Policía Nacional. "Como estaban de cara al inmueble desde el que se disparó, lo vieron bien", explica Enrique.

Según los vecinos, el tirador de la Corredoria vive en un quinto piso de la plaza Emilio Sagi y es conflictivo. Hablan de un rosario de dolores de cabeza en la escalera que van desde música a todo volumen a deshoras y balonazos dentro del piso, hasta encontrarse silicona en sus cerraduras. De hecho, mientras Enrique recibía las curas, un grupo de vecinos llamó sin éxito a la puerta del dueño de la escopeta, a quien le calculan menos de cuarenta años.

El parte médico de la víctima refleja que "presenta dos lesiones en la parte posterior derecha y parte posterior izquierda de la espalda, debajo de la última costilla". Las heridas (una de ellas mostrada en una fotografía de esta información) aún le molestan y le han dejado una pequeña marca. "El médico creyó que me había quedado dentro un perdigón y afortunadamente no fue así". Enrique interpuso una denuncia en la Jefatura Superior de Policía y el 24 de octubre se fijó un juicio rápido al que acudió con dos testigos, pero al que el acusado no se presentó. Lo mismo pasó quince días después. "Le denuncié y le llamaron a juicio dos veces, pero no fue nunca. Un forense me miró de nuevo las lesiones en los Juzgados. Y ahora estoy esperando otra citación", matiza este vecino que también vive en la plaza Emilio Sagi, aunque en un edificio diferente.

La Policía Nacional, consultada por este periódico, señala que el presunto tirador tiene problemas psiquiátricos. La última vez que los vecinos de la zona dieron la voz de alarma por perdigonazos fue el lunes por la noche. Entonces avisaron a la Policía Local, que se personó en el lugar en busca de balines o de algún resto, pero no encontró nada.

Los vecinos reclaman más vigilancia en esa plaza e incluso la intervención de los Servicios Sociales para atajar la situación. Así, Jesús García Peón, de la Asociación de Participación Vecinal de La Corredoria, Asparve, sintetiza con una frase el miedo que se siente en el barrio. "De momento ha dado a varias personas y no les ha hecho mucha avería, pero cuando acierte en un ojo, no lo queremos ni pensar". Además, añade que el tirador sólo dispara a las personas que tienen perro, puede que por manía". Enrique Miranda, en la misma línea, va más allá y afirma que hay que actuar ya para evitar una desgracia.

La mayoría de los residentes y comerciantes del entorno de la plaza Emilio Sagi salen corriendo de casa o con la vista clavada en los últimos pisos para evitar llevarse un perdigonazo.

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