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La evolución del pavimento de la ciudad

Cuando la moda era el "regodón"

Hubo un tiempo en el que Oviedo estaba "alfombrada" en piedra, como las calzadas romanas, y quedan vestigios como el tapiz de guijarros del jardín de los Reyes Caudillos

Alfombra de guijarros a la entrada del jardín de los Reyes Caudillos.

Aunque hoy sólo quedan algunos "retalinos" en la plaza de los Pilares, la entrada al Jardín de los Reyes Caudillos, dos pequeños retazos en la calle de San Vicente, esquina de las calles González Besada y Muñoz Degraín y pocos sitios más, en el pasado era frecuente revestir las calles de Oviedo con un manto de cantos rodados, siguiendo el legado de las costumbres romanas de empedrar sus calzadas con los clásicos morrillos.

La técnica del solado con guijarros llegó a alcanzar en la antigüedad una considerable notoriedad, realizándose verdaderas obras de arte al conseguir variopintos dibujos geométricos, combinando morfologías con coloraciones diversas. A modo de ejemplo, destacar los pavimentos ornamentales del Medievo italiano ("estilo cosmatesco") o el "empredrado granadino", éste herencia de la época árabe.

En el caso que nos ocupa, la cita preliminar sobre la utilización de materiales pétreos en sus vías data de 1521, cuando los regidores consistoriales aprueban el empedrado de la calle Gascona. Pasados tres años se establece una norma según la cual la anchura mínima de las calles pasase a ser de "veinte y dos pies", es decir, algo más de 6 metros; este límite inferior pretendía, además de mejorar la estética, minimizar los peligros de las estrecheces e irregularidades de los viales públicos. Se abordó a la sazón el pavimentado de Puerta Nueva (hoy Magdalena), la pedrera del Campo y la Ferrería (Mon), y cuatro años más tarde la de las calles Barredo (hoy San José) y Carnicería (Trascorrales). Un tiempo después (diciembre de 1556) se ordena que cada vecino sea el responsable de asear con piedra la zona existente delante de su puerta; y en 1595 el maestro de cantería trasmerano Domingo de la Mortera supervisa el afirmado del Fontán (protocolos de Pedro de Quirós, Archivo Histórico de Asturias), realizado con vistas a remediar la penosa situación uliginosa que presentaba tal plazuela.

El método habitual por entonces consistía en cubrir el suelo con un lecho de guijarros de naturaleza cuarcítica, material altamente resistente al desgaste, que se extraían de las llanuras aluviales y terrazas de los cursos fluviales próximos, normalmente del río Nalón (se acopiaron grandes volúmenes en el entorno de Candamo), sin obviar los de origen litoral abundantes en algunas playas. Con la entrada del siglo XVII, el Ayuntamiento promueve el que se tapicen las calles de la ciudad con piedras por una causa muy específica: "entra el jubileo dentro de quatro días y vendrá mucha gente a él" (acuerdos municipales de 13 de agosto de 1601). En el intermedio de la centuria (año 1649) el Consistorio acuerda que se arreglen las vías urbanas con un firme pétreo, y a la siguiente anualidad ya se interviene sobre alguna de ellas: San Lázaro, San Roque o Rosal.

Una disposición sanitaria española de 1821 aconsejaba siempre que fuera posible el interés de la práctica de solar las rúas con piedras redondeadas y alisadas o, en caso de faltar éstas, utilizar cascajo o escombros; se conseguía así elevar el grado de salubridad, facilitando la limpieza y el escurrimiento de las aguas pluviales. Es por ello que, a partir de 1830, se enlosan en Oviedo algunas aceras y se empiedran determinadas calzadas (Campo de la Lana -hoy Argüelles-, San Francisco, Rosal, Fontán y Dueñas).

Puesto que los cantos de gran tamaño producían molestias, tanto para el peatón como para el tráfico, se procuraba sustituirlos por otros más pequeños y de dimensiones homogéneas, colocados de manera uniforme, en ocasiones entre fajas de adoquines. Parafraseando a Benito Palacio Valdés en sus Episodios nacionales: "dolían los pies de andar por las calles empedradas con guijarros puntiagudos"; por lo demás, con la llegada del transporte rodado este tipo de calzadas hacía incómodo transitar por ellas, aparte de resultar extremadamente ruidosas.

Como consecuencia, mediado el siglo XIX, la moda del "regodón" empezó a ser reemplazada por la del adoquín, que adquiere preponderancia cuando el arquitecto municipal ovetense señalaba -en la sesión de 12 de junio de 1858- que constituía el mejor método para adecentar las calles.

Se usaba piedra procedente de las canteras de Lavapiés (en el lugar donde se construyó en "Nuevo Carlos Tartiere") y de La Granda (en San Lázaro) o la proveniente de demoliciones. Entre las calles que inauguraron este nuevo sistema de enlosado figuran Canóniga, Cimadevilla, La Rúa, San Antonio, Santa Ana hasta San Tirso, Rosal, plazuela del Obispo, Águila, Herrería o Ferrería (hoy Mon), Postigo y parte de Rosal. En fin, todo un estándar rústico, romántico y bello del pasado, si bien el enguijarrado, a pesar de sus inconvenientes, aún hermosea las calzadas y plazas de muchas ciudades y pueblos del mundo.

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