Ángel Fidalgo

El tradicional mercadillo de Navidad ocupa por segundo año consecutivo la plaza de la Escandalera. El Ayuntamiento los trasladó allí el año pasado para no deteriorar aún más el destrozado mosaico del paseo de los Álamos. Pero los vendedores, treinta y dos en total, no terminan de acostumbrarse a esta situación y, aunque no han abandonado el corazón de Oviedo y, en realidad, están a unos pocos metros, aceptan el cambio con resignación. Al final, como decía uno de ellos, "lo importante es poder trabajar".

Todos los vendedores consultados por este periódico coinciden en lo mismo: echan de menos el recinto cerrado y con calefacción que tenían antes. Temen que si acaba viniendo una Navidad lluviosa, el recinto abierto y sin posibilidad de resguardarse, acabe afectando a las cifras de sus ventas. Por temer, temen hasta al viento. Y es que en la Escandalera cuando sopla fuerte, el agua del chorro de la fuente pulveriza todo el entorno.

Elisa de Grez es la continuadora de la tradición familiar del trabajo artesanal con el cuero. Comenzó hace tres años en el taller que tienen en Torazo. Si el tiempo aguanta es optimista, igual que sus compañeros, pero como empiece a llover cambiará totalmente la cosa.

"En la carpa del paseo de los Álamos no nos afectaba si hacía mal tiempo tanto como aquí. Estábamos muy protegidos y teníamos calefacción. La verdad es que la echamos mucho de menos". La parte buena, dice, es que por la plaza de la Escandalera circula "mucha gente".

Zita Vilardebó decidió independizase en el año 2003 y comenzó a vender por su cuenta abalorios, piedras preciosas de la India y también artesanía. "Esta ubicación no nos ayuda, y como llueva unos cuantos días se nos van a complicar de verdad las cosas".

La joven Rocío de Diego acude por primera vez al rastrillo y, por lo tanto, no conocía el de los Álamos. "Ésta es una zona de paso obligado en la que confluyen varias calles y pasa muchísima gente". Es la otra cara de la moneda.