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Escuela infantil de La Corredoria

Rincones para jugar, aprender y crecer

La escuela infantil de La Corredoria aprovecha todo su espacio para "desarrollar los sentidos, el movimiento y el lenguaje"

Beatriz Alonso cambia a uno de los niños.

Apenas utilizan los pupitres. Toman en ellos el tentempié de media mañana y poco más. Los niños no paran. Son así. Y en la escuela infantil de La Corredoria, que cuenta con 78 alumnos de hasta tres años, han diseñado un centro que se adapte a esa inquietud y que permita, además, sacar provecho educativo a las idas y venidas de los niños. "Con esta edad no pueden estar sentados así que cambiamos mucho de actividad", comenta Rocío Poblador, directora de un centro amigo de los materiales reciclados. Tubos de cartón, cajas, chapas botellas de plástico... Juguetes en aulas y estanterías y también adornos que cuelgan del techo o decoran las paredes.

"Se trata de darle a cada uno lo que necesita. Y a la vez que se divierten están desarrollando un montón de ejercicios", destaca la directora para hacer después hincapié en que "no se obliga a nadie a participar. Si alguno se cansa lo puede dejar". Así, el edificio está poblado de rincones a los que los críos acuden a realizar ciertas tareas. No solo dentro del aula, donde una de las esquinas está reservada para la lectura de cuentos. Todo el edificio. Este diseño permite a la educación adaptarse a la movilidad constante de los pequeños y también "dividir los grupos y que la atención sea más personalizada". Y todo lo aprenden con juegos que persiguen el objetivo de "desarrollar los sentidos, el movimiento y el lenguaje". No realizan fichas, más propias del siguiente periodo, el que va de los 3 a los 6 años, y por eso apenas necesitan las mesas. La más popular de la escuela, de hecho, es la de luz. Situada en uno de los rincones que los alumnos visitan con frecuencia. Un tablero traslúcido deja paso a la luz y los niños juegan sobre él con plásticos de colores. A veces, cubren la base con arena para construir formas y dibujos como hacen también con otra de las mesas, situada a escasos metros, y que cuenta con un espejo en el que los críos se ven reflejados. Diversión y educación para sus sentidos.

Asimismo, tienen junto al comedor una serie de cajones de madera llenos de materiales como granos de arroz que se entretienen pasando de un envase a otro. "Sin saberlo están trabajando matemáticas. No cuesta lo mismo cargar un vaso con una cuchara que con otro utensilio más grande. Aprenden conceptos como el volumen", comenta la directora. En ese mismo espacio los alumnos tienen acceso a bandejas en las que tienen dos pequeños recipientes. Uno cargado de piezas y otro vacío. Y las van cambiando de uno a otro. Así "se trabaja la pinza y también conceptos que desarrollaran más adelante como izquierda y derecha".

El aula más amplia de todas, sin embargo, es la que utilizan para desarrollar su psicomotricidad. Cajas, pelotas de plástico o telas de distintas texturas que les entretienen mientras mejoran su capacidad de movimiento. Desde ella se ve el jardín, al que se puede acceder desde todas las aulas que, además, están conectadas entre sí. Allí siembran y recogen verduras y mantienen algunas zonas sin segar. "Salen de vez en cuando con las lupas a explorar", comenta Rocío Poblador

Y para mejorar sus habilidades con el lenguaje las educadoras del colegio les leen historias. "Mirar, el cuento que os gusta tanto", dice Almudena García mientras un pequeño grupo de alumnos de entre uno y dos años la miran con expectación. "Limón, limón, limón...", canta mientras les enseña las frutas dibujadas en las páginas. Y ellos siguen absortos la musicalidad de sus palabras. "Están alucinados", comenta en un aparte a sus compañeras.

Este tipo de actividades suelen comenzar en torno a las 10 de la mañana, cuando termina la recepción de alumnos. La escuela abre a las siete y media y los que llegan antes de las 8 desayunan todos juntos. Y se ponen luego a realizar distintas tareas en el aula. Mientras el recibidor se va llenado de cochecitos. "Tenemos tres habitáculos para dejar la silla y facilitarle la labor a las familias. Hay veces que los deja el padre o la madre y los viene a recoger la abuela, por ejemplo", explica Rocío Poblador. Los bebés de hasta un año se van directos a su propia aula, equipada con cunas. Allí duermen, se cambian cuando lo necesitan, comen y juegan. Cada uno a su ritmo.

El resto de los alumnos toman el almuerzo en el comedor. Cada mañana, cuando cruzan la puerta, se encuentran con el menú frente al mostrador de recepción. Juan Moreno, el cocinero de la escuela, coloca en una bandeja los platos que van a degustar los comensales del centro. Cuenta con un servicio propio de cocina del que se benefician unos 50 alumnos y su máximo responsable siempre consigue sorprenderlos. Con un melón, por ejemplo, construye un pequeño carrito o un barco y deja boquiabiertos a diario a niños y adultos. Tras la comida se echan la siesta en el aula de psicomotricidad y mientras unos se van a casa otros se quedan por la tarde. Para seguir recorriendo los rincones del centro mientras crecen, aprenden y juegan.

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