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Los cultivos del Paraíso

El roble

Un roble.

Hacía unos años que había terminado la guerra, eran tiempos difíciles y había que buscarse la vida para poder salir adelante. A parte del trabajo en el campo, y con el ganado, había temporadas en las que subía al monte con otra gente del pueblo para elaborar carbón vegetal. Era una manera de sacarse cuatro perras, vender una parte y con la otra calentar la casa en invierno. No era un trabajo fácil, es más el asunto tenía su riesgo. Unos preparaban la leña y otros excavaban una pequeña fosa y apilaban madera de roble. Lo cubrían con ramas y musgo. Lo prendían y ahí quedaba varios días hasta que ya estaba listo. Dada la gran cantidad de ejemplares que había en nuestros montes, durante muchos años fue la base para la producción de este carbón, ahora prácticamente inexistente, y la figura del carbonero nos recuerda a algo del siglo pasado.

Aunque estemos acostumbrados a verlos en otros ámbitos, los robles también se pueden encontrar en jardinería debido a la gran cantidad de variedades que hay. Perteneciente al género quercus, conocido comúnmente como roble, carballo, carbayu o cajiga -dependiendo del lugar-, en la actualidad lo podemos encontrar en cualquier lugar de Europa. En la Península, sobre todo en la zona norte, lo vemos a cada paso. Crece en terrenos frescos y ligeramente húmedos, sin importar demasiado si el suelo es alcalino o ácido. Aunque en invierno las temperaturas bajen, el roble aguanta muy bien las heladas y las inclemencias del tiempo. Árbol de hoja caduca, crece frondoso, llegando a alcanzar una gran altura. Una vez pasada la floración sus frutos - conocidos como bellotas- son una fuente de alimentación para una amplia variedad de animales. Las podas no son necesarias, la gracia consiste en que crezca frondoso. Pero sí conviene eliminar ramas secas, o dar un poco de forma.

Es interesante como planta de jardín ya que no suele presentar problemas de plagas y enfermedades. Es un clásico encontrar unas agallas de un centímetro aproximadamente, de color marrón. Estas agallas son producidas por una avispilla; no es que seas extremadamente peligrosas para el roble aunque sí conviene eliminarlas en caso de haber muchas -pero este problema no es fácil de ver cuando se cultiva en jardines, es un problema mas habitual encontrarlo en los que crecen silvestres- la clorosis -amarilleamiento de las hojas- es un problema que se presenta en terrenos excesivamente calizos. Los terrenos muy húmedos, prácticamente encharcados, pueden dar lugar a la aparición de hongos y pudrir la raíz.

Recolectando varias bellotas intentaremos germinar alguna semilla. No es un proceso difícil, les haremos un pequeño corte y las añadiremos al sustrato -una mezcla de turba y arena van genial, y una temperatura de unos quince grados hará que pronto aparezcan las primeras hojas-. Incluso se puede poner la semilla en el lugar definitivo, directamente en el terreno, así evitaremos tener que estar trasplantando y que sus largas raíces puedan resultar dañadas, ya que estas crecen con mucha rapidez y profundidad. Si se hace en bandeja de semillero es importante utilizar unas especiales que evitan que la raíz espiralice, de esta manera no tendremos problemas más adelante.

En cierto aspecto las propiedades que tiene son algo desconocidas o no estamos familiarizado con ellas. No sé si saben que el roble se puede utilizar contra la diarrea, gastritis y hemorragias intestinales, para tratar la faringitis, las heridas en la boca y, simplemente haciendo una infusión de sus cortezas, también conseguimos eliminar las anginas. Estos usos son poco conocidos, quizás estemos más familiarizados con el empleo de su madera en trabajos de ebanistería, y cómo no en la fabricación de barriles, siendo esencial para aportar una gran cantidad de matices al vino.

Las bellotas, un clásico en la alimentación de muchos animales: ardillas, aves y, cómo no, el cerdo que vive en las dehesas, cuya carne está muy cotizada en el mercado.

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