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Magín Berenguer Díez | Arquitecto

"Los setenta fueron convulsos, pero llenos de esperanza para arrojar algo de luz"

"De los años del Alfonso II quedan muy buenos recuerdos y también la pérdida temprana de un amigo muy cercano, Tito Bustillo"

"Los setenta fueron convulsos, pero llenos de esperanza para arrojar algo de luz"

Magín Berenguer Díez es arquitecto y también coqueteó con la pintura, siguiendo el ejemplo de su padre, el intelectual, antropólogo, arqueólogo y pintor, Magín Berenguer Alonso, el hombre que reconstruyó la historia del arte asturiano desde la Prehistoria al Medievo. Berenguer Díez, hoy convertido en un orgulloso abuelo, refrenda su pasión por Oviedo y por los ideales que un día le animaron a estudiar arquitectura.

La infancia, pegada al casco antiguo. Nací y viví mi infancia en el barrio de San Lázaro, al borde del casco antiguo, en el conocido como "Bloque Rosa" entre las antiguas calles Puerta Nueva Baja y Alta, hoy Arzobispo Guisasola y Leopoldo Alas. La zona estaba comenzando a desarrollarse después de haber sido arrasada durante la guerra y las primeras construcciones eran los dos bloques, el rosa y 'el otro bloque', con el que manteníamos la lógica rivalidad de proximidad. El resto eran prados hasta el Seminario y las casas de Campomanes, magnífico entorno para nuestros juegos. Entre los dos bloques estaba el solar que hoy ocupan los edificios acristalados que nos abastecía de ranas, renacuajos y adoquines de granito, restos de la pavimentación de la carretera a Mieres, que nos servían para construir cada verano, en el prado María situado en el otro margen de la calle y que aún conservaba las huellas de las trincheras y las bombas de la guerra, cabañas refugio que ampliaban nuestros juegos. Este entorno casi rural limitaba con la calle Magdalena y ésta con el Fontán, del que guardo gratísimos recuerdos de su auténtica vitalidad comercial y lúdica lejana a la ornamentación actual. Las relaciones vecinales eran estrechas y en algunas ocasiones se han convertido y pervivido como familiares.

El mayor de cinco hermanos y el ejemplo de los padres. Soy el mayor de dos hermanas y tres hermanos que vivimos y trabajamos en Oviedo, lo que nos permite vernos con frecuencia. La vivienda familiar aún conserva el lugar de trabajo donde mi padre, en el tiempo que le permitían sus actividades en el IDEA (actual RIDEA) y como profesor de la Escuela de Artes y Oficios, realizó un incansable y continuo trabajo. En esos pocos metros cuadrados está su archivo, con los datos recopilados en sus visitas de campo y sus relaciones epistolares; también la biblioteca, ocupando cada metro cuadrado de pared. Allí escribió sus libros y trabajos de investigación, dibujaba y pintaba cuadros, algunos de gran formato como los que hoy están en el presbiterio de la iglesia de San Pedro de Gijón. Todo este trabajo lo realizaba mientras los cinco hermanos manteníamos el bullicio propio de nuestra edad. Para poder mantener ese tiempo de trabajo contó con el filtro que proporcionaba mi madre Carmenchu, inteligente y divertida mujer vasca, a la que no se le escapaba detalle, capaz de resolver con fuerza y alegría cualquier situación. Era titulada en piano y lo tocaba en casa pero, aunque lo intentó con todos los hijos, no logro que ninguno pasáramos de las básicas nociones del solfeo.

El Bachillerato en el Alfonso II y la amistad con Tito Bustillo. Estudié el Bachillerato en el instituto Alfonso II. Tuve el mejor cuadro de profesores que en aquel momento podía encontrarse en Oviedo, en un edificio que es uno de los mejores ejemplos de arquitectura racionalista que se conservan en la ciudad, obra de J.A. Díaz Fernández-Omaña y construido en 1934, con una adecuación funcional en cuanto a orientación, luz y dimensiones de los espacios de los que guardo un agradable recuerdo. De aquella época quedan amistades y el conocimiento de experiencias propias de la edad, la mayoría alegres y divertidas. Queda también la pérdida temprana de un amigo muy cercano, Tito Bustillo, cuyo nombre lleva la cueva de Ribadesella, al que me unían muchas aficiones, entre ellas los Rolling Stones.

Aquellos años llenos de esperanza. El inicio de los 70 supuso también el distanciamiento temporal de Oviedo. Los años de la carrera, primero en Valladolid y al final en Madrid, redujeron mis estancias en Oviedo y más cuando las vacaciones de verano las pasaba en Ribadesella lugar al que, desde los años cincuenta, ha estado ligada toda la familia. Eran años convulsos pero llenos de esperanzas para conseguir arrojar algo de luz en aquella gris sociedad y para eso lo ideal era ser joven y tener la libertad de vivir fuera de la casa paterna. Fue en los finales de la década cuando vivimos los primeros mítines en libertad. Todavía había y hay mucho que remar, pero entonces todo parecía más fácil. Madrid era grande y en aquella ciudad sucedían muchas cosas.

El regreso a Oviedo y la ilusión del comienzo. Volví a Oviedo a finales de la década con el título y la ilusión de comenzar mi actividad profesional como arquitecto. Me casé e inicié un nuevo proyecto vital tanto profesional como personal. Empecé a ejercer la profesión con la ilusión de profesar un ideal más que para ser instrumento de un sistema productivo, un principio bastante compartido por toda aquella generación de arquitectos. Mirábamos a Le Corbusier, Mies, Loos, Gropius y sus epígonos actuales más que a la edificabilidad, el mercado, las recalificaciones, plusvalías y otros términos más actuales y peores. El tiempo nos lo fue explicando hasta llegar al despropósito actual. Me interesé en la profesión participando en las organizaciones para defender los valores en los que me había formado. Tengo esperanza en las nuevas organizaciones colegiales y en colegas que aún mantienen su amor por la Arquitectura. Aunque los tiempos son más difíciles que nunca para estos ideales en este tsunami social que nos ha tocado vivir.

En lo personal tengo en Oviedo una satisfactoria vida, buenas amistades que perduran y mejoran con el tiempo, una familia con dos hijos, Diana y Guillermo, y un nieto Ares, mi última alegría. Disfruto de paseos cotidianos por la arquitectura palaciega de la ciudad. El edificio que más me gusta contemplar es el palacio de La Rúa o del Marqués de Santa Cruz de Marcenado, el edificio civil más antiguo de Oviedo. Me fascina el palacio Malleza-Toreno, que forma parte de mi memoria por ser sede del antiguo IDEA, actual RIDEA, tan ligado para mi al recuerdo de mi padre.

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