Cuatro días para recorrer a pie 40 kilómetros a través los bosques peruanos. Una altura de partida de casi 3.000 metros, más de tres mil escalones de piedra a lo largo de todo el trayecto y cimas de hasta 4.200 metros. Y en medio de todo el esfuerzo, las lamentaciones de José Alonso-Tejón, ovetense de 80 años, que se lanzó a principios del mes pasado al camino que lleva a las ruinas de Machu Picchu con su hijo José Avelino, de 53 años. "Hubo un día que me pasé un buen rato pensando en una botella de sidra y un plato de embutido", bromea. Los compañeros de viaje, otros 9 aventureros y las 11 personas que guiaron la expedición, alucinaron con él. Tanto que al poco tiempo se convirtió en toda una estrella.

La historia del aficionado a la montaña, natural de Felechosa y octogenario, que desafiaba la dureza de la ruta sin perder la compostura, corrió como la pólvora. "El segundo día, en plena subida, estaba yo de pie contemplando unas ruinas y vi una mujer que se acercaba hacia a mí. Me dio un abrazo y me dijo: '¡Qué ganas tenía de conocerte!'", cuenta José, entre carcajadas, sorprendido de lo rápido que su hazaña se había extendido a otras expediciones con las que además de camino compartían campamentos. "Era una argentina que trabajaba en geriatría y me preguntó si podía hacerse una foto con él", completa con otra sonrisa en la cara José Avelino, su hijo, quien llegó a amenazar con poner a su madre al tanto de la fama y la admiración que despertaba su padre. Y apunta que además del cansancio, que no consiguió impedir que llegasen a la meta, los principales problemas que tuvieron que afrontar fueron que "mi padre no se adaptó a la comida y yo tuve dolor de cabeza durante los dos primeros días".

Dolencias provocadas por la altitud de Cuzco, donde pasaron tres días antes de realizar la ruta, conocida como el Camino Inca. "Yo estaba preocupado por el tema de la altura pero cuando llegué allí estaba como si me hubiese apeado en Felechosa", dice José Alonso-Tejón. Recomienda a quienes se sientan atraídos por el trayecto, eso sí, "tener buenas facultades físicas". A pesar de atraer un buen montón de turistas amantes de la montaña que lo terminan con éxito, el camino, en el que nunca hay más de 500 senderistas debido a las limitaciones que impone el gobierno para preservar la zona, tiene sus complicaciones. Sobre todo las constantes subidas y bajadas por peldaños desiguales: "Llegaba un momento que aunque caminases por un tramo llano las piernas actuaban como si siguiese habiendo escaleras". Y en otros momentos la inclinación era tal que además de las piernas había que apoyar las manos. Pero con dedicación llegaron al cuarto día, cuando uno de los guías quiso llevarse a José Alonso-Tejón a la cabeza de la expedición para que fuese el primero en llegar a la meta. Un tramo de escalones más y ahí estaba el premio: Machu Picchu. El fin a días de caminata y noches de campamento en los que "había un solo baño para todos".

Padre e hijo, que se quedaron otros tres días más en Perú, coinciden en que valió la pena. El más joven se va en unos días a bucear en las aguas del Mar Rojo y su padre, amante de la montaña y que sufrió dolor de huesos durante unos días después de terminar la aventura, seguirá luciendo aguante y buen humor por rutas y senderos. Pero más cerca de casa.